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Antonio Blanco Freijeiro - El arte egipcio (I)

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Antonio Blanco Freijeiro El arte egipcio (I)

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Bibliografía

I. E. S. Edwards, The Pyramids of Egypt, A Pelican Book, Hardmondsworth, Penguin Books, 1961. Arne Eggebrecht, El antiguo Egipto, Barcelona, Plaza y Janés, 1987. Excelente y moderno tratado. W. B. Emery, Archaic Egypt, A Pelican Book, Hardmondsworth, Penguin Books, 1961. La época tinita muy bien expuesta por el último gran excavador de las mastabas de Sakkara. H. G. Evers, Staat aus dem Stein, Geschichte und Bedeutung der ägyptischen Plaskik während des Mittleren Reiches I-II, Munich, 1929. W. Helck, Geschichte des alten Aegypten, Handbuch der Orientalistik, Leiden/Colonia, E. J. Brill, 1968. K. Lange, M. Hirmer, Aegypten, Architektur, Plastik, Malerei in drei Jahrtausenden, Munich, Hiemer, 1955. Magníficas fotografías de Hirmer con comentarios de Lange. Obra traducida a varios idiomas, entre ellos al castellano, pero en una edición de México muy rara en nuestras librerías. K. Lange, M. Hirmer, E. Otto, L’Egypte , París, Flammarion, 1968. Traducción francesa de una edición mejorada de la obra anterior, con más fotografías que aquélla. J. Ph. Lauer, Saqqarah, la nécropole royale de Memphis, París, 1979. J. Leclant, Los faraones, 3 vols. El Universo de las formas, Madrid, Aguilar, 1979. K. Miehalowski, Arte y civilización de Egipto, Barcelona, Gili, 1969. H. Müller-Harpe, Handbuch der Vorgeschicte, II. Jungsteinzeit, 2 vols. Munich, Beck, 1968. H. Schäfer, W. Andrae, Arte del antiguo Oriente, Historia del Arte «Labor», Barcelona, Labor, 1933. Muy buena síntesis e ilustraciones de una de las mayores autoridades en arte egipcio. W. Stevenson Smith, The Art and Architecture of Ancient Egypt, The Pelican History of Art, 1958. R. Stadelmann, Die aegyptischen Pyramiden, Maguncia, 1985. C. Vandersley (editor), Propyläen Kunstgeschichte 15. Das alte Aegypten, Berlín, 1975. Nueva y amplia versión del Schäfer-Andrae. J. Vandier, Manuel d’Archéologie Egyptienne, 3 vols. dobles, París, Picard, 1952-1958. La obra más completa en su género, con abundante y selecta bibliografía, pero de poca calidad en las ilustraciones. W. Wolf, Die Kunst Aegyptens, Stuttgart, 1957. Excelente manual. Philip von Zabern (editor), Das Aegyptische Museum Kairo, Maguncia, 1986.

Jeroglíficos del Imperio Antiguo en un fragmento de los Textos de las Pirámides - photo 1

Jeroglíficos del Imperio Antiguo en un fragmento de los Textos de las Pirámides , hallados en la cámara sepulcral de Unas, V Dinastía.

Egipto hasta el Segundo Periodo Intermedio

Introducción E L Egipto que tos griegos frecuentan en sus naves dice Heródoto - photo 2

Introducción E L Egipto que tos griegos frecuentan en sus naves dice Heródoto - photo 3

Introducción

E L Egipto que tos griegos frecuentan en sus naves —dice Heródoto refiriéndose al Delta— es, según los egipcios, una tierra de formación reciente y un don del río (Heród., Hist. II, 5).

Heródoto se quedó prendado de las maravillas del país del Nilo. El gran río, de ignoradas fuentes, cubría de fecundo limo las tierras del valle, raramente visitadas por las lluvias y nunca regadas por otros ríos. Y lo hacía con una periodicidad matemática, a partir de julio, puntual y exacto como un cronómetro, al punto de inspirar el primer calendario de la historia humana. A este portento había que añadir otros muchos, que a los ojos de un griego, la naturaleza había volcado sobre el país, por ejemplo en la fauna. He ahí al hipopótamo, más pesado —nos dirá Heródoto— que el más grande de los bueyes, o al cocodrilo, que nace de un huevo no mayor que el de una oca y luego crece y crece hasta alcanzar, conservando la misma forma de lagartija con que sale del cascarón, unas dimensiones pavorosas. Las instituciones, los dioses, los monumentos, la cultura; todo en el antiguo Egipto poseía y posee un encanto enigmático que no ha perdido su poder de atracción desde los griegos hasta nosotros. Un francés genial, enamorado de Egipto y decidido a descifrar la escritura, que había dejado de ser comprendida a fines de la Antigüedad, François Champollion, envió a un académico de Francia un escrito conocido como Lettre à Monsieur Dacier, que éste leyó a la Academia el 27 de septiembre de 1822. La carta en cuestión daba la primera noticia de que la escritura jeroglífica se había descifrado. La fecha es celebrada hoy en el mundo culto como la del nacimiento de una nueva ciencia: la Egiptología.

Tres regiones naturales configuran el Dais: el delta del Nilo (Bajo Egipto), el largo y estrecho valle fluvial, sometido a sus inundaciones (Alto Egipto), y los desiertos marginales, bastante distintos a un lado y a otro. El Desierto Líbico, situado al oeste, es una altiplanicie salpicada de unas cuantas, extensas hondonadas, que los antiguos egipcios llamaban cazuelas y hoy denominamos oasis. Uno de éstos era el de Siwa, famoso por la visita de Alejandro Magno al oráculo de Amón; otro, el de Charga, donde Darío, el persa, hizo construir un templo; pero el más dilatado e importante era el del Fayum, dueño de un lago, alimentado por un brazo del Nilo, a base del cual los faraones del Imperio Medio convirtieron el Fayum en un vergel. Naturalmente, las autoridades egipcias procuraron siempre contar con estos oasis entre sus dominios. Fuera de ellos, los pedregales del desierto, la Tierra Roja de los egipcios, constituía para éstos el reino de los muertos, que aún entonces, no tan depauperado como hoy, se ofrecía como un buen campo de caza.

El Desierto Arábigo, el del este, era ya en la Antigüedad mucho más árido que el Líbico, pero interesante por sus veneros de minerales y por sus comunicaciones con el mar Rojo, de donde salían las expediciones al Punt, quizás en la actual Somalia.

La dualidad del Alto y Bajo Egipto propició la ubicación de la capital en el límite entre ambas regiones, en la comarca de Menfis, donde luego se levantaría El Cairo. Pero en ciertas épocas —la Tinita, la Media y la Nueva— el centro de gravedad del país se desplaza al sur, entre Kus y Abydos, donde confluyen los grandes wadis o ramblas (el Wadi Hammamat y el Wadi Kene) que llevan a los desiertos laterales. En esta región se hallan las estaciones prehistóricas de Negada y Bailas; aquí también, las residencias regias protohistóricas y más tarde la magnífica capital que los griegos llamarían Tebas, la de las Cien Puertas, para distinguirla de la Tebas de su Beocia, que no tenía más que siete.

Figura femenina probablemente en actitud de danza de la época Negade II Museo - photo 4

Figura femenina, probablemente en actitud de danza, de la época Negade II Museo de Brooklin.

El aislamiento que la naturaleza les imponía y la suficiencia de sus recursos despertaron en los egipcios una sensación poco común de seguridad, e incluso de superioridad sobre el resto del mundo, cuya existencia misma llega a ser ignorada en algunos casos. Este defecto, sin embargo, se ve contrarrestado por otras condiciones admirables: la alta estima en que los egipcios tuvieron a la rectitud moral, a la civilización, al compromiso; la valoración de la inteligencia por encima del poder, de la riqueza, de la fuerza. Ello explica la elevada consideración de que gozaron siempre en Egipto los intelectuales y, con éstos, los artistas.

Para el arte, disfrutaba Egipto de la enorme ventaja sobre otros países, como Mesopotamia, donde la piedra era importada del exterior, de poseer excelentes e inagotables canteras —caliza de Tura, granito de Assuán, alabastro e infinidad de pórfidos y basaltos del Desierto Arábigo— capaces de suministrar a los arquitectos y escultores bloques de una magnitud que predisponía a la monumentalidad y al colosalismo.

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