G. H. Guarch
El indiano
Una epopeya sobre los últimos hacendados
y esclavistas españoles en el siglo XIX
© G.H. Guarch , 2018
© Editorial Almuzara, s.l., 2018
Reservados todos los derechos. « No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright ».
Editorial Almuzara • Novela Histórica
Director editorial: Antonio E. Cuesta López
Editora: Ángeles López
Diseño y maquetación: Joaquín Treviño
Ebook: Rebeca Rueda
www.editorialalmuzara.com
pedidos@editorialalmuzara.com - info@editorialalmuzara.com
ISBN: 978-84-17558-44-4
La presente narración novelada sobre los hacendados españoles de las Antillas, catalanes en su mayoría, que a principios del XIX se instalaron en Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico para hacer las Américas, está inspirada en mi antepasado Pedro Guarch Miralles (1773-1838), protagonista de esta historia, haciendo coincidir el comienzo de la misma con el inicio del siglo XIX.
A través de varias fuentes y estudios, incluyendo la tesis doctoral de la profesora Birgit Sonesson « Catalanes en las Antillas » y las entradas sobre Pedro Guarch Miralles y Francisca Salom en , pude encontrar alguna documentación inicial. Algunos hechos que se narran los escuché en casa de mis abuelos mientras viví con ellos, otros estaban considerados « secretos de familia » , y por tanto no debería conocerlos.
En cualquier caso, al no tratarse de fuentes contrastadas, salvo las de la citada tesis, considero a los efectos oportunos que los personajes, sus comentarios, incluido el desarrollo de los acontecimientos, deben considerarse una ficción, y que las circunstancias que se narran, los hechos que se mencionan, y las opiniones que se vierten en el presente libro no tienen por qué coincidir con la historia real ni con las del autor.
G.H. GUARCH
Dedico esta narración a mi familia, especialmente a mi esposa Amalia, que con su serenidad y belleza me inspiró los personajes femeninos, a mis hijos, Gonzalo, Rocío, Paloma, y a mis nietos Hugo, Javier y Leia, que todos ellos llevan unas gotas de sangre Guarch.
También lo dedico a todos aquellos que comparten el apellido Guarch, con sus ventajas y sus inconvenientes, su curiosidad por la vida y su interés por todo, su frialdad y su pasión, su aparente alejamiento y su cercanía. De alguna manera todos nosotros estamos reflejados en esta historia, y todos amamos la libertad.
G.H. GUARCH
« Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos »
Art. 1º (parcial) de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789
I - El Indiano: Un excelente partido
(Año del Señor de 1800)
E l hombre descendió con rapidez la escala del navío de línea que acababa de atracar de madrugada en el puerto de Cádiz. No debía tener más de treinta años: delgado y esbelto, cubría sus ropas con un gastado capote marinero, llevaba una gran bolsa de lona amarillenta al hombro y otra de cuero agrietado en la mano izquierda; aun así se movía ágilmente, como si no llevara peso alguno. Miró el cielo cargado de nubarrones que discurrían con rapidez sobre él pensando que iba a ser un fresco día de invierno, mientras la fuerte brisa de levante hacía vibrar los obenques de la larga fila de veleros situados en paralelo frente al muelle, cabeceando a causa del oleaje, emitiendo un disonante concierto como si siguieran una partitura compuesta de chasquidos, crujidos, silbidos y golpeteos, una sinfonía marinera que parecía acompañar el ritmo de sus pasos mientras se dirigía al cercano edificio de capitanía. Una vez allí empujó la puerta y entró en el pequeño despacho de consigna, mostrando su documentación al funcionario de guardia, que sin prestarle gran atención cogió los papeles mientras asentía con desgana, ya que su principal interés parecía ser prender la pequeña estufa que humeaba por causa del viento. Con los ojos lagrimeantes a causa de la humareda, el funcionario anotó con cuidada caligrafía los datos en el libro de registro, luego firmó y selló el pasaporte diciéndole mientras lo miraba a los ojos:
— Amigo, sois el primero del día, el primero del año y que yo sepa, el primero del siglo que llega a Cádiz; y por la hora, probablemente el primero que entra en España desde las Américas, y eso no tiene otra que traer suerte.
El funcionario volvió a leer el nombre que figuraba en el pasaporte.
— Pedro Guarch. ¡No se me olvidará el nombre! Como le digo, suerte.
El hombre del capote asintió. Todo el mundo le preguntaba por aquel extraño apellido.
— Que vos la compartáis.
Unos instantes después, con largas zancadas abandonaba el recinto del puerto cruzando las murallas en dirección al centro de la ciudad. Todo en él emanaba vigor y energía. En su rostro se adivinaba una leve sonrisa, tenía fundados motivos para ello: se sentía eufórico tras lo conseguido, sabiendo bien que a partir de aquel momento las cosas serían muy distintas para él. Eran las cinco de la mañana del uno de enero de 1800 y comenzaba algo más que un nuevo día. Hacia levante la aurora rosada demostraba que los oscuros vaticinios de que aquel día se iba a acabar el mundo y que llegaría el juicio final antes de que entrara el nuevo siglo no se habían cumplido. Muy al contrario, estaba convencido de que al menos para él se abría un nuevo y dorado amanecer.
A pesar de ello, Pedro Guarch pretendía mantener la discreción sobre cómo había llegado hasta allí. De eso su padre sabía mucho, y era lo que le habían inculcado desde muy pequeño. Siempre mejor no aparentar, confundirse con el resto, ser uno más, que nadie pudiera señalarte, mantener un velo de discreción sobre uno mismo. Y en aquellos momentos aún más si cabía, que todas las fortunas recientes, como era su caso, sin duda atraían malévolas miradas y atenciones, como ya le había sucedido en Caracas.
De vuelta de América, con veintisiete años cumplidos, en aquel momento su principal interés era encontrarse con la que iba a ser su esposa, casarse cuanto antes, montar casa, y dejarlo todo encomendado para volver a Venezuela a vigilar sus negocios. La culpable de todo era su tía Esther Guarch. En cuanto él dio señales de vida y envió una carta a su casa para decirles que todo iba bien, pero que se encontraba un poco solo y le gustaría encontrar una mujer para casarse en cuanto volviera, al poco ella le escribió a Caracas para decirle que estuviera tranquilo, que había hablado con los padres de una joven catalana que le convenía, y mucho, tras la indagación que había llevado a cabo en persona en la misma Barcelona, llegando a visitar la casa de de la plaza de Santa María, donde según le contó, habitaban los Salom, una conocida familia desde finales del siglo XVII.
La elegida, Francisca Salom, era según Esther un excelente partido, hija única de un acaudalado banquero de la ciudad. Su problema era la edad, pues el tiempo se le estaba echando encima, y con veinticinco años cumplidos no tenía tiempo que perder si no quería quedarse para vestir santos. Pedro pensó que todo aquello estaba muy bien, aunque tampoco podía dar de lado el qué dirán. Puestos a buscar, Esther podría haber intentado hallar una joven con limpieza de sangre, aunque, según le contaba en la carta, la moza en cuestión era hermosa y un excelente partido: heredera única, con muy buena dote, y eso sin contar con sus propias virtudes, ya que era agradable en el trato, y además del castellano y el catalán, como correspondía, hablaba bien el francés, tocaba el piano con sentimiento, pintaba con soltura y tenía otras muchas dotes que él podría comprobar personalmente.
Página siguiente