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Antonio Damasio - Y el cerebro creó al hombre

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Antonio Damasio Y el cerebro creó al hombre
  • Libro:
    Y el cerebro creó al hombre
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2010
  • Índice:
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Y el cerebro creó al hombre: resumen, descripción y anotación

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PARTE I:
EMPEZAR DE NUEVO

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PARTE II:
¿QUÉ HAY EN UN CEREBRO
QUE PUEDA SER UNA MENTE?

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PARTE III:
SER CONSCIENTE

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PARTE IV:
MUCHO TIEMPO DESPUÉS
DE LA CONCIENCIA

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AGRADECIMIENTOS

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LOS arquitectos les dirán que Dios creó el universo y que ellos se encargaron del resto, lo que es una buena manera de recordarnos que los lugares y los espacios, naturales o construidos por el hombre, desempeñan un papel muy importante en lo que somos y en lo que hacemos. Empecé este libro un día de invierno en París, y escribí gran parte del texto durante los dos veranos siguientes en Malibú. Leo las galeradas y escribo estas líneas en el curso de un nuevo verano, ahora en East Hampton. Y porque los lugares importan, quisiera empezar por expresar mi primer sincero agradecimiento a París, que siempre será una fiesta aunque nieve o el cielo esté gris; a Cori y Dick Lowe, por el paraíso que supieron crear frente a las aguas del Pacífico (con la ayuda de Richard Neutra); y a Courtney Ross y a la distinta versión del paraíso que, con su exquisito gusto, ha sabido plasmar en la otra costa.

Para un libro de ciencia, sin embargo, su telón de fondo es mucho más que el sentido del espacio y, en mi caso, se halla estrechamente vinculado a los profesores y a los estudiantes con los que he tenido la fortuna de trabajar en varios departamentos y facultades de la University of Southern California y, en especial, en el Brain and Creativity Institute y en el Dornsife Neuroimaging Center. Quisiera así expresar mi gratitud a la dirección del College of Letters, Arts & Sciences de la Universidad del Sur de California, a Dana y David Dornsife, y a Lucy Billingsley. El apoyo que han sabido brindar ha sido fundamental para crear nuestro entorno cotidiano de trabajo intelectual. Asimismo, mi agradecimiento a las instituciones que apoyan con sus recursos a la investigación, y muy en especial al National Institute for Neurological Diseases & Stroke y a la Mathers Foundation, toda su importante ayuda que hace posible nuestro trabajo.

Algunos compañeros y amigos leyeron el manuscrito en su integridad o diversas partes del mismo, hicieron sugerencias y analizaron minuciosamente lo esencial de las ideas expuestas; por ello quisiera manifestar mi gratitud a Hanna Damasio, Kaspar Meyer, Charles Rockland, Ralph Greenspan, Caleb Finch, Michael Quick, Manuel Castells, Mary Helen Immordino-Yang, Jonas Kaplan, Antoine Bechara, Rebecca Rickman, Sidney Harman y Bruce Adolphe. Un grupo aún más extenso tuvo la gentileza de leer el texto y hacerme partícipe de sus opiniones o sugerencias, por ello quiero expresar mi agradecimiento por la sabiduría, la sinceridad y la generosidad mostradas a Ursula Bellugi, Michael Carlisle, Patricia Churchland, Maria de Sousa, Helder Filipe, Stefan Heck, Siri Hustvedt, Brad Hyman, Jane Isay, Jonah Lehrer, Yo-Yo Ma, Kingson Man, Josef Parvizi, Peter Sacks, Julião Sarmento, Peter Sellars, Daniel Tranel, Gary Van Hoesen, Koen Van Gulik y Bill Viola.

La responsabilidad de todas las omisiones y fallos que puedan aún quedar en estas páginas, huelga decirlo, es únicamente mía. Dan Frank, mi editor en Pantheon, es un hombre con varias personalidades editoriales, y al menos he podido diagnosticarle tres: la de filósofo, la de científico y la de novelista. Cada una de ellas afloró según las necesidades para dispensar una amable y fundada sugerencia sobre el manuscrito. Quisiera expresarle mi gratitud por sus consejos, así como por la paciencia con la que aguardó todas mis correcciones. Mi agradecimiento, como siempre, a Michael Carlisle, amigo desde hace mucho tiempo, hermano adoptivo y agente literario, por su sabia prudencia, inteligencia y lealtad.

A Kaspar Meyer quiero agradecerle la realización de las figuras 1 y 2 del capítulo 6, y a Hanna Damasio el haber preparado todas las demás figuras, así como por permitir que utilizara, en el capítulo 4, las ideas y las expresiones de un artículo sobre la mente y el cuerpo que, hace ya algunos años, escribimos juntos para la revista Daedalus. A Cinthya Núñez, que ha preparado pacientemente el manuscrito a lo largo de un sinfín de revisiones, con una extraordinaria destreza y gran cariño, así como a Ryan Essex y Pamela McNeff, que aportaron su competente ayuda en la indispensable investigación bibliográfica, quisiera agradecerles el inestimable esfuerzo que han realizado. Por último, quisiera también expresar al equipo de Ediciones Destino, y muy en especial a mi editor Ramon Perelló y a Ana Camallonga, mi gratitud por toda la atención que han dispensado a la edición en castellano de este libro.

ANTONIO R. DAMASIO

East Hampton, junio de 2010

APÉNDICE

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La arquitectura del cerebro

AL mirar con detenimiento las imágenes en tres dimensiones del cerebro humano hay una composición arquitectónica evidente que se puede apreciar a simple vista. La configuración general es similar cuando pasamos de un cerebro a otro, y en cada cerebro aparecen ciertos componentes que ocupan la misma posición. La relación que mantienen es similar a la que establecen entre sí los ojos, la boca y la nariz como partes que componen el rostro humano. Su forma y sus dimensiones exactas son algo diferentes en cada individuo, pero la amplitud de la variación es limitada. Entre los seres humanos no hay caras con los ojos cuadrados, o en las que un ojo sea mayor que la nariz o que la boca, y, en general, se conserva la simetría. Restricciones comparables rigen en el caso de la posición relativa de los elementos. Al igual que ocurre en nuestro rostro, los cerebros humanos son extremadamente similares en cuanto a las reglas gramaticales con arreglo a las que se distribuyen las partes en el espacio. Y, aun así, los cerebros son muy individuales. Cada cerebro es único.

Otro aspecto de esta arquitectura, y que tiene importancia para las ideas que se exponen en este libro, sin embargo, no resulta apreciable a simple vista. Bajo la superficie, la arquitectura del cerebro es una masiva interconexión de cables formados por axones, las fibras que se encargan de conectar las neuronas entre sí. El cerebro tiene miles de millones de neuronas (unas 1011 neuronas), y esas neuronas forman miles de billones de conexiones entre ellas (unas 1015 interconexiones). Sin embargo, las conexiones se han configurado siguiendo unos patrones, y, por otra parte, no todas las neuronas se conectan con todas las demás neuronas. Al contrario, la red de mallas que forman es muy selectiva. Vista de lejos constituye un diagrama de conexión o múltiples diagramas de conexión, según el sector del encéfalo del que se trate.

Comprender los diagramas de conexión es un buen camino para entender qué hace el cerebro y cómo lo hace. Pero no es tarea sencilla, ya que los diagramas de conexión experimentan considerables cambios a lo largo del proceso de desarrollo y durante toda la vida. Nacemos disponiendo de ciertos patrones de conexión, que han sido instalados siguiendo las instrucciones de nuestros genes. Estas conexiones ya estuvieron sujetas en el útero a influencias por parte de varios factores medioambientales. Después de nacer, las experiencias individuales en entornos únicos empiezan a actuar sobre aquel primer patrón de conexión, recortándolo, fortaleciendo ciertas conexiones y debilitando otras, haciendo más gruesos o más delgados los cables de la red, todo ello bajo la influencia de nuestras actividades. Aprender y generar memoria es simplemente el proceso de tallar, modelar, dar forma, hacer y rehacer los diagramas de conexión de nuestro cerebro individual. El proceso que empezó al nacer se continúa hasta que la muerte nos aparta de la vida, o a veces antes, si la enfermedad de Alzheimer trastoca el proceso.

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