Aurora Morcillo Gómez - En cuerpo y alma: ser mujer en tiempos de Franco
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- Libro:En cuerpo y alma: ser mujer en tiempos de Franco
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En cuerpo y alma: ser mujer en tiempos de Franco: resumen, descripción y anotación
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UNA LECTURA NEOBARROCA DEL RÉGIMEN
Es el Ejército la columna vertebral de la nación. Es lo que une, sostiene y mantiene la rigidez de todo el conjunto. Por su médula corren las esencias vitales de los valores sagrados de la patria. No es la cabeza que dirige y discurre, ni los otros miembros que orgánicamente lo constituyen, sino la columna que la une y sostiene; rota esta, el cuerpo se convertiría en un guiñapo.
Francisco Franco (1951)
El discurso nacionalcatólico del franquismo consideraba que el laicismo de la Segunda República era la manifestación de una «democracia inorgánica», o lo que es lo mismo, la expresión de la herejía y el materialismo. Por el contrario, el nuevo Estado pseudofascista, surgido tras la Guerra Civil y liderado por Franco en calidad de comandante en jefe, será presentado como una «democracia orgánica» católica. Con la expresión «democracia orgánica» quiere señalarse la reafirmación de los valores católicos como fuerza impulsora del nuevo Estado en el contexto de la Guerra Fría. Según proponen sus propagandistas, dichos valores prosperarían de manera natural tan pronto como se presentara un líder capaz de actuar al modo de un cirujano de hierro y extirpar el cáncer de la Segunda República —imagen que una vez más remite al general Franco.
Las raíces genealógicas e ideológicas de la democracia orgánica se remontan al concepto de cuerpo político del Siglo de Oro, según queda ilustrado en la República original sacada del cuerpo humano publicada por Jerónimo Merola en 1587. Al retrotraerse al cementerio del glorioso pasado de España para sentar en él los cimientos de su ideología política, el dictador intenta crear un nuevo cuerpo político místico. La iglesia habrá de legitimar esta reencarnación de la doctrina española del Siglo de Oro mediante algunos escritos, como los contenidos en la encíclica de Pío XII titulada Mystici Corporis Christi (de 1943), los discursos regeneracionistas desarrollados en España después del año 1898, y la medicalización del discurso político que habrá de sobrevenir en el contexto de la eugenesia.
Detalle de la Alegoría de Franco y la Cruzada, pintura mural del Archivo Histórico Militar de Madrid. Franco aparece representado como un caballero medieval cubierto de brillante armadura. Empuña una espada que es el símbolo fálico de su régimen antropocéntrico.
Ya había habido algunos intelectuales, como Joaquín costa (1846-1911) y ángel Ganivet (1865-1898), pertenecientes a la generación del 98, que habían buscado soluciones para salir al paso de la inveterada crisis de identidad de la nación española. A principios de la década de los veinte, el filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955) heredará la perspectiva pesimista esgrimida por la generación del 98 en los terrenos político y filosófico al considerar que España constituye un caso extremo de lo que él denomina «invertebración histórica». En su libro titulado España invertebrada (1921), Ortega escribe apasionadamente acerca de la escala de valores española, la decadencia histórica del país y la crisis política que sufre. Moralistas, políticos e intelectuales aportarán sugerencias y recetas destinadas a sanar el doliente cuerpo de la madre patria. El común denominador que percibimos en estos elementos constitutivos de la democracia orgánica es el catolicismo. La forma en que el nacionalcatolicismo de la época de Franco vino a explotar la doctrina religiosa y la historia terminaría revelándose crucial para la longevidad de un régimen cuya duración no solo acabó superando las expectativas de muchos, sino que consiguió mantenerse a la sombra de la modernización experimentada por la Europa de posguerra. Para silenciar las críticas internas, Franco podía remitirse por tanto a la historia y a la religión para dejar sentado que el caso de España era especial y que el país tenía un destino peculiar al que atenerse, un destino distinto al del resto de la Europa occidental.
Mientras Franco argumentaba en clave interna en favor del particularismo español, subrayaba asimismo que la Guerra Fría había determinado que las democracias occidentales compartieran un mismo enemigo: el comunismo. El anticomunismo que presidió el periodo de posguerra en occidente ofreció a España la oportunidad de rehabilitarse y de servirse del catolicismo para verter su imagen en un molde nuevo que permitiera presentarla a una luz de tintes más heroicos y sagrados. Y al buscar la esencia y el estilo capaces de catapultar a España a una nueva edad dorada católica, Franco acabaría echando la vista atrás y retrotrayéndose al glorioso pasado nacional. Y no había habido época de mayor trascendencia para España que la de la contrarreforma —periodo que en los círculos intelectuales había pasado a asociarse con el Siglo de Oro español—. La contrarreforma, que arranca en el periodo barroco (entendido como gran reafirmación populista de la doctrina católica), ofrecía una plantilla para la reinvención política del franquismo. Franco quedó seducido por la llaneza, el misticismo y la energía visceral del pensamiento y el estilo barrocos. Era una amalgama que encajaba bien con la imagen que había concebido de sí mismo como cruzado y con la moderna construcción, que él apadrinaba, de un cuerpo político con sesgo de género surgido de una democracia orgánica. Yo sostengo que al ataviarse con las floridas galas de la contrarreforma, el régimen franquista vino a inaugurar un periodo neobarroco.
LA ORNAMENTACIÓN NEOBARROCA DEL FRANQUISMO
La articulación institucional de una democracia cristiana española comenzó con la creación de las cortes en el año 1942, gesto que vino a proporcionar «un barniz de legitimación y apoyo al régimen», por emplear las palabras de Stanley Payne. Poco después se promulgaría la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947, norma en la que se proclamaba que España era un reino y en la que también se establecía un consejo del reino, con Franco como regente vitalicio. Estos textos legales venían a completar la legislación anterior: en primer lugar, el Fuero del Trabajo de 1938, que tomaba como modelo la Carta di Lavoro instituida en la Italia fascista de 1927 y la doctrina expuesta por Pío XI en la encíclica titulada Quadragesimo Anno de 1931.
En 1945 se promulgó el Fuero de los Españoles como una especie de carta de derechos de los ciudadanos del país. En 1945 vería también la luz una Ley del Referéndum Nacional, que además de ser un complemento de esa carta de los españoles quedaría corroborada más tarde con la Ley de Principios del Movimiento Nacional, instituida en 1958 y publicada un año después como una de las leyes Fundamentales del reino en el Boletín Oficial del Estado. Por último, la ley orgánica del Estado de 1967 vendrá a culminar este proceso de institucionalización del régimen.
En los foros internacionales, el anticomunismo del caudillo encontró buena acogida, ya que en ellos Franco se presentaba como centinela de occidente y antagonista de la unión Soviética. La propaganda del régimen reivindicaría por ello que la Guerra Civil había sido en realidad una cruzada nacional contra el comunismo. Andando el tiempo, el mundo juzgaría conveniente olvidar que Hitler y Mussolini habían prestado apoyo a la causa franquista durante la Guerra Civil española. Además, gracias a la nueva fórmula de la democracia orgánica, el nacionalcatolicismo no tardaría en facilitar la rehabilitación internacional del régimen. De este modo se incorporó al nuevo cuerpo político místico del franquismo un discurso público impregnado de las rectas virtudes de la cristiandad occidental. En 1953, con la firma de dos importantes acuerdos diplomáticos, los ornamentales arreos religiosos del régimen terminarían de validar el poder de Franco, tanto dentro como fuera de España: en primer lugar mediante el pacto de Madrid, que vino a señalar el inicio de unas relaciones entre Estados Unidos y España fundadas en la prestación de ayudas económicas y en el establecimiento de bases militares estadounidenses en suelo español; y en segundo lugar a través del concordato con el Vaticano, encargado de revelar al mundo que España era la punta de lanza del catolicismo de occidente. Con el concordato de 1953, la iglesia católica lograría consolidar su poder en España, tanto en el ámbito de la educación como en el de la moralidad pública.
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