Aurora Bernárdez
El libro de Aurora
Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez
Edición a cargo de Philippe Fénelon y Julia Saltzmann
Alfaguara
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¿Quién fue Aurora Bernárdez?
Mi amiga Aurora fue una muchacha de Buenos Aires, ciudad donde nació en 1920 de padres españoles, emigrantes gallegos de primera generación. Su juventud transcurrió en los años dorados de la Argentina, cuando sus clases medias urbanas —a diferencia de muchos países europeos de la época— podían mandar a los hijos a una excelente universidad. Tuvo cinco hermanos mucho mayores que ella —de un primer matrimonio de su padre—, entre ellos un importante poeta: Francisco Luis Bernárdez, cuyo prestigio, amistad con Borges y artículos publicados en La Nación la impresionaban mucho. Y dos hermanos más de padre y madre: Teresa y Mariano, a quienes adoró eternamente.
Fue una lectora precoz y constante, se sumergió muy pronto en la literatura, pasión que la acompañó toda la vida. “Estoy hecha de papel”, me dijo una vez, ya muy mayor.
Casi naturalmente, tras sus estudios de filosofía, se convirtió en la legendaria traductora de Elcuarteto de Alejandría o de El cielo protector y de tantas y tantas obras maestras que llegaron gracias a ella a los lectores de lengua española. Mucha gente le decía que a menudo sus maravillosas traducciones mejoraban el original. Ella aceptaba el elogio, pero aventuraba irónicamente que, en sus inicios, su parcial dominio del inglés podía explicar su creativa aportación en español. Fueron muchos años, muchos autores, muchos libros, hasta que en 2014 se cerró el ciclo y se publicó su último trabajo: la traducción de los poemas de su hermana Teresa, escritos originariamente en inglés.
En 1948 una cita en la confitería Richmond de Buenos Aires con un joven escritor, Julio Cortázar, de quien había leído “Casa tomada” y a quien quería conocer, determinó el curso futuro de su vida. En agosto de 1953 se casaron en París y juntos compartieron en Europa los años más fecundos del escritor. Los dos trabajaban como traductores en la Unesco, pero siempre con contratos temporales, lo que les permitía viajar y escribir con tranquilidad buena parte del año. Hasta que a partir del terrible 1968, “Julio fue un hombre para afuera mientras yo seguí siendo para adentro”.
Conocí a Aurora en París por medio de una común amiga argentina, Marisa Rossi, al inicio de la década del 80. Desde el primer día se instauró entre nosotros una amistad basada en la confianza y la simpatía que se mantuvo invariable hasta su muerte en 2014. A partir de nuestro primer encuentro ella vino a todos mis conciertos y a todos los estrenos de mis óperas, entre ellas una basada en Los reyes de Julio Cortázar. Junto con otros amigos compartimos veraneos y también helados inviernos en Mallorca, en su casa de Deyá, posada sobre los bancales, y divertidas estancias toscanas en la pineta di Roccamare, con Chichita Calvino (nacida Esther Singer), su gran amiga, otra porteña de inenarrable talento escénico. Cuando Aurora venía a Barcelona —donde está la mítica agencia literaria Carmen Balcells, que administra los derechos de Cortázar— se instalaba en mi casa. Durante más de treinta años nunca se agotaron los temas de su portentosa conversación: “Es tan difícil hacerme hablar en público como hacerme callar en privado”, decía con exactitud.
Pero, ¿quién fue Aurora Bernárdez? ¿Qué significó ese “vivir para adentro”?
Responder esa pregunta es la finalidad de este libro. Escuchar la voz más personal de Aurora. Aunque ella nunca se decidió a publicar lo que escribía —primero su hermano poeta y después el marido escritor proyectaban sombras muy alargadas—, sabíamos que en su casa de la place du Général Beuret existían agendas y cuadernos con textos y narraciones, diarios y poesías. Pero sabíamos también que en los últimos años de su vida numerosos documentos, libros y objetos de aquella casa habían ido desapareciendo. Un día de sus últimos meses Aurora, desamparada, me señaló los estantes vacíos de su biblioteca preguntándose con angustia qué había pasado, quién había venido, dónde estaban los libros.
Cuando ella murió, la rápida intervención de su heredero mantuvo a salvo todo lo que quedaba. En un pequeño armario encontró los cuadernos y las agendas, origen de la selección que ofrecemos en este libro.
La poesía se publica siguiendo el orden de una lista precisa establecida por la propia Aurora en una agenda de 1996. Había también poemas terminados escritos en hojas sueltas, fuera de esa ordenación.
Las notas eran muy diversas. En cuadernos escolares aparecían borradores de poemas, cuentos y traducciones, narraciones de sueños, viajes. En numerosas agendas abundaban referencias breves de la vida corriente, citas, encuentros. Aurora empezaba a veces un cuaderno y lo abandonaba, hasta que diez años más tarde volvía a escribir en él sobre distintos temas. En un cuaderno de 1954, por ejemplo, se encuentra una traducción de un largo fragmento de Amers, de Saint-John Perse, seguido de textos fechados en 1963.
Cuando había diversas versiones se ha tomado en cuenta la última. La transcripción no ha sido fácil. En algún momento Aurora utilizó una tinta verde que con el tiempo se desvaneció para el ojo humano. Gracias a un procedimiento técnico milagroso se ha conseguido la “reaparición” de esas páginas.
Este volumen contiene también la única entrevista que Aurora concedió en toda su vida. Se titula “Nunca me fue mal”. Esta expresión, que ella utiliza en la conversación, retrata su carácter. En realidad muchas cosas fueron mal, como en la vida de todo el mundo, pero ella se mantuvo en toda circunstancia como la joven que nunca dejó de ser: sonriente, elegante, literaria, conversadora… pero también secreta, para adentro.
Que este libro sirva a la memoria de la que fue nuestra amiga, para siempre.
P HILIPPE F ÉNELON
Barcelona, enero de 2017
Poesía
La tarea de escribir y otros poemas
L A TAREA DE ESCRIBIR
Llenarás las palabras de ti mismo,
llenarás las palabras de palabras,
llenarás con las cosas las palabras:
quedan siempre vacías.
Vaciarás las palabras de ti mismo,
vaciarás las palabras de palabras,
vaciarás de las cosas las palabras:
queda siempre el vacío.
¿Dónde estarás tú mismo,
dónde las cosas, dónde las palabras?
L A DESPEDIDA
No estabas en el muelle.
Otros —mi padre— agitaban pañuelos.
Entre mugidos fúnebres partimos,
la orilla se enturbiaba:
¿de lágrimas, de ocaso, de distancia?
Leías diariamente las noticias
de mi mundo de aquí, yo las del tuyo.
Pero nadie decía qué comías,
si tenías frío o calor o te aburrías.
¿Quedaba en mí tu imagen
o la inventé al regreso?
¿Fue real lo vivido? (te pregunto)
¿Vivimos lo vivido?
Del otro lado nadie me responde.
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