Baltasar Garzón - La fuerza de la razón
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- Libro:La fuerza de la razón
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2011
- Índice:4 / 5
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La fuerza de la razón: resumen, descripción y anotación
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Una larga entrevista del gran escritor gallego Manuel Rivas a Baltasar Garzón sobre el acoso que ha padecido el último año y que le ha acabado expulsando de la Audiencia Nacional. Baltasar Garzón es uno de los jueces más admirados, temidos y denostados de la España democrática. Su trayectoria le ha convertido en protagonista de una infinidad de causas de gran interés mediático, la lucha contra ETA, la lucha contra el narcotráfico, la guerra sucia de los GAL, el caso Pinochet o la memoria histórica. Tres causas abiertas contra él el año pasado le han acabado apartando de la Audiencia Nacional sin que siquiera se haya celebrado el juicio. Isabel Coixet y Manuel Rivas, recogiendo el sentir de gran parte de la sociedad española, se reunieron para dar al juez Garzón la oportunidad de hablar y contar los acontecimientos de los últimos meses y lo que realmente significa la causa contra él. Este es el resultado, un documento único para entender la historia reciente de este país y el modelo de justicia que se quiere imponer.
Baltasar Garzón
ePub r1.0
lvs008 28.04.16
Título original: La fuerza de la razón
Baltasar Garzón, Marzo de 2011
Retoque de cubierta: lvs008
Editor digital: lvs008
ePub base r1.2
A Saramago: la fuerza de la ética,
la razón y la tolerancia.
El 18 de diciembre, me levanté a las cinco de la mañana para coger un tren a Madrid. Mientras el día se despertaba detrás de las ventanas cubiertas de vaho del AVE, pensamientos contradictorios se paseaban sin rumbo por mi cabeza. Hacía unos meses, en julio, le había escrito al juez Baltasar Garzón, al que no conocía personalmente, con el propósito —aún inconcreto, sin delimitar— de filmar un documento en el que él hablara de la situación por la que estaba atravesando. Como único argumento decía: «… si me preguntas por qué quiero hacer esto, las únicas cosas que se me ocurren son: porque la cantidad de porquería que cada día se vierte sobre ti me causa una indignación visceral que me es difícil explicar con palabras y porque tengo una hija de doce años y no quiero que crezca pensando que a la gente que brilla en su trabajo la castigan precisamente por eso, es la única explicación que poseo». Tras esta primera comunicación, me contestó dándome las gracias, pero sin —comprensiblemente— demasiadas ganas de hablar sobre el proceso —los procesos— que estaba viviendo. Pasaron los meses se fue a La Haya. Aparecieron nuevas causas. A cada nueva noticia alrededor del juez Garzón, crecía mi perplejidad y aumentaba mi estupor. Mi indignación ya no podía ser mayor. Seguí insistiendo. En mi cabeza le daba vueltas a una cita que no sé de dónde había salido, pero que me parecía muy significativa en el caso de la trama judicial que envolvía al juez Garzón: «Un juez inicuo es peor que un verdugo». Finalmente, tras diversas tentativas, quedamos en Madrid. Le pedí a Manolo Rivas —alguien con la templanza de la que yo carezco— que ejerciera de interlocutor. Ahora que se acercaba el momento de rodar algo que había acariciado durante tantos meses, sentí ese extraño hormigueo de alerta en el estómago que siempre antecede a los momentos cruciales. En el apartamento que nos habían prestado hacía mucho frío. El cielo de Madrid, extrañamente plomizo aquel día, no recortaba los tejados con la nitidez que acostumbra. No conseguí averiguar cómo se encendía la calefacción. Llegaron casi al mismo tiempo Baltasar Garzón y Manolo Rivas. Breves saludos. Situamos las cámaras. Colocamos vasos de agua. Y grabamos más de seis horas que recorren la carrera del juez Garzón desde sus inicios hasta este momento en que peligra su permanencia en la carrera judicial. En ellas afloran los temas que, para mí, son absolutamente definitorios del momento que estamos viviendo como país: las mentiras y las calumnias que se repiten de una manera perversa y que acaban convirtiéndose en verdades incuestionables para la opinión pública, los celos y las envidias personales que acaban envenenando cualquier objetividad posible, el concepto de justicia universal que es denostado en el momento en que se habla de conflictos históricos locales, el poder de la corrupción institucional que ha calado de tal manera que el problema no es ya la corrupción sino el que no te pillen. Y, en medio de todo esto, un juez que, a mi modo de ver, no ha hecho más que hacer su trabajo. Con rigor, con pasión y con entusiasmo. Algo de lo que no andamos precisamente sobrados. Al acabar de grabar las seis horas, sentí que el hormigueo de alerta había estado justificado: que había merecido la pena insistir. Los que allí estuvimos ya no teníamos frío.
El montaje de una hora y media, como todos los montajes, es solo uno de los muchos que se podrían haber hecho. Cuando se lo mostramos a Baltasar Garzón, dio su aprobación inmediatamente, sin tocar un fotograma. Luego dijo tímidamente: «¿No se me ve muy crecido?». No dudé en contestar: «Baltasar, si con todo lo que estás pasando no se te viera crecido, ¡empezaría a preocuparme!».
ISABEL COIXET
Barcelona, 16 de enero de 2011
El buen periodismo exige precisión. El titular de un buen editorial en el periódico tal vez más influyente del planeta tiene que llevar la precisión al extremo. Y este fue el titular del primer editorial del New York Times, el 9 de abril de 2010: «An Injustice in Spain».
Sí, una injusticia en España.
Se refería al procesamiento de Baltasar Garzón («el más conocido de los magistrados españoles») por intentar abrir una investigación judicial por los crímenes del franquismo, en particular por la desaparición de más de cien mil personas durante la guerra provocada por el golpe militar de julio de 1936 y la posterior década, la llamada «posguerra», marcada por una represión sin piedad.
El núcleo central de la argumentación podría ser esta frase, directa y lacónica como un aforismo: «Los crímenes reales en este caso son las desapariciones, no la investigación de Garzón». El rotativo destacaba la larga y laboriosa trayectoria de un juez «valeroso», que se enfrentó, dentro y fuera de su país, a poderosas fuerzas criminales, fuesen terroristas, dictadores, políticos corruptos o capos mafiosos. Pero en el editorial del NYT, con esa señalada voluntad de precisión, hay un detalle muy importante. La situación que vive Garzón —y, con él como símbolo, la España democrática— era desvendada como un hiriente contrasentido histórico: «Spain needs an honest accounting of its troubled past, not prosecution of those who have the courage to demand it».
Pero a eso asistimos, todavía incrédulos. Al absurdo histórico. A un «auto de fe» inquisitorial a comienzos del siglo XXI. A la fatídica cuenta atrás de una pesadilla que presenta la trama de un cruel oxímoron. El «juez pionero de la justicia universal», (Le Monde) va camino del banquillo. Quien encarna como pocos la justicia democrática es desposeído de su función, de su toga ejemplar, y no solo es procesado, sino sometido a la humillación en el espacio público con el «sambenito» de denuncias tan delirantes como aireadas, propias de un macartismo castizo, esperpéntico, sí, pero torvo y dañino, encriptado en estamentos poderosos. Quien ha tenido el coraje de investigar por vez primera desde el ámbito judicial el holocausto español (según datos actuales, entre 136 062 y 152 237 detenidos-desaparecidos por los que el Consejo de Europa denomina «escuadrones de la muerte franquistas», además de miles de niños robados) está a punto él mismo de ser un «desaparecido» como juez, en un episodio que nos recuerda, entre otros clásicos de la ironía más perturbadora, el capítulo del juicio en
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