Pablo Hernández Garzón - Un perro en el diván
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- Libro:Un perro en el diván
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2008
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Un perro en el diván: resumen, descripción y anotación
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Un perro en el diván — leer online gratis el libro completo
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Sé que estaba orgulloso de mí, aunque
tardé en descubrirlo. Estoy seguro de que
este libro le habría hecho estarlo aún más.
¿Sabía usted que los animales domésticos tienen, como los humanos, problemas de comportamiento? ¿Y que existen especialistas en resolver estos problemas? Pablo Hernández es precisamente eso: un etólogo, un psicólogo veterinario. Su labor le ha llevado a tratar todas las situaciones y relaciones que se pueden dar entre los perros y sus dueños, desde las más conflictivas a las más curiosas.
En este libro ha plasmado sus experiencias, narradas en forma de divertido relato de su jornada profesional. Multitud de historias reales en las que se enfrenta a particulares casos de psicología canina cuya resolución puede ayudar a todos los perros con los mismos problemas.
HARPO, el bulldog francés que siempre aullaba en ausencia de sus dueños.
REY, el bichón maltés que se empeñaba en marcar todos los rincones de la casa.
LUNA, la galga adoptada y asustadiza.
NESKA, la pastora alemana que no paraba de morderse la cola.
LEÓN, el teckel agresivo.
Pablo Hernández Garzón
LEÓN, EL TECKEL AGRESIVO,
LUNA, LA GALGA ASUSTADIZA,
y otras historias de la psicología canina
ePub r1.0
TaliZorah09.07.13
Título original: Un perro en el diván
Pablo Hernández Garzón, 2008
Editor digital: TaliZorah
ePub base r1.0
PABLO HERNÁNDEZ GARZÓN. Gato de la cabeza a los pies, nació el 18 de mayo de 1968.
Tras cursar los estudios de Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, se dedicó durante unos años a la práctica clínica general. Posteriormente compaginó esta actividad con la especialidad de etología en pequeños animales. En el año 2000 pasó varios meses en la Universidad de Cambridge formándose en dicha especialidad. Desde que regresó de Inglaterra, toda su labor profesional se ha centrado en el estudio y tratamiento de los problemas de conducta que afectan a los animales de compañía.
Actualmente comparte su vida con dos perras, siete gatos y Margarita.
Agradecimientos
A Torpe, por su «animalidad», su apoyo, en fin, por ser ella.
A Pepe, por su interés, sus consejos y, cómo no, su amistad.
A mi familia, por aguantarme.
A mis editores, por confiar en mí.
Y, por supuesto, a mis clientes y pacientes, parte esencial de este libro.
A brí un ojo. Lo más difícil ya estaba hecho. Abrí el otro. Ya sólo quedaba echarle valor y despegar las sábanas del cuerpo, tarea nada fácil en mi caso. Reconozco que siempre me ha costado levantarme. Aún hoy me parece estar oyendo a mi madre cuando, viviendo todavía en su casa, me decía después de haberme llamado cinco, seis o hasta diez veces sin resultado alguno: «Nooo, si para acostarte no tienes prisa, pero luego para levantarte no hay quien te mueva… ¡Te quieres levantar de una veeeez!». Era un viernes del mes de octubre y empezaba a hacer frío. ¡Y se estaba tan a gusto en la cama! Mientras sopesaba si de una vez me levantaba o no, sentí en la cara una humedad familiar. Kika, mi perra cruce de husky siberiano, había empezado a lamerme como tenía por mala costumbre cuando me veía en posición horizontal. Ya no había remedio; si no quería acabar con un eritema facial gracias a su cariñosa insistencia lo mejor era ponerme en pie de inmediato.
Encendí un cigarrillo. Las buenas costumbres no hay que perderlas y yo, una vez pongo los dos pies en el suelo al bajarme de la cama, lo primero que hago es fumar. Bueno, la verdad es que es lo primero que hago al levantarme, diez minutos después, cuando salgo de la ducha, antes de desayunar y después… y, cómo no, lo último antes de acostarme. Fumo mucho y, como dijo María Dolores Pradera en una entrevista que le hizo Cayetana Guillén Cuervo en televisión, fumo «muy feo», mordiendo la boquilla del cigarro hasta casi acabar con ella. ¡Qué le vamos a hacer!
Ya en la ducha, intenté repasar mentalmente la mañana que tenía por delante. Pero algo se interponía entre mis pacientes y yo. Una más que apreciable «curvita de la infelicidad» atraía recurrentemente mi atención. Llevaba tres semanas padeciendo, de manera voluntaria, un proceso de desintoxicación de Coca-Cola y hasta ese momento los resultados eran descorazonadores.
Maldije, miré al frente y sólo así logré centrarme en los casos. En primer lugar debía ir a visitar al perro de un matrimonio que, por lo visto, no quería dejar de orinarse en la vivienda. Después tenía otra cita con una pareja joven que estaba sufriendo las iras de los vecinos porque su animal ladraba, aullaba y lloraba cuando lo dejaban solo (y probablemente no hacía nada más porque, como todo el mundo sabe, los perros todavía no han aprendido a insultar). Por último, antes de la comida, el turno era para la familia García-Corralejos. Habían contactado conmigo a través de su veterinario, ya que su perra pastor alemán tenía la cola mucho peor de lo que hubiera tenido yo la cara si hubiese dejado que Kika me la siguiera lamiendo. Probablemente y, bromas aparte, éste iba a ser el caso más complicado de todos los que tendría hoy.
Pero, ahora que caigo, he empezado a contar mi vida, así como si nada, y ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Hernández, Pablo Hernández. No me gusta el martini, ni agitado ni removido, pero me encanta el cine, tengo treinta y ocho años, mido uno setenta y pico, el peso no lo voy a mencionar, para no asustar, y en general podría decirse que soy una persona «relativamente» normalita… salvo, quizá, por mi profesión: soy etólogo veterinario. ¿Que qué es eso? Buena pregunta. Para algunos soy un psicólogo de animales, para otros algo parecido a un adiestrador de perros y, para los menos, afortunadamente, «… el chico este que ha venido a casa a ver a Panchi», como comentan a su cuñada cuando les pregunta por teléfono por qué no la pueden atender en ese momento. En realidad, y de forma resumida, mi trabajo consiste en corregir (o tratar de hacerlo) los problemas de conducta que afectan a los animales de compañía, es decir, perros y gatos principalmente.
Hay mucha gente que aún hoy no ha oído nunca esa palabra: etólogo. Cuando te dicen que el veterinario les ha recomendado que hablen contigo porque eres enólogo, entomólogo o ecólogo, te das cuenta de que lo que para ti resulta normal, para ellos es algo como de otra galaxia. Sin embargo, en lo que muchos coinciden es en afirmar que debe de ser un trabajo la mar de interesante. La verdad es que es un trabajo poco habitual y generalmente apasionante pero, sobre todo, muy, muy peculiar. En cualquier caso, para el que piense, como dicen burlándose los amigos, familiares y conocidos, que tumbamos al animal en un diván y nos dedicamos a hablar con el perro o gato en cuestión, que quede claro que esto no es así. «¡Qué pena!», pensarán muchos. «¿Ah, no?», se extrañarán otros. Y, entonces, «¿cómo se hace?», se preguntará la mayoría. A todos ellos, debo informarles de que nuestro trabajo como veterinarios especializados en corregir problemas de comportamiento consiste básicamente en hablar mucho con el propietario, observar al animal y tratar de modificar la conducta, tanto de uno como del otro, mediante diferentes técnicas, para conseguir que la relación sea mucho más satisfactoria para todas las partes implicadas. Y eso es todo, ya está. Ni divanes, ni gestos al estilo Cocodrilo Dundee para amansar a las fieras, ni látigos como Ángel Cristo, ni nada parecido.
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