Bernard DeVoto - Más allá del ancho Misuri
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- Libro:Más allá del ancho Misuri
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1947
- Índice:4 / 5
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Más allá del ancho Misuri: resumen, descripción y anotación
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EL VIAJERO DE LA PRADERA
(1833)
Para el pionero americano que se encuentra tan al oeste como Illinois y Misuri, la palabra «pradera» significaba un lugar sin árboles, pero con una tierra tan fértil que plantar en ella podía ser, como dijo Gran Oso de Arkansas, peligroso. El pionero siguió el río Misuri por el estado que tomó su nombre y todo aquel territorio era una tierra exuberante y fértil. En la frontera occidental del estado el Misuri giraba al norte… y la palabra «pradera» comenzaba a significar «desierto». Desde ese punto el río era la frontera entre la tierra del Señor y el Gran Desierto Americano.
Parte de ese cambio podría ser debido a otra palabra, «sabana». Era una palabra poética y poderosa. Una sabana estaba solo en la mente, en el borde de la mente, en la imaginación. Sugería prados a la luz del sol, bosquecillos junto a arroyos, algo encantador y fértil y lejano. Mientras el pionero aún seguía a los pies de la montaña, las sabanas eran lo que podría ver desde las montañas Cumberland cuando mirara abajo hacia un territorio que todavía era una fábula, Kentucky. Los navegantes españoles de rostros barbudos encontraron sabanas en Florida solo mientras esa provincia continuó siendo una fábula. El problema era que Florida y Kentucky dejaron de ser fábulas, dejaron de serlo y quedaron reducidas a la realidad, y las sabanas se trasladaron más al oeste. Había sabanas allá donde uno no había estado a lo largo del curso del Misisipi.
Es decir, las sabanas eran algo de la espectral Kentucky, la tierra a la que todavía no habíamos llegado, la fantasía, el Lyonesse americano. Y más allá del Misisipi estas se extendían hasta el océano Pacífico, con hierba que le llegaba a un hombre hasta los hombros y el aire perfumado con los aromas de flores de árboles exóticos. Sin embargo, se sabía que cuando se atravesaban se llegaba a las Montañas Rocosas. En ocasiones se las llamaba las Montañas Brillantes (La montagne dont la pierre luit jour et nuit). Alcanzaban las cinco millas de altura, una sola cordillera elevándose entre la hierba. Tal vez jamás pudieran ser atravesadas… pero daba igual, había sabanas todo el camino, la tierra más fértil del planeta.
Pero no cuando llegamos al río Misuri. Aquí las sabanas murieron por el impacto y las estepas ocuparon su lugar. Meriwether Lewis y William Clark regresaron de territorio inexplorado en 1806. Habían encontrado maravillas allí, pero muy pocas de las que se esperaba que encontraran, desde luego no encontraron a las Tribus Perdidas de Israel ni a los Indios Galeses, ni un solo mamut, ni tan siquiera la montaña de sal que se suponía que medía ciento ochenta millas de largo. Pero habían cruzado un territorio árido y eso les dejó una huella que su paso por las Montañas Rocosas no dejó. Usaban la palabra «desierto» en pocas ocasiones, pero las palabras «sin árboles» aparecían por doquier en sus diarios durante todo el tiempo que tardaron en cruzar la Divisoria Continental, y no desaparecieron del todo hasta que los exploradores se precipitaron por la cordillera de las Cascadas en una canoa. Muchos de los lugares los definían como áridos y frecuentemente anotaban que la tierra parecía yerma. El libro que Nicholas Biddle escribió a partir de sus diarios fue publicado en 1814.
El libro de Zebulon Pike ya había sido publicado en 1810. Pike había encontrado desierto por todas partes en el oeste. Mencionaba África; se refería al Sáhara y al viento levantando arena como un fuerte oleaje en medio del océano. Cuando el cronista del comandante Stephen Long, Edwin James, publicó un libro en 1823, muchas personas ya estaban descubriendo en primera persona cómo era el Oeste, pero ellos no escribían libros. El comandante Long y el doctor James decían que era un territorio estéril, la tierra del cormorán y la garza. Los nómadas podían vivir allí, pero nadie más; no había madera y escaseaba el agua, el suelo estaba envenenado, solo había cactus, artemisa y arena. Era una tierra quemada.
Además de África, James mencionó Siberia, e incluso antes que él, en 1817, un escritor que había viajado al oeste con los tramperos de John Jacob Astor mencionó Siberia y, por si acaso no era suficiente, añadió Tartaria y Palestina. Tartaria fue la más acertada: el Oeste era un territorio de estepas. La pradera sería a partir de ahora un desierto. La frontera oeste de Misuri fue fijada en 1820 y separaba el territorio del pionero de Tartaria. El Gran Desierto Americano había nacido.
Desde antes de 1800, canoas y piraguas habían transportado las pieles hasta San Luis desde las estribaciones norte del Gran Desierto Americano. A lo largo de la década de 1820 las barcazas las transportaban desde allí, y a principios de 1831 también los barcos de vapor. El comercio por tierra con Santa Fe se inició en 1822, aunque mucha gente había bajado ya por la histórica ruta y regresado por ella en años anteriores. Los primeros convoyes de mercancía del Platte llegaron en 1825. En enero de 1825, el senador por Nueva Jersey aseguró a sus colegas que todo el territorio desde Council Bluffs hasta las Rocosas, y desde el río Sabine hasta Canadá, era «prácticamente en su totalidad inadecuado para el cultivo y por supuesto inhabitable por personas que dependieran de la agricultura para su subsistencia… La región entera parece peculiarmente adecuada para pasto de búfalos, cabras salvajes y otras presas de caza».
En la época que tratamos en este libro, varios cientos de hombres cruzaban el Gran Desierto Americano cada año y su comercio se había incorporado al comercio mundial. Daba igual: seguían insistiendo en que era inhabitable, que la tierra se negaba a dar cosechas y que tampoco había pasto para el ganado doméstico. También Washington Irving, que jamás había estado allí, a finales de la década de 1830. E incluso Josiah Gregg, que había estado allí y se enamoró de aquel territorio en 1844. Este último año fue el que siguió a la Gran Migración, y en 1844 el editor del Defensor Cristiano, cuya iglesia había mantenido una misión en Oregón durante diez años, pensaba que Botany Bay era un lugar bastante más favorable para emigrar. Ese mismo año, sin duda, Daniel Webster no realizó las declaraciones que han sido atribuidas a su persona desde entonces: «¿Qué se nos ha perdido en esta vasta y yerma área, esta región de salvajes y bestias, de desiertos, de arenas movedizas y torbellinos de polvo, de cactus y perros de las praderas? ¿Para qué podrían servirnos estos grandes desiertos o estas interminables cordilleras montañosas, impenetrables y cubiertas de nieves eternas hasta los pies?… Jamás votaré para que se destine ni un solo centavo del erario público a acercar la costa del Pacífico ni una pulgada más a Boston de lo que ya está». El señor Webster ha sido difamado, jamás hizo tales declaraciones… pero lo importante es que ese discurso era tan común dentro y fuera del Congreso que cualquier expansionista hubiera podido creer que las había realizado. Y John Charles Frémont, que atravesó la tierra baldía en 1842, a su regreso afirmó que tal vez una sociedad de pastoreo pudiera habitar algunas zonas, pero no eran muchas ni grandes extensiones, y que el resto era estepa. Al año siguiente cambió de idea y comenzó a prestar su principal servicio a la historia de Norteamérica con sus exploraciones, encogiendo el gran desierto hacia su centro. Sin embargo, el Oeste era la estepa de Tartaria allá donde la fiebre del oro de California y más allá, hasta que la Union Pacific comenzó a enviar al Este melones cultivados en el mismo corazón del territorio.
Los geógrafos no leían los periódicos. A principios de la década de 1830, los pequeños semanarios locales habían publicado las suficientes cartas y diarios de jóvenes que habían cazado castores en el desierto como para ubicar todos los accidentes geográficos al este de las Rocosas y todos los de Oregón, si alguien se hubiera preocupado de triangularlos. Solo Albert Gallatin lo hizo. El Departamento de Guerra tenía suficiente información en sus archivos para corregir los mapas, pero no lo hizo. El congresista John Floyd de Virginia, cuyo primo había marchado al Oeste con Lewis y Clark y murió de camino, y los senadores Linn y Benton de Misuri y unos cuantos otros políticos hacían lo que los geógrafos y el ejército no hacían: leían los periódicos locales y hablaban con las personas que habían estado allí. Sabían cómo era el Oeste; los cartógrafos no.
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