Camilo José Cela - Nuevo viaje a la Alcarria
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- Libro:Nuevo viaje a la Alcarria
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1986
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Nuevo viaje a la Alcarria: resumen, descripción y anotación
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Publicada por primera vez en 1986, es una nueva aventura sobre los caminos que colmaron sus afanes viajeros de juventud y que le dieron merecida fama de caminante. En el primer Viaje a la Alcarria hay un lirismo, sentimiento del paisaje, comunión con las gentes de una España rural pobre, solidaria y postrada; pero, cuarenta años después, Camilo José Cela se echó de nuevo al camino y ya nada fue igual… Iba en un gran coche descapotable y con choferesa negra, Viana Oteliña Gordon que, a la postre, suscitó más interés y regocijo que el viajero.
Camilo José Cela
ePub r1.0
Ramut 21.06.16
Título original: Nuevo viaje a la Alcarria
Camilo José Cela, 1986
Editor digital: Ramut
ePub base r1.2
…e dende fasta dentro en las Alcarrias así commo descende Tajuña en Jarama.
Fuero de Oreja, romanceamiento antiguo.
La naturaleza siempre favorece a los que desean salvarse.
MATEO ALEMÁN, Guzmán de Alfarache.
CAMILO JOSÉ CELA (1916-2002) ha sido uno de los grandes escritores españoles del siglo XX. Autor de novelas determinantes en la evolución de la narrativa española como La familia de Pascual Duarte o La colmena, narrador de viajes, investigador y experimentador con el idioma, Cela ha merecido galardones del ámbito hispánico como el Premio Cervantes (1995), o del internacional como el Nobel de literatura (1989).
[1] Transcribimos «arbóles» con acento en la o, aunque no lo necesitaría, para evitar que el lector pueda entender «árboles» por atribuir a errata la ausencia del acento esperado. (N. del E.).
[2] Este buen deseo de la despedida no se hizo cierto y el día de Todos los Santos de 1986, al tiempo de corregir el viajero las pruebas de este libro, falleció Doña Pilar Sastre, viuda de Batanero, en su casa de Gárgoles de Abajo. Su esquela apareció en el ABC el día de los Fieles Difuntos. Descanse en paz la que vivió tan largos años con señorío y con dignidad.
[3] Esto, naturalmente, no es verdad, pero el viajero se lo escuchó a su cuñado Eutiquio y le gustó tanto que no supo resistirse a la tentación de ponerlo.
[4] El día de San Policarpo de 1986, fecha en la que bautizaron con el nombre del viajero a una calle del pueblo que por esta página se camina, Quiterio del Castillo le dio en propia mano la siguiente carta.
«Apreciable señor: sobre la cuartilla que le entregué [el 12 de junio, Santa Antonina, de 1985] diciendo que mi primo Felipe del Castillo le vendía el queso, la miel y el salchichón que usted le rechazaba cuando no iba en tripa de cerdo, yo no soy el protagonista, el protagonista es Felipe del Castillo, pero él me mandó los datos por teléfono diciendo le recordara lo que él le vendía en su finca o chalet de la urbanización Bonanova.
Le doy estas letras para si puede ser lo rectifique y yo quedo agradecido.
Reciba un afectuoso saludo.
Quiterio del Castillo».
Queda hecha la enmienda porque la historia no debe falsearse jamás.
El día de San Quirino, obispo y propagador de la verdadera fe al que el déspota Galerio de Iliria mandó tirar al río con una piedra de moler atada al cuello, el viajero, que hace ya treinta años que se fue de Madrid, vuela en aeroplano hasta Madrid.
En la ermita de la Virgen de la Salud, en Barbatona, hay exvotos de suertes variadas; los más bonitos son los de mata de pelo: Virgen mía, te daré mis cabellos trenzados si mi novio vuelve de Marruecos; Virgen santa, para ti mis trenzas si la muerte no se lleva al hijo de mis entrañas. También los hay de brazos, piernas y ojos; los de vísceras escasean más, se conoce que no es costumbre porque pudren enseguida.
El viajero tiene casa en Madrid pero la usa poco porque no sabe hacerse ni la cama ni el desayuno y no siempre tiene a mano una mujer que le socorra; ésta su falta de acucia quizá cuelgue a consecuencia y resultas de la educación machista.
En Arbancón, entre Cogolludo y Jócar, vive el tío Hermenegildo, que empezó de botarga en Beleña y talla las máscaras en madera de nogal.
El viajero, ya en el hotel, se corta el pelo, se arregla un poco las uñas, contesta a unas preguntas para televisión atiende a un señor de Alcalá de Henares que le pide un autógrafo y que, según confesión propia, hace unos años era obrero y hoy fabrica dos millones de bolsas de plástico cada día.
—¿Hábiles y feriados?
—No, no; feriados, no.
El viajero almuerza con unos paisanos suyos en una taberna que queda frente al Retiro, duerme después la siesta, se levanta y responde a las preguntas de una periodista que es medio sobrina suya, habla con dos amigos, uno detrás de otro, con uno de un congreso de escritores que va a haber en las islas Canarias y con el otro del establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel y, cuando se queda solo, toma una taza de té, advierte que no le pasen ninguna llamada telefónica y se da un baño deleitoso y reconfortador, casi vicioso.
En la habitación del hotel el viajero está sentado en una butaca, en porreta y con las ajadas vergüenzas a su caída, con los pies encima de la mesa, el mirar perdido y medio distraído y la mente deshabitada.
—¿Va usted a llegarse a Cañaveruelas, donde el pocillo de Canta Haber?
—No; no creo que me salga de la provincia de Guadalajara.
Al viajero, que es agradecido de natural, el solo pensamiento de la huida le llena de consuelo y le brinda la conformidad restañadora y la paz serena con que los dioses premian a quienes aciertan a hacerse al monte a su debido tiempo, ni antes ni después.
—¿Se acuerda usted de la Asunción Turmiel Torrubia, la carbonerita de Anquela del Ducado que llegó a acomodadora del cine Carretas?
—¿Cómo no he de acordarme, con lo buena que estaba?
El viajero se dispone a comenzar ésta su nueva andadura completamente harto de todo, bueno, no se debe ser nunca exagerado, digamos que ligeramente harto de todo: de la familia, del correo, del telégrafo, del teléfono, de los poetas y los prosistas, de los editores y los traductores, de los pintores y los dibujantes, de los periodistas y los prologuistas, de los profesores y los académicos, de los antólogos y los críticos, de los fotógrafos, de los civiles, los militares y los eclesiásticos, de los sociólogos y los políticos, de los economistas y los pensionistas, de los ejecutivos agresivos y los jubilados resignados, etcétera. Las únicas instituciones de las que el escritor no reniega, quizá porque aún no le escarmentaron, son la literatura, la libertad, la amistad y el manso y deleitoso rijo, cada una a su debido tiempo y por su orden; todo lo demás —piensa a veces— no es sino vana fantasmagoría pompas y vanidades y miedo a dejar de comer caliente. El viajero piensa que quizá sea saludable su relativo hartazgo porque, tras la saturación, suele presentarse el arco iris del nirvana. Ya veremos.
—¿Se va a acercar a Pedregal, el pueblo de los rayanos?
—No; tampoco quisiera salirme de la Alcarria.
El viajero está más solo que la una pero esa sensación no le molesta; hace ya muchos años que el viajero sabe que la soledad es el precio de alguna que otra cosa: la independencia, la paz con uno mismo, el corte de mangas al purgatorio, la libertad de pasar por este valle de lágrimas sin demasiadas bridas en la conciencia y el pensamiento y así sucesivamente.
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