El libro que os ocupa tiene más de diez años de historia. La historia de Fabio y servidor. A estas alturas del partido no seré yo quien os explique y cuente quién es Fabio. Para eso, el propio protagonista ha dado el paso de parir su autobiografía, y quién mejor que él para contarle al mundo de dónde viene y adónde va. Eso sí, el tiempo que me ha costado convencerle para tal labor ha sido mucho, lento y prolongado. Pero quien la sigue la consigue, y después de haber estado recibiendo reiteradas negativas por su parte fue hace un par de años cuando me dio la gran noticia:
—Ya ha llegado el momento. Y tú, Mario, eres la única persona a la que conozco que puede estar a mi lado escribiendo mi vida.
Mi relación con Fabio se remonta al año 1993, concretamente al mes de octubre, cuando le vi actuar por primera vez en el Morocco de Madrid. Desde ese día, aunque ya sabía de su existencia, se convirtió en obsesión. Cual «fan fatal de catálogo» que soy de todo aquel o aquello que me produce interés, empecé a empaparme de lo que iba descubriendo, y aprovechando la asignatura de Redacción Periodística en la carrera, muchos de los trabajos que escribí estaban relacionados con él. De vez en cuando me lo cruzaba por la calle, por algún que otro bar, incluso —juraría que él no lo recuerda— una vez se ofreció a llevarme en su Vespino a la parada del autobús.
Nuestro primer encuentro real y cercano fue en casa de Luis Miguélez, en la calle Mesonero Romanos; la excusa: una entrevista con motivo del lanzamiento del disco «A Ttutti Plain». Ahí ya me dejó KO. Ese mismo día me firmó un póster con la dedicatoria: «Para Mario de tu Fabio». Y así pasó el tiempo, entre más conciertos, encuentros y demás actos sociales, hasta que ya en 1999, al convertirme en «el marido de Alaska» se afianzó nuestra relación. Una relación que ha pasado por todo: más conciertos, cenas, comidas y exposiciones en los que descubrirle en profundidad me hicieron tener claras todas mis sospechas: Fabio es lo mejor que ha dado este país.
Su forma de hablar y expresarse —que es única—, sus ocurrencias, sus modelos, sus reflexiones, su sentido del humor, de la estética, sus composiciones, sus escritos… todo en él es demasiado para poder juzgarlo —y a veces entenderlo— si no le conoces en profundidad. Porque sin pretender ni querer caer en el piropo excesivo me atrevería a decir que Fabio es de otro planeta. Para lo bueno y para lo malo. Una merienda con él es una tarde de aprendizaje, desde lo más ligero hasta lo más trascendental. Porque Fabio combina a la perfección ambos mundos; mundos que no le son ajenos, pero que hace propios llevándoselos a su terreno al impregnarles el sello de la casa. El sello Fabio.
Según iba conociéndole, y abusando de su confianza, surgió la idea de escribir su libro de memorias. Recuerdo una cena en mi casa rosa recién inaugurada, allá por el 2003, con Blanca Sánchez, su eterna amiga y de todos los que la conocimos, junto a Olvido y Jesús, en la que entre plato y plato fuimos dando forma al libreto. Pero todo quedó en una simple «reunión de amigas». A los dos días Fabio, con mucha prudencia y educación —cualidades que nunca le han faltado—, me confesó que no lo veía nada claro, así que mi gozo en un pozo. Durante este tiempo hemos vuelto a pasar por todo: pérdidas de amigos comunes, risas, exposiciones, cuadros, encargos, viajes y mil historias más. Y en todo este momento he seguido insistiendo. Y a la vez descubriendo a Fabio y, por ende, su vida.
La vida de alguien más que especial que se ha caracterizado, como podréis comprobar a lo largo de estas páginas, por hacer en cada momento lo que siente. Una vez más, para bien y para mal. La historia de Fabio, repleta de vivencias, anécdotas y situaciones que se prolongan hasta hoy. Porque lo que me ha quedado claro —de ahí que haya cambiado el enfoque del libro— es que estamos ante el testimonio de alguien hablando a tiempo real y en primera persona. Única y exclusivamente porque está viva. Así que este libro no hay que abordarlo como una antología, que es como lo concebí al inicio, sino como la biografía del propio protagonista hablando desde el presente. Vivito y coleando.
Y es que servidor, en su afán de dar rienda suelta a su profesión «oficial» —la de periodista—, una vez que recibió la bendición y el sí quiero de Fabio de co-escribir sus memorias, hizo un listado interminable de todas aquellas personas que podían proporcionar información y detalles de su vida. Grave error, sobre todo cuando puedes disponer de primera mano de la voz del actor principal de la obra. Y es así como, después de mis primeras charlas con Fabio, en su estudio o en mi despacho, me di cuenta de que para nada servía estar molestando a nadie para que me contaran más historias, entre otras cosas porque no lo iban a hacer igual de bien que Fabio. Las más de sesenta horas que he grabado en mis encuentros con él así lo demuestran. En ellas se aprecia su ejercicio de memoria prodigiosa, desmontado las leyendas urbanas, siempre tan absurdas y basadas en los estereotipos, así como su primer «desnudo integral» ante el mundo —es una de las personas más tímidas que he conocido—. Demostrando que la evolución es patrimonio exclusivo de las personas que tienen fundamento y sentido común. «No hay nada más triste en este mundo» que anclarse y seguir haciendo lo mismo de siempre. Involución. Y Fabio eso no lo conoce. Él es dueño de su propia evolución, una evolución personal —me encanta charlar con él de teología y la Historia Sagrada relacionándolas con el Nuevo Orden Mundial— y profesional —sus últimos cuadros son de una perfección técnica increíble—. Él es dueño de sus palabras y sus acciones, gusten o no gusten.
No es que Fabio sea un adelantado a su época. No, porque él siempre ha estado fuera de todo. Al margen del establishment , pero también de lo underground . A lo suyo. Sin casarse con nadie, salvo con él mismo. Porque es tan fuerte para una cosa como para la otra. Y eso se puede decir de muy pocas personas.
He de reconocer que como uno roza la autoexigencia de forma enfermiza, sí es cierto que acudí a amigos cercanos en la vida de Fabio en algún que otro momento para que fueran «utilizados» y me ayudaran a contextualizar alguna información dada por él. A todo ellos les agradezco su entusiasta predisposición desde mi primera llamada. Y a todos ellos les agradezco el que me hayan permitido «utilizarlos» en el resultado final de este libro. Y a todos ellos les diré, que todos, absolutamente todos, hablaron de Fabio con un respeto y cariño como el que yo nunca había visto hacia nadie.
A Capi, Enrique Monereo, Alaska, Nacho Canut, Pedro Almodóvar, Luis Miguélez, Manolo Cáceres, Manolo Campoamor, Carlos Luxor, Rafa Cervera, Jesús Ordovás, Miguel Ordóñez, José Sainz, la Lirios, Javier Pérez Grueso, la Furia, Paloma Chamorro, Pablo Pérez-Mínguez, Antonio Villa-Toro, JC Moreno, Ixma Díaz, Jose, Goma y Juan Sánchez. A todo ellos, gracias. Como también les estoy muy agradecido a algunos de los amigos de infancia de Fabio: Tito, Lola y Víctor, que aglutinados por Julia me ayudaron a saber más de esta etapa.