Carlos Maza Gómez - Las niñas de Hilarión Eslava
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- Libro:Las niñas de Hilarión Eslava
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
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Las niñas de Hilarión Eslava: resumen, descripción y anotación
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CARLOS MAZA GOMEZ: Nacido en Marruecos en 1954, pero de padres de origen español, Carlos Maza es profesor de Matemáticas en la Universidad de Sevilla, donde lleva trabajando más de treinta años. Su pasión por escribir lo ha reflejado en Bubok con obras muy diversas y variadas que van desde la novela, el cuento, las crónicas periodísticas y de viajes, y por supuesto las matemáticas, que no podían faltar entre sus escritos. Así hasta sumar 67 libros publicados los cuales todos ellos merecen ser leídos y descubiertos por cada visitante de Bubok; todos ellos despertarán un gran interés en el lector que se preste a viajar al sugerente mundo literario que el amigo Carlos tiene para mostrarnos. Desde la historia de las Matemáticas a los crímenes del hombre lobo de Allariz o de Gádor, pasando por las visitas turísticas a bellos rincones de Andalucía o Extremadura
ABC. Hemeroteca.
Bahamonde, A. y Otero, L.E. (Eds) 1989: «La sociedad madrileña durante la Restauración. 1876-1931» (2 volúmenes). Comunidad de Madrid.
Ballester, R. y Balaguer, E. 1995: «La infancia como valor y como problema en las luchas sanitarias de principios de siglo en España». Biblid, n° 15, 177-192.
Biblioteca nacional de España. Hemeroteca.
Capel, R.M. 1980: «Mujer y educación en el reinado de Alfonso XIII». Tesis doctoral.
De Gabriel, N. 1997: «Alfabetización, semialfabetización y analfabetismo en España (1860-1991)». Revista Complutense de Educación, vol. 8, n° 1, 199-231.
Folguera, P. 1995: «Mujer y cambio social». Revista Ayer, n° 17, 155-171.
Folguera, P. 1987: «Vida cotidiana en Madrid». Comunidad de Madrid.
Martínez, J.A. 2000: «Madrid, de Villa a Metrópoli. Las transformaciones del siglo XX». Cuadernos de Historia Contemporánea, n° 22, 225-249.
Sanz, A. 1995: «Infancia, mortalidad y causas de muerte en España en el primer tercio del siglo XX (1906-1932)». Reis, n°l, 129-154.
La Vanguardia. Hemeroteca.
Varios 2008: «Madrid. De la Prehistoria a la Comunidad Autónoma». Comunidad de Madrid.
Un gesto trivial, rutinario, habitualmente se termina olvidando por repetido e intrascendente. Sin embargo, hay ocasiones en que sus repercusiones, fruto del azar y la casualidad, son tan grandes que podemos preguntarnos cómo no nos dimos cuenta, cómo no percibimos que nuestra vida cambiaría radicalmente a partir de ellos.
Algo así les debió suceder a todos los protagonistas de esta historia. El 24 de mayo de 1924 era sábado, un día más en que comprar lo necesario, limpiar la casa, salir al portal de una calle del extrarradio madrileño para charlar con las vecinas. En el número 71 de Hilarión Eslava, una casa muy humilde, vivían varias familias que se conocían sobradamente. Mariana Escudero, una señora que vivía en condiciones económicas precarias (¿y quién no en ese lugar?), era conocida por ganarse la vida enseñando a leer y escribir a los niños de esa barriada alejada de los servicios que eran habituales en otras zonas de Madrid.
Mariana vivía allí y por ello aquel día, poco antes de las doce de la mañana, llegó a la casa y fue a ver a su vecina María Guirado, a cuya hija, María Ortega, de diez años, le daba clase. Charlaron de cosas sin importancia, tal vez del tiempo, de otras vecinas.
En un momento determinado la maestra le pidió a la niña que fuera a comprarle dos kilos de patatas a una tienda existente en Moncloa, «El Progreso», para lo cual le dio setenta y cinco céntimos. En aquellos tiempos en que los niños de estas barriadas pobres se pasaban el día en la calle haciendo recados, a disposición de sus madres que bastante ocupadas estaban limpiando, comprando, preparando la comida y cuidando de su crecida prole, nada había más rutinario que ir a por unas patatas hasta unos calles más allá.
Sin embargo, Mariana Escudero no sabía que, haciendo ese simple encargo, su vida quedaría marcada para siempre. Cuando la madre de la niña, su vecina, le dijera a su hija que fuera, no sabía tampoco que tardaría muchos años en volver a verla, que mientras tanto su vida cambiaría para siempre: la suya, la de su hija y la de todo el barrio. Cuando la niña cogió las perras gordas y chicas para pagar ignoraba qué destino le esperaba. Su largo viaje hacia la nada acarrearía pesadillas y miedos en todas las madres españolas, la policía de París, de Lisboa o de Santiago de Cuba llegarían a interesarse por ella, una niña más que crecía en los arrabales de la gran urbe, una muchacha que apenas sabía leer y ni siquiera había recibido el bautismo.
A todos les cambiaría la vida ese encargo. Luego se examinaría con lupa cada gesto de los protagonistas, las palabras que se cruzaron. La vecina diría que la maestra no solía encargar nada a nadie, le extrañó que lo hiciera entonces dirigiéndose a su hija. En ese momento, claro está, nada sabía de las consecuencias de decirle que fuera, efectivamente, y le comprara esas dichosas patatas a la maestra. Interrogada esta última afirmó que, a esa hora de la mañana, ella misma estuvo poco antes junto a la tienda a la que enviaba a la hija de su vecina.
Mariana salió por la mañana para adquirir algunas cosas que necesitaba y, al llegar a la plaza de la Moncloa, mandó a uno de sus hijos, Salvador, de cinco años, a la panadería para que comprara pan rallado mientras ella charlaba con una amiga a la que acababa de encontrar. Esta conocida era Mercedes Morales, una señora de firmes creencias religiosas, dedicada a la formación religiosa de los niños de aquellos barrios a los que impartía catequesis y cuidaba de su ingreso en un convento en casos de abandono o de extrema necesidad.
Ambas hablaron hasta la vuelta del chiquillo. «El Progreso» estaba a dos pasos, en la misma plaza. Sin embargo, la maestra no se acercó ni intentó comprar allí las patatas que luego encargaría a la hija de su vecina. Eso fue lo que le preguntaron tiempo después en la comisaría:
«—Si estuvo usted a dos pasos de la tienda, ¿por qué no intentó por sí misma comprar las patatas?
—Porque hacía tres años que no compraba en ella.
—Pero comprobaría que no tenían patatas y no debió enviar a las niñas.
—No lo comprobé, porque me quitaba la vista la barraca de la feria» (V, 12.8.1924).
De manera que un cúmulo de circunstancias se iba uniendo. La maestra podía haber comprado las patatas en otra tienda (había una relativamente cerca de su casa, en la misma calle Hilarión Eslava), o quizá haberlo hecho en aquella tienda, pero tenía alguna enemistad antigua con su propietario. Pudo siquiera acercarse a mirar pero no lo consideró necesario, quizá no deseaba que la vieran delante de la tienda observando la mercancía. De manera que, tras intercambiar unas palabras con la señorita Morales, volvió con sus dos hijos de corta edad a su casa.
Allí, según manifestó, observó que no había comprado las patatas y eran imprescindibles para la «comida de campo» que su marido le había encargado la noche anterior y para la que le había dado diez pesetas. De manera que fue a casa de la vecina y allí tuvo lugar la escena citada y el encargo oportuno.
María Ortega, la niña de diez años, que emprendía el camino a una indeseada fama, le dijo a Angelita Cuevas, su amiga de ocho años, que la acompañara. Al poco de salir por la puerta otra de sus amigas, María del Val, una cría de siete años que vivía poco más allá, le preguntó a un niño que estaba sentado frente al número 71 si las había visto pasar y este dijo que sí marcándole la dirección. Entonces salió corriendo para alcanzarlas.
De ninguna de las tres volvió a saberse durante varios años. Su desaparición conmovería a todo el barrio, a Madrid, causaría un miedo colectivo en toda España multiplicándose las denuncias, los intentos de robo. Todo el barrio quedaría marcado por la tragedia mientras un cúmulo de sospechas crecería sin control mostrando qué clase de miedos permanecían ocultos bajo la apariencia de un vivir cotidiano.
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