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Juan Eslava Galán - Avaricia

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Juan Eslava Galán Avaricia

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En el segundo volumen de la colección Los pecados capitales de la historia de - photo 1

En el segundo volumen de la colección «Los pecados capitales de la historia de España», Juan Eslava Galán recoge anécdotas y datos curiosos alrededor del pecado de la avaricia, siempre con un tono divulgativo y ameno. Los episodios van desde las historias de los bandoleros más famosos del siglo XIX y el chantaje de las cartas de amor de Alfonso XII; pasando por el escándalo de Straus y Perlo o el trabajo de los presos políticos en el Valle de los Caídos; hasta los niños robados de la posguerra y el Dioni, que llevó a cabo el asalto más espectacular de la historia de España.

Como el primer volumen de la colección, dedicado al pecado de la lujuria, este nuevo tomo incluye ilustraciones y está escrito por el inconfundible, divertido y original Juan Eslava Galán, un autor que siempre consigue que sus lectores le lean con una sonrisa en los labios.

Juan Eslava Galán Avaricia Los pecados capitales de la historia de España - 2 - photo 2

Juan Eslava Galán

Avaricia

Los pecados capitales de la historia de España - 2

ePub r1.0

Titivillus 11.12.15

Título original: Avaricia

Juan Eslava Galán, 2015

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Defecto de la raza española cuando se ha padecido pobreza y hambre codicia y - photo 3

*

Defecto de la raza española cuando se ha padecido pobreza y hambre: codicia y avaricia.

ALEJANDRO LERROUX,

Mis memorias, 1963, p. 647.

En realidad lo que interesa no es tener dinero sino ganarlo. No poner límite a eso de ganar dinero.

JUAN MARCH, financiero,

a Dionisio Ridruejo, idealista.

La codicia está muy arraigada en este reino siendo tan apetecible el dinero que para no aprovecharse de él es menester que un hombre se convierta en ángel.

Del informe del oidor

PEDRO VÁZQUEZ DE VELASCO,

15 de septiembre de 1561.

La codicia está muy arraigada en este reino siendo tan apetecible el dinero que para no aprovecharse de él es menester que un hombre se convierta en ángel.

Del informe del oidor

PEDRO VÁZQUEZ DE VELASCO,

La avaricia rompe el saco.

Refrán popular.

*

INTROITO

La otra tarde, en mi semanal retiro con mi director espiritual, le pregunté:

—Padre Fornell S. J., ¿en qué pecado nos ejercitamos más los españoles?

—La envidia, sin duda —respondió categórico.

—¿Y después de la envidia?

Meditó gravemente unos segundos.

—Contra lo que puedas pensar, no es la lujuria, hijo mío, sino la avaricia: el afán desordenado de acumular riquezas —declaró—. Ahí sucumbimos todos los naturales de esta bendita tierra de María Santísima, las diecisiete autonomías embuchadas en la misma tripa, desde el demagogo de Marinaleda, con su pañuelo-bufanda palestino y su dentadura equina, hasta el constructor analfabeto que apalea millones, pasando por los que predicamos contra ese pecado y luego no nos aplicamos el sermón.

—¿Los presbíteros? —manifesté mi extrañeza.

—Sí, hijo mío, no me seas simple: un cura se podría muy bien mantener con los estipendios que percibe por bautizos, responsos, misas, entierros y otras ceremonias, dado que no tiene familia que mantener y que la casa parroquial le sale gratis. Pues no, el curita no tiene bastante y sueña con alguna canonjía. Y si el canónigo quiere ascender a obispo, el mitrado… ¿pensarás que se conforma con su vida regalada? Pues no, todos quieren llegar a arzobispo y los arzobispos a cardenal y los cardenales… ¿qué cardenal no ha soñado en la intimidad de su alcoba con vestirse de blanco y bendecir urbi et orbi desde el balcón de San Pedro…?

—O sea, papa.

—¡Claro, criatura, y más ahora que tenemos dos, el emérito y Paquito, el felizmente reinante!

—O sea que la codicia es normal, consuetudinaria como si dijéramos.

—No, no es normal: es avaricia, el afán desordenado por poseer: pisos, coches, relojes, mansiones, títulos, honores, mujeres… ¡Sumar más y más de aquello que ambicionas! Acuciado por su codicia, el avaro no conoce ningún límite, nada colma su apetito. ¿Tú has estudiado griego?

—Tres cursos solo, a trancas y barrancas. Era un estudiante negado —confesé.

—Los antiguos griegos (poco que ver con los actuales) apreciaban sobre todas las virtudes la sobriedad, la mesura, la moderación. Decían Παν μέτρον άριστον (Pan metron aristón), o sea, cada cosa en su justa medida, nada en exceso. Y ahí entraba también la riqueza. El codicioso, el avaro incurren en la hybris, la desmesura, y por ello merecen el castigo de los dioses.

Me despedí con el corazón un poco encogido, regresé a mi honesto Simca 1000.

La tele estaba fatal: tertulianos sabelotodo y desveladores de apareamientos de famosos o famosillos. Un poco deprimido, apagué el receptor, le cambié el agua al canario, cené temprano y frugal —la ropavieja del cocido de ayer— y me fui a la cama. Desvelado, me puse a darle vueltas a lo de la avaricia/codicia y compuse este dictado incompleto pero representativo que a continuación detallo.

La avaricia rodeada de riquezas sigue sentada en un lecho de espinas porque - photo 4

La avaricia, rodeada de riquezas, sigue sentada en un lecho de espinas porque ambiciona más. Xilografía de Petarca Meister, hacia 1540.

CAPÍTULO 1

EL CASO DE LA PRESTAMISTA IMPACIENTE

Baldomera Larra (hija del famoso articulista que a veces firmaba como Fígaro) había triunfado en la vida: casada con el médico de Amadeo de Saboya (el rey del que Adela, la otra hija de Larra, era amante), gozaba de una buena posición entre la nueva clase burguesa que alardeaba de posibles paseando por el Prado en carretela propia y luciendo vestidos que sus modistas copiaban de figurines de moda parisinos.

Esa vida regalada de doña Baldomera se torció cuando Amadeo regresó a Italia y su médico cesante emigró a Cuba, a probar fortuna, llevándose la llave de la despensa. Quiero decir que doña Baldomera quedó desasistida y en francos apuros económicos.

Baldomera Larra Doña Baldomera que era mujer de recursos no se amilanó - photo 5

Baldomera Larra.

Doña Baldomera, que era mujer de recursos, no se amilanó. Pidió prestada a una amiga una onza de oro y al mes siguiente le devolvió dos.

—¿Cómo has conseguido tanta ganancia? —inquirió la amiga que ya daba la onza por perdida.

—Invirtiendo con cabeza.

—¿Y si te doy más dinero me lo inviertes?

—Bueno.

Al mes siguiente, la inversora recuperó su dinero más el 30 por ciento.

—Vuélvelo a invertir, por favor.

La noticia de los beneficios de doña Baldomera atrajo a otros pequeños ahorradores, que le confiaban su dinero contra el correspondiente recibo y al cabo del mes recibían el aumento. Un 30 por ciento de ganancia mensual era mucho más de lo que los incipientes banqueros de la época podían ofrecer, de modo que el negocio de doña Baldomera crecía como la espuma.

—¿Cómo es posible que el dinero rinda tanto? —le preguntó su amiga.

—¡Ah, ese es mi secreto! Y puedo asegurarte que es tan simple como el del huevo de Colón.

—Pero ¿qué garantía tenemos los impositores en caso de quiebra?

—La única garantía es tirarse del viaducto —respondió doña Baldomera con una sonrisa cínica.

No hacía mucho que habían inaugurado el viaducto y ya era el lugar favorito de los suicidas madrileños.

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