Juan Eslava Galán - Yo, Aníbal
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- Libro:Yo, Aníbal
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1988
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Yo, Aníbal: resumen, descripción y anotación
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Aníbal, uno de los personajes más fascinantes de todos los tiempos, pertenece a esa rara estirpe de héroes trágicos que, después de dos mil años, continúa ejerciendo misteriosa seducción a través de un recuerdo histórico magnificado por la literatura. Esta «autobiografía» de Aníbal constituye la exhaustiva y documentada reconstrucción de una época decisiva en la que el futuro de la humanidad dependió del resultado de una ambiciosa empresa individual: la invasión de la península itálica por un heterogéneo conglomerado de mercenarios ibéricos y norteafricanos.
Sobre este fondo, rigurosamente histórico, el relato nos conduce al ritmo trepidante de una aventura pródiga en singulares episodios de inolvidable dramatismo. Asistimos al paso de los Alpes, con un ejército de elefantes, y a las sangrientas batallas contra las legiones romanas que jalonan la existencia del protagonista. También a la reconstrucción colorista de la España de hace dos mil años, con toda la rica complejidad y curiosas costumbres de sus pueblos y tribus: las lascivas danzas de las bailarinas gaditanas, las culpables delicias de Capua y los sofisticados usos de enriquecidos mercaderes y especuladores púnicos, en vivo contraste con el primitivismo y la ferocidad de los guerreros celtíberos de la meseta.
En este contexto se destaca la figura trágica de Aníbal, que, haciendo honor a un juramento emitido en su infancia, se ha propuesto sojuzgar a Roma y restituir a Cartago el dominio del Mediterráneo, un drama (cuyos últimos alcances aún nos afectan) que no significó solamente el enfrentamiento de dos superpotencias coloniales, sino el de dos culturas y formas de entender la vida diametralmente opuestas.
Juan Eslava Galán
ePub r1.0
Titivillus 07.02.15
Título original: Yo, Aníbal
Juan Eslava Galán, 1988
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
JUAN ESLAVA GALÁN (Arjona, Jaén, 1948). Se licenció en Filología Inglesa por la Universidad de Granada y se doctoró en Letras con una tesis sobre historia medieval. Amplió estudios en el Reino Unido, donde residió en Bristol y Lichfield, y fue alumno y profesor asistente de la Universidad de Ashton (Birmingham). A su regreso a España ganó las oposiciones a Cátedra de Inglés de Educación Secundaria y fue profesor de bachillerato durante treinta años, una labor que simultaneó con la escritura de novelas y ensayos de tema histórico. Ha ganado los premios Planeta (1987), Ateneo de Sevilla (1991), Fernando Lara (1998) y Premio de la Crítica Andaluza (1998). Sus obras se han traducido a varios idiomas europeos. Es Medalla de Plata de Andalucía y Consejero del Instituto de Estudios Gienenses.
(QUE EL LECTOR IMPACIENTE PUEDE OBVIAR)
En 1969, el nuevo abad del monasterio copto de San Anastasia, en el monte Sinaí, decidió conferir una más amplia función social a la obsoleta biblioteca monacal mediante su reconversión en sala de televisión y esparcimiento. Durante las obras de acondicionamiento, los albañiles descubrieron una alacena tapiada en la que los píos monjes habían ocultado, siglos atrás, quizá en tiempos de la conquista islámica, una serie de manuscritos que contenían textos bíblicos, vidas de santos y otra literatura devocional de escaso interés. Pero entre ellos, como exótica flor nacida nadie sabe cómo en aquel jardín de previsibles milagrerías patrísticas, se hallaba un códice de mediados del siglo VI que contenía la autobiografía de Aníbal que aquí presentamos.
La autenticidad de esta presunta autobiografía de Aníbal no es unánimemente admitida por los anibalistas de la comunidad científica internacional. De hecho, el más reciente congreso de estudios anibálicos parece sancionar la división de los especialistas en dos grupos todavía irreconciliables. Unos aceptan la autenticidad de la obra, aunque admiten que pudiera contener una serie de escolios e interpolaciones achacables a los diversos copistas que transmitieron el texto original. Otros rechazan taxativamente su atribución a Aníbal y sugieren que podría tratarse de una falsificación del siglo I de nuestra era, o incluso más tardía.
En nuestra versión hemos seguido la edición del profesor israelí Boaz Sharon, publicada en 1971. Hemos intercalado, en convenientes lugares, algunas de las veintidós cartas que constituyen la denominada «Estafeta de Hannón», curiosa correspondencia de un espía infiltrado en el ejército de Aníbal, por el beneficio de una visión externa del personaje y por el curioso contrapunto que ofrecen al relato del controvertido caudillo cartaginés. (La «Estafeta de Hannón» procede de un códice latino custodiado en la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Hemos manejado la edición de Studi Annibalici, «Annuario XII dell’Accademia Etrusca di Cortona», Pietro Degrassi, Florencia, 1965).
El códice de la autobiografía de Aníbal está redactado en griego, lo que quizá disculpe algunas peculiaridades sintácticas de nuestra traducción. Hemos preferido, en atención al lector, actualizar todo lo relativo a pesas, medidas y nombres de persona o geográficos siempre que nos ha sido posible. También hemos sustituido las fechas referidas a la Olimpiada, de acuerdo con el cómputo griego, por las más familiares de nuestro calendario cristiano. Lógicamente, todos los años han de entenderse «antes de Cristo».
En lo que se refiere al vocabulario, existen pocos términos extraños al lector actual que no estén explicados por el propio contexto. No obstante quizá convenga advertir que la penteraera el tipo de navío militar más divulgado en la época de Aníbal (aunque posiblemente nos resulte más familiar en su denominación de origen latino quinquerreme).
El supparum era una especie de minúscula vela ornamental que se colocaba, a guisa de bandera, en el extremo superior del mástil y era portadora de colores o bordados con los símbolos nacionales de la nave o el logotipo de su armador.
Los indis eran los cuidadores y conductores de los elefantes de guerra. Y hablando de elefantes, quizá sea conveniente advertir que casi todos los que figuraron en el ejército de Aníbal pertenecían a la especie Loxodontia africana, variedad Cyclotis, de pequeña alzada (2,35 metros). Estos relativamente minúsculos elefantes abundaban entonces en el norte de África desde Túnez hasta Marruecos. Lamentablemente la especie se ha extinguido. No debemos confundirlos con el otro elefante africano, el de las estepas de África central y meridional, de familiar estampa circense, cuyos ejemplares adultos suelen medir hasta 3,40 metros. Existe además otra variedad de elefante, la índica (Elephas indicus), que alcanza hasta 2,90 metros de alzada, de la que Aníbal llevó a Italia algunos ejemplares, entre ellos el famoso Surus cuyo propio nombre (sirio) indica que lo habían capturado en las riberas orientales del Mediterráneo, donde hoy la especie ha desaparecido.
A Himilce, la esposa española de Aníbal,
entre pámpanos nuevos y antiguos olivares
EL REGRESO DE AMÍLCAR
o, Aníbal, estoy prisionero en esta ruinosa torre de adobe, en medio del desierto. Delante de la torre hay una palmera enferma y casi seca. De vez en cuando subo a la terraza y oteo el camino de Heraclea buscando la nube de polvo que anunciará la llegada de los romanos. Y así un día y otro. A veces me engañan las tolvaneras que levanta el Poniente, ya cerca de la anochecida. Pero el camino permanece desierto. Nadie llega de la parte del yermo. Regreso a mi aposento y me echo en el camastro. Quemo la cera de las horas, resignado ya, como si mi destino me fuera ajeno. Ni temo ni espero. Intento leer, a ratos, de los pocos libros que conservo en mi parco equipaje, pero en seguida se me cansa la vista. A menudo me quedo dormido con la lectura sobre el pecho y mis familiares espectros me visitan en sueños.
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