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Juan Eslava Galán - Enciclopedia Eslava

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PRÓLOGO

¿Es la historia maestra de la vida?

Venía conversando sobre el tema con mi amigo Amiano Marcelino por la calle Barquillo de Madrid, la de las tiendas de música, cuando una voz femenina preguntó a nuestra espalda:

—¿Me dejáis pasar?

El tono era más perentorio que amable. Le cedimos el paso, claro, y ella pasó de largo por la estrecha acera. En cuanto nos rebasó, le lanzamos un vistazo de tasador al trasero, esa palpación visual, ese sucio hábito machista que los españoles de mi generación hemos heredado de la España gris, zaragatera y triste que nos precedió y que no logramos eliminar del todo a pesar de nuestros denodados esfuerzos.

Era una grácil veintañera tamquam meretrix ornata, o sea, vestida y maquillada con cierta reiteración.

—Debe de ser que llega tarde al botellón —dije. Y añadí—: ¡Oh tempora, o mores! —repitiendo la locución latina con la que Cicerón se lamenta de la mudanza de los tiempos en la primera Catilinaria: «¡Qué tiempos, qué costumbres!».

Se sonrió Amiano.

—Lo creas o no —me dijo—, el botellón no es nada nuevo. Ya existía en mi tiempo.

—¿Es posible?

—¿Qué es el botellón? Una reunión multitudinaria de jóvenes y jóvenas, en plazas públicas, con objeto de beber y escuchar música chunda-chunda. Esa chocante forma de socialización que se suele prolongar hasta la madrugada, cuando los participantes, más borrachos que sobrios, y algunas de las chicas escocidas, se dispersan y regresan a casa para dormir la cogorza, sin que sus progenitores osen molestarlos, hasta la hora del almuerzo, ya existía en Roma. Los ociosos jóvenes se pasaban las noches en las plazas tocando el tambor, se dejaban el cabello largo como los bárbaros (crines maiores), y vestían extravagantemente con chaquetones de piel (indumenta pellium). No les preocupaba el futuro. Unos confiaban en vivir de sus padres hasta que pudieran hacerlo de sus hijos, y otros pensaban vivir de los subsidios estatales, la Annona, la seguridad social romana. Los emperadores se aseguraban la lealtad de la plebe urbana mediante repartos gratuitos de alimentos y con espectáculos públicos, o sea panem et circenses, que hoy vendría a ser seguridad social y televisión, con sus retransmisiones deportivas y sus programas basura. Yo lo denuncié, así como denuncié que la indolencia, la falta de respeto y el hedonismo habían sustituido a las antiguas virtudes romanas, la laboriosidad (industria), la cortesía (comitas) y la austeridad (frugalitas). En fin, dije que todo aquel admirable tinglado milenario de nuestra civilización estaba a punto de ceder y de irse al carajo, pero, naturalmente, no me hicieron caso.

—O sea, que tú no crees que la historia sea maestra de la vida —deduje.

—Nuestro venerado Cicerón la consideraba testigo del tiempo, luz de la verdad, memoria y maestra de la vida, y mensajera de la antigüedad, pero probablemente exageraba. La historia puede ser también una lectura amable que nos hace más cultos y desvía nuestra atención de los asuntos más enfadosos.

—Enfadosos, ¿cómo qué? —pregunté.

—Como esas cabezas de bárbaros que asoman por encima de las bardas de nuestro apacible jardín occidental dispuestos a invadirnos y a arrebatárnoslo todo. Ya lo viví una vez.

En fin, aquí está la lectura amable, querido lector.

1

¿CÓMO LO HACÍAN EN LA PREHISTORIA?

En aquellos remotos tiempos de la Edad de Piedra, nuestros primitivos antepasados, en su adánica inocencia, considerarían el sexo como uno de los escasos placeres que les brindaba la aperreada vida. Es admisible, dada su inmersión en la naturaleza y la desinhibición imperante, que en un principio practicaran la postura del perrito. Más adelante descubrirían que la postura del misionero es igualmente práctica y, además, permite reconocer y mirar a los ojos a la pareja, lo que añade un elemento romántico.

El coito de la cueva de los Casares La primera representación de coito frontal - photo 1

El coito de la cueva de los Casares.

La primera representación de coito frontal español se encuentra en la cueva de los Casares (Guadalajara, entre 23 000 y 13 000 a. de C .). ¿Qué vemos en esta cueva? Un sujeto introduce frontalmente su descomunal pene en una dama de óptimo trasero y la consecuente aparición del triángulo amoroso, del sentimiento de culpa y de la cornamenta. Es fácil imaginar el contexto: mientras el sufrido esposo ha salido a cazar por esos montes de Dios a fin de mantener a la exigente esposa, el otro se refocila con ella y quizá le engendra un hijo como el cuco parásito que pone los huevos en nido ajeno para que un memo le críe la progenie.

Otros grabados de la cueva de los Casares representan a una mujer embarazada (¿consecuencia de la escena anterior?), una Venus paleolítica de abultado vientre, la típica representación de la fecundidad, y una gran cantidad de vulvas abultadas y prestas, más que en un concierto del Sabina.

Todo induce a pensar que allí se celebraban ritos de fertilidad. ¿Eran estas cuevas picaderos sacros en los que se ayuntaban hombres y mujeres? ¿Eran esos casquetes votivos el modo que tenían de rezar, por así decirlo, o de honrar al numen del lugar o a la divinidad?

No es para tomarlo a chacota. Probablemente se trate de eso. Tenemos motivos de sobra para pensar que en la remota prehistoria el fornicio fuera cosa santa y transida de espiritualidad trascendente. De hecho, esta sacralización del acto se prolonga hasta etapas históricas con la prostitución sagrada de distintas culturas.

Parece que el sexo lúdico representaba un papel importante entre los esparcimientos de aquella sociedad primitiva todavía desprovista de radio, partidos televisados, bares, reuniones sociales y todos esos pasatiempos que hoy nos distraen del débito conyugal.

En los miles de años de evolución cultural de nuestros primitivos ancestros, lo que sobraba era tiempo para idear y experimentar nuevas sensaciones. En los grabados paleolíticos europeos existen indicios de prácticas masturbatorias.

Ítem más, las escenas zoofílicas abundan en el arte paleolítico portugués».

Es posible que parte de los rituales consistieran en el apareamiento del jefe o del sacerdote con el animal totémico (una yegua, una cerda), representativo de la divinidad, y que este animal fuera luego sacrificado y comido por la comunidad en una especie de banquete ritual.

Se ha sugerido que ciertos artefactos en forma de pene, bruñidos, lisitos, con el extremo redondeado, son consoladores, lo que nos plantea un interesante dilema: ¿existían ya, en aquellos remotos tiempos, mujeres desconsoladas?

Quizá solo los empleaban para la desfloración ritual. Algunos pueblos primitivos actuales los siguen usando para ese fin.

El consolador más antiguo conocido (de hace 28 000 años) se halló en la cueva de Hohle Fels (Ulm, Alemania). Es de piedra pulimentada y mide 20 centímetros de longitud por 3 centímetros de grosor, y presenta el fuste y el glande perfectamente delimitados.

Estos instrumentos suelen figurar en algunos museos con la indicación «Bastón de mando», que no compromete a nadie. Pura poesía, si uno se para a pensarlo.

2

LA TORRE DE BABEL

Cambiemos de tercio. El tema religioso nos lleva necesariamente a la Biblia. Los que hemos crecido a la sombra del libro santo a menudo nos hemos formulado una pregunta: ¿dónde demonios estuvo la famosa Torre de Babel, aquel rascacielos ancestral que levantaron los descendientes de Noé para alcanzar las moradas celestes?

La torre de Babel según un grabado antiguo Existen varias candidaturas casi - photo 2

La torre de Babel, según un grabado antiguo.

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