Sarah Klimowski - Lenin
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- Libro:Lenin
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Lenin: resumen, descripción y anotación
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- ¿Nacimiento? El 22 de abril de 1870 en Simbirsk (Rusia).
- ¿Muerte? El 21 de enero de 1924 en Gorki (la actual Nizhni Nóvgorod, en Rusia).
- ¿Principales aportaciones? Lenin es el creador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el protagonista de la caída del régimen zarista que gobernaba en Rusia.
Vladímir Ilich Uliánov, que adoptará el nombre de Lenin, proviene de un entorno inscrito en la autocracia de los zares que dominan el vasto Imperio ruso desde el siglo XVI. Hijo de aristócrata, al principio carece del perfil de un hombre que desearía un futuro diferente del que le esperaba a todos los herederos de su entorno, que es suceder a su padre en su cargo como dignatario del zar. Sin embargo, provocará una de las mayores revoluciones del siglo XX y se convertirá en un personaje legendario del proletariado ruso.
El contexto político en el que se enmarca su nacimiento es relativamente tranquilo. El zar que reina en el Imperio es Alejandro II (1818-1881), apodado el Libertador después de tomar la decisión de abolir la servidumbre en 1861. Las reformas avanzan a buen ritmo, lo que hace esperar una flexibilización del absolutismo ruso en beneficio de una política más moderna, siguiendo el modelo de los países occidentales.
Sin embargo, Vladímir Ilich desafía el determinismo social y acompaña a Rusia en una aventura política significativa y decisiva para el mundo contemporáneo. Solo tiene 17 años cuando su hermano mayor, Alexander (1866-1887), amante del idealismo y militante comprometido, es ahorcado por haber participado en complots que tenían como objetivo acabar con la vida del zar Alejandro III (1845-1894). Vladímir queda marcado para siempre por este drama y, ahora sin el hermano que había tomado como modelo a seguir, radicaliza su visión política. A partir de entonces, de exilio en exilio, lucha con firmeza contra la política del soberano Nicolás II (1868-1918), que llega al poder en 1894 y que ejerce una represión que, en 1895, lleva a Lenin a la cárcel por primera vez. La redacción de las Tesis de abril y su influencia en el mundo del activismo socialista le llevan a ser el protagonista del golpe de Estado de octubre de 1917, que instaura en Rusia el primer régimen soviético.
Lenin sigue siendo hoy en día una figura imprescindible de la cultura y la política rusa. Y es imprescindible, de eso no cabe duda, pero no así indiscutible, puesto que las investigaciones históricas tienden progresivamente a descomponer la leyenda dorada que ha envuelto al personaje durante muchos años.
Sería erróneo considerar que Lenin, por sí solo, ha inspirado y motivado las ideas revolucionarias rusas. En realidad, Lenin, que se muestra en un primer tiempo pesimista con respecto al resultado de un cambio radical, no hace más que seguir el ritmo de los acontecimientos y aprovechar las oportunidades en el momento justo. Así pues, la revolución nace en un terreno contextual fértil, favorable a la aparición de un amplio movimiento contestatario en la Rusia imperial.
Aunque Francia sufre sus primeros movimientos revolucionarios en el siglo XVIII, hay que esperar al fin del siglo XIX para que surja en Rusia una oposición clara y organizada contra el poder absoluto de los zares. Desde 1894, fecha de su coronación, Nikolái Aleksándrovich Románov (1868-1918), llamado Nicolás II, gobierna el país mediante la autocracia. El resultado es una política conservadora desastrosa, ya que no sabe rodearse de buenos consejeros.
El gobierno Stolypin
Tras perder la guerra contra Japón entre 1904 y 1905 y sufrir graves problemas internos, Nicolás II, demasiado apegado al dogma de la autocracia, rechaza probar el sistema del parlamentarismo. Cuando forma un nuevo gobierno, nombra primer ministro al llamado Stolypin (1862-1911), que lleva a cabo una despiadada política represiva contra los revolucionarios. Sin embargo, quiere iniciar una reforma agraria que mejore las condiciones de vida del campesinado —Rusia es mayoritariamente agrícola—. Aunque es reformador, Stolypin no tiene madera de demócrata y su reforma nunca verá la luz, puesto que un anarquista lo asesina en Kiev en 1911 antes de haber podido ponerla en práctica.
Cuando estalla la Primera Guerra Mundial en Europa, ni Nicolás II ni su país están preparados para la misma. La dolorosa derrota contra Japón en 1905, que ha debilitado y humillado al país, sigue en la memoria de todos y hace que muchos soldados se rebelen. Sin embargo, Nicolás II cuenta con una ventaja numérica. Así y todo, su ejército no es moderno, puesto que está poco mecanizado y atrasado con respecto a los progresos técnicos y militares realizados por Alemania. No obstante, la Duma (asamblea legislativa) vota el establecimiento de un presupuesto extraordinario para la guerra, a pesar de las llamadas a la deserción de Lenin.
Los primeros meses son un desastre para el ejército ruso, que es gravemente derrotado en Tannenberg (1915) por los alemanes. Ese año, las pérdidas registradas son muy elevadas: 1 200 000 soldados mueren, están heridos, desaparecen o son hechos prisioneros. La moral de la población está por los suelos en un momento en que la necesidad de un nuevo reclutamiento de tropas es cada vez más urgente y las municiones y el material escasean.
El zar decide enseguida asumir él mismo el cargo de comandante supremo del Ejército, una responsabilidad que hasta entonces había delegado en un general, y abandona San Petersburgo para trasladarse a Mogilev (cuartel general del ejército ruso). Sin embargo, al hacerlo Nicolás II deja un país descontento en manos de la emperadora y de su consejero, Rasputín (1864/1865-1916), un misterioso monje ortodoxo muy poco apreciado entre los más cercanos a la pareja imperial debido a la mala influencia que ejerce sobre esta.
A lo largo del siglo XIX, Rusia está por detrás de los demás países europeos. Experimenta una revolución industrial tardía y se mantiene mayoritariamente rural. Los mujik (campesinos rusos) representan la mayor parte de la población a pesar de la abolición de la servidumbre promulgada por Alejandro II.
No es hasta finales de siglo que Rusia comienza a recuperarse de su atraso. El número de industrias crece, lo que conlleva un aumento del número de obreros. Estos tienen que enfrentarse a condiciones de trabajo muy duras: están mal pagados, trabajan más de 15 horas al día, carecen de seguridad, no tienen la posibilidad de agruparse en sindicatos, etc. A partir de ahora, esta clase obrera se reparte entre los diferentes partidos de ideas revolucionarias, que se atribuyen el derecho de hablar en su nombre. En ese mismo periodo, las ciudades se ven azotadas por el crecimiento de la inflación y por la escasez de alimentos y de carbón, y los obreros tienen problemas para alimentarse y calentarse. Las huelgas se suceden y sacuden a todo el país: el Imperio ruso comienza a resquebrajarse.
En paralelo a la industrialización del país y a pesar de los primeros problemas sociales, la economía rusa progresa a grandes pasos, aunque su evolución aún depende en gran medida de las inversiones extranjeras. En este contexto favorable nace una nueva clase social: la burguesía, formada por hombres de negocios y por campesinos ricos y defensores de las nuevas ideas.
El Domingo Rojo
El 23 de enero de 1905, 200 000 obreros desfilan por los calles de San Petersburgo para reclamarle reformas al zar. Pero en lugar de iniciar un diálogo, Nicolás II ordena a su guarnición abrir fuego contra los rebeldes, respondiendo así de manera brutal y mortífera. Aunque oficialmente se cuentan 96 muertos y 333 heridos, algunos periódicos, como el Evening Sun, hablan de más de 2000 muertos.
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