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Colin Ellard - Psicogeografía

Aquí puedes leer online Colin Ellard - Psicogeografía texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Ariel, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Colin Ellard Psicogeografía
  • Libro:
    Psicogeografía
  • Autor:
  • Editor:
    Ariel
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  • Año:
    2016
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Para Kristine

Introducción

A los seis años de edad, antes de haber pensado siquiera en qué quería ser en la vida, mi padre me llevó a visitar Stonehenge. Aquella visita tuvo lugar hace unos cincuenta años, mucho antes de que existiera ningún tipo de regulación o control en el lugar, ni una valla siquiera… A primera hora de una mañana primaveral, nos hallamos de pie en la llanura de Salisbury, completamente vacía, caminamos entre aquellos pilares de piedra gigantescos y acariciamos con las manos sus lisas superficies, sin intercambiar apenas palabra. No hacía falta hablar. Bastaba con estar allí. Yo era demasiado pequeño para entender claramente el abismo temporal que nos separaba de los creadores de aquel yacimiento y mi mente aún no estaba poblada por los años de escolarización y la acumulación de complejas asociaciones mentales que, de adulto, harían tanto más difícil permanecer en la simple presencia de un monumento y dejar que las sensaciones que me generaba se apoderaran de mí. Sabía, eso sí, que estaba ante algo antiguo e importante y tenía claro que quienquiera que hubiera dado forma y erigido aquellas moles de piedra lo había hecho con un cometido, pues el esfuerzo requerido para erigir aquello hablaba por sí solo. A la sazón yo sabía muy poco acerca de los misterios que rodeaban Stonehenge y, aunque mi curiosidad acerca de este tema fue en aumento con el paso del tiempo, durante mi primer contacto con el yacimiento, las preguntas acerca de su finalidad apenas revestían importancia para mí. Lo que me sobrecogió fueron las sensaciones que experimenté: una sensación de pequeñez incluso mayor que la que siente cualquier niño que camina de la mano de su padre por un lugar extraño, y un nerviosismo que me aceleraba el corazón, quizá producido por la conciencia de que estaba andando entre piedras que otras personas habían colocado con un objetivo magnánimo que jamás previeron compartir conmigo. Me apetecía moverme alrededor de los pilares, alzar la vista hacia sus picos, explorar sus superficies, pero, al mismo tiempo, me invadía una sensación escalofriante y deliciosa de que quizá no deberíamos estar allí, de que los gigantes que habían creado aquel lugar podían regresar en cualquier momento.

Mi padre, que trabajaba en el sector de la construcción, probablemente tuviera una experiencia muy distinta aquel día. De niño, yo no acababa de entender a qué se dedicaba mi padre, pero durante mi adolescencia descubrí lo bastante acerca de su profesión como para comprender que le resultase difícil contemplar cualquier tipo de estructura construida sin hacer cálculos y confeccionar un inventario mental de las formas y los tamaños de los materiales que se habían empleado, sin pensar en la solidez de una estructura o plantearse su capacidad de hacer frente a los elementos y al uso humano más normal. Mi padre era aparejador y su trabajo consistía en asimilar las medidas, el coste y el valor de la huella arquitectónica y garantizar que el edificio final colmara las expectativas del arquitecto sin sobrepasar el presupuesto. Supongo que sí era capaz de experimentar una simple reacción emocional a un edificio, pero siempre escindido de ella por una membrana de desapego erigida por su complicada respuesta intelectual anclada en la ingeniería, la arquitectura y la economía.

Muchos años después, me encuentro en una situación asombrosamente similar a lo que creo que mi padre debió de experimentar aquel día en la llanura de Salisbury. Soy una especie de amante incondicional del diseño y la arquitectura. Me fascina en qué medida el diseño de un edificio o un paisaje urbano puede influir en mis sentimientos y pensamientos, y he recorrido el mundo para experimentar en propia persona toda esa gama de influencias. Profesionalmente, soy un psicólogo experimental que estudia cómo los edificios influyen en sus usuarios. Empleo un amplio espectro de herramientas científicas para conocer con precisión la reacción humana a un lugar. Soy capaz de discernir cuándo los ocupantes de un edificio prestan atención (y a qué) y sé cuándo se sienten emocionados, aburridos, felices, tristes, nerviosos, intrigados o intimidados. Mi misión es intentar establecer las conexiones entre los ladrillos y el mortero que mi padre calculaba con meticulosidad con el funcionamiento de las mentes de las personas que los contemplan.

Suelo descubrirme cruzando de un lado a otro esa línea que separa la sencilla y emotiva reacción de asombro que tuve ante el mundo construido a los seis años de edad y mi respuesta crítica en tanto que científico adulto que trabaja en este campo. Uno de mis objetivos principales con este libro es describir al lector ambos lados de esa línea. Casi todo el mundo experimenta un espacio construido a diario, sean nuestros hogares, lugares de trabajo, edificios institucionales o espacios de ocio, estudio o formación. Todos compartimos al menos una vaga sensación de que el modo como están diseñados estos entornos influye en nuestros pensamientos y acciones, y a menudo buscamos un contexto concreto precisamente porque nos apetece experimentar esas influencias (piénsese en las iglesias o parques de atracciones, por ejemplo). No obstante, aunque todos notamos y reaccionamos al diseño de un edificio a un nivel emocional y aunque tales sentimientos influyen en qué hacemos cuando estamos allí, con excesiva frecuencia no tenemos ni el tiempo ni la disposición para diseccionar nuestras respuestas cotidianas a los lugares con el fin de dotarlas de sentido.

Hoy, quizá más que nunca, los ciudadanos concienciados del mundo se muestran entusiasmados por entender cómo funcionan los lugares e incluso dispuestos a contribuir a construir lugares mejores. En parte, ello se debe a que en la actualidad nos hallamos ante un precipicio de cambios de gran magnitud. La urbanización, la superpoblación, el cambio climático y los equilibrios energéticos cambiantes nos retan a replantearnos cómo dar forma a nuestros entornos no sólo para garantizar nuestra supervivencia, sino también para velar por nuestra salud mental. Otro aspecto de esta nueva ansia por participar en la configuración del entorno donde se desarrolla nuestra vida surge de las nuevas herramientas disponibles que nos permiten conectar unos con otros, compartir ideas, imágenes e incluso aspectos de nuestros estados mentales y fisiológicos mediante dispositivos como los teléfonos móviles inteligentes e Internet.

Estoy convencido de que la clave para construir edificios mejores a todas las escalas radica en la observación de las intrincadas relaciones entre nuestras experiencias vividas y los lugares que las contienen, una labor en la que todo el mundo puede participar, y en continuar aplicando el nuevo arsenal tanto de teoría científica como de tecnología moderna para dotar de sentido tales relaciones. Tal labor es doblemente apremiante hoy en día porque las mismas tecnologías que podemos emplear para estudiar la reacción humana a los lugares, desde aplicaciones de móvil con servicios de localización hasta sensores incrustados capaces de medir los datos biométricos de los transeúntes, también se están desplegando, y de manera creciente, en nuestro entorno para reforzar las herramientas de diseño tradicionales que influyen en nuestros sentimientos, deseos, necesidades y toma de decisiones. De hecho, estas tecnologías lo están redefiniendo todo, desde el espacio público hasta el significado de una pared y, para bien o para mal, están revolucionando la capacidad de nuestros entornos para influir en nosotros. Cualquiera interesado de verdad en entender cómo un lugar puede influirnos debería prestar atención a los múltiples modos en los que las nuevas tecnologías, incorporadas a las tradicionales e incluso a métodos ancestrales de construir lugares, pueden afectar a nuestro comportamiento.

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