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Colin Woodard - La república de los piratas

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Colin Woodard La república de los piratas
  • Libro:
    La república de los piratas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2007
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La república de los piratas: resumen, descripción y anotación

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Prólogo
LA EDAD DE ORO DE LA PIRATERÍA

Para sus admiradores, los piratas son bandidos llenos de romanticismo: sujetos temibles, dispuestos a forjarse una vida fuera del alcance de la ley y el gobierno, liberados del trabajo y las limitaciones sociales para lanzarse en pos de la riqueza, la alegría y la aventura. Han pasado tres siglos desde que aquellos piratas de la Edad Dorada desaparecieron de los mares, pero siguen siendo héroes populares, con una legión de admiradores. Han servido como modelo a varios personajes de la ficción literaria clásica —el capitán Hook y John Silver el Largo, el capitán Blood y Jack Sparrow— y evocan, de forma casi mágica, las luchas entre espadachines, el caminar por la plancha, los mapas del tesoro y los arcones de oro y joyas preciosas.

Aun siendo tan atractivas como resultan sus leyendas —sobre todo, en su versión engrandecida por Robert Louis Stevenson o Walt Disney—, es la auténtica historia de los piratas del mar del Caribe la que nos cautiva sin remedio: un cuento añejo sobre la tiranía y la resistencia, una revolución marítima que sacudió hasta los mismísimos cimientos del a la sazón incipiente Imperio británico, que paralizó el comercio transatlántico y avivó los sentimientos democráticos que más adelante desembocarían en la Revolución americana. En el corazón de todo aquello se hallaba una república pirata, un espacio de libertad en medio de una era de autoritarismo.

La Edad Dorada de la piratería no duró más de diez años, de 1715 a 1725, y fue liderada por una camarilla de entre veinte y treinta comodoros piratas, a los que servían unos pocos centenares de individuos. Prácticamente todos los capitanes se conocían entre ellos, puesto que habían servido codo a codo a bordo de los mercantes u otros navíos piratas, o sus caminos se habían cruzado en la sede común a todos ellos: la malograda colonia británica de las Bahamas.

Aunque la gran mayoría de estos piratas eran ingleses o irlandeses, hubo también muchos escoceses, franceses y africanos, además de unos pocos de otras nacionalidades: holandeses, daneses, suecos y nativos americanos. Pese a las diferencias de nacionalidad, raza, religión e incluso de lengua, forjaron una cultura colectiva. Cuando se encontraban en el mar, no era infrecuente que los navíos piratas aunaran fuerzas y acudieran unos en ayuda de otros, aun cuando una tripulación estuviera constituida sobre todo por franceses y en la otra predominasen sus enemigos tradicionales: los ingleses. Gobernaban los barcos de forma democrática, escogiendo y deponiendo a los capitanes por votación popular, compartiendo el botín a partes iguales y tomando las decisiones más importantes en una asamblea abierta; todo ello en marcado contraste con los regímenes dictatoriales propios de otros barcos. En una época en la que el común de las gentes del mar no recibía ninguna clase de protección social, los piratas de las Bahamas ofrecían a sus tripulaciones indemnizaciones o pensiones por invalidez.

Los piratas han existido durante mucho tiempo. Los hubo en la Grecia antigua y el Imperio romano, en la Europa medieval y en la China de la dinastía Qing. Incluso en la actualidad, hay piratas que asedian las rutas de navegación marítima, apoderándose por todo el mundo de buques de carga, portacontenedores e incluso barcos de pasajeros; saquean sus contenidos y, con no poca frecuencia, asesinan a la tripulación. En sentido estricto, son distintos de los corsarios: individuos que en época de guerra desvalijaban las naves enemigas con el permiso de sus gobiernos. Algunos tomaron a sir Francis Drake y a sir Henry Morgan como piratas, pero es un error: en realidad se trataba de corsarios, que llevaron a cabo sus expolios contando con el pleno respaldo de sus soberanos respectivos: la reina Isabel y el rey Carlos II. Lejos de ser considerados forajidos, ambos recibieron el título de «sir» por los servicios prestados, y Morgan fue nombrado lugarteniente del gobernador de Jamaica. William Dampier fue un corsario, igual que la mayoría de los bucaneros ingleses de finales del siglo XVII. Incluso el capitán William Kidd, de infausta memoria, fue un corsario de alta cuna, convertido a la piratería por accidente, al haberse enfrentado con los directores de la Compañía de las Indias Orientales, la mayor de las empresas británicas.

Los piratas de la Edad de Oro fueron distintos tanto de los bucaneros de la generación de Morgan como de los piratas que los precedieron. A diferencia de los bucaneros, eran forajidos declarados, concebidos como ladrones y delincuentes en cualquier nación, incluida la suya propia. A diferencia de sus antecesores, no se limitaban a cometer meros delitos, sino que emprendieron nada menos que una revolución social y política. En origen eran marineros, siervos —casi esclavos— sometidos a contratos de cumplimiento forzoso, y esclavos fugitivos; oprimidos que se rebelaron contra sus opresores: los capitanes, los propietarios de navíos y los déspotas de las grandes plantaciones de esclavos de América y las Antillas.

A bordo de los barcos mercantes, el descontento era tan grande que, por lo general, cuando los piratas apresaban uno de estos buques, una parte de la tripulación se unía con entusiasmo a las filas de forajidos. Incluso la Royal Navy, la Marina Real, era vulnerable; cuando el HMS Phoenix se enfrentó a los piratas en su guarida de las Bahamas, en 1718, vio desertar a buena parte de la tripulación de la fragata, que se escabulló al abrigo de la noche para servir bajo la bandera pirata. En realidad, los piratas pudieron expandirse en gran medida gracias a las deserciones de los marineros, con abandonos directamente proporcionales a la brutalidad en el trato recibido, tanto en la marina mercante como en la armada.

Pero no todos los piratas eran marinos descontentos. Los esclavos fugitivos emigraron a la república pirata en gran número, cuando se corrió la voz de que los piratas que atacaban embarcaciones de esclavos inducían a muchos de los sometidos a participar como iguales en sus tripulaciones. En el momento álgido de la Edad de Oro, no era extraño que los esclavos fugitivos sumaran una cuarta parte, si no más, de la tripulación de un barco pirata; varios mulatos llegaron a convertirse en capitanes piratas hechos y derechos. Este espacio de libertad suponía una verdadera amenaza para las colonias de plantaciones esclavistas en los alrededores de las Bahamas. En 1718, el gobernador en funciones de las Bermudas informó de que «últimamente, los negros [se han] vuelto tanto más descarados e insultantes, que tenemos motivos para sospechar un alzamiento [contra nosotros y]… temer que se unan a los piratas».

Algunos piratas contaban, además, con motivaciones de índole política. La Edad de Oro se había iniciado de una forma un tanto súbita tras la muerte de la reina Ana, cuyo hermanastro, James Stuart, era aspirante al trono; sin embargo, su condición de católico le vedó el acceso. El nuevo rey de Inglaterra y Escocia fue Jorge I, protestante y primo lejano de la fallecida monarca, un príncipe germano a quien no preocupaban mucho ni la nación inglesa ni su lengua, que no era capaz de hablar. Muchos británicos, entre ellos unos cuantos futuros piratas, lo encontraron inaceptable y permanecieron leales a James y la casa de los Stuart. Varios de los piratas de la Edad de Oro fueron favorecidos por el gobernador de Jamaica, Archibald Hamilton, simpatizante de los Stuart que al parecer pretendía usar a los piratas a modo de marina rebelde para apoyar un posterior alzamiento contra el rey Jorge. Según ha indicado Kenneth J. Kinkor (del Expedition Whydah Museum, en Provincetown, Massachusetts), «eran mucho más que simples matones locos por robar las reservas de licor».

Las bandas de piratas de las Bahamas gozaron de un éxito prodigioso. En su momento de apogeo, lograron cortar las comunicaciones entre Gran Bretaña, Francia y España, por un lado, y sus imperios en el Nuevo Mundo, al bloquear las rutas comerciales, dificultar el suministro de esclavos a las plantaciones de azúcar de América y las Antillas, y perturbar, además, la corriente de información entre los continentes. La Royal Navy pasó de no poder atrapar a los piratas a temer incluso un encuentro con ellos. Pese a que la fragata HMS

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