David Wootton - La invención de la ciencia
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- Libro:La invención de la ciencia
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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La invención de la ciencia: resumen, descripción y anotación
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EL DESENCANTO DEL MUNDO
Así, el proceso creciente de intelectualización y racionalización no implica una comprensión creciente de las condiciones bajo las que vivimos. Significa algo muy distinto. Es el conocimiento o la convicción de que solo con que quisiéramos comprenderlas, lo podríamos hacer en cualquier momento. Significa que en principio, pues, no estamos regidos por fuerzas misteriosas e impredecibles, sino que, por el contrario, podemos en principio controlarlo todo mediante el cálculo. Esto, a su vez, significa el desencanto del mundo.
Max Weber, «Science as a Vocation» (1918)
§1
En marzo de 1661 un caballero llamado John Mompesson, de Tedworth en Wiltshire, hizo arrestar a un músico callejero que tocaba el tambor (los mendigos tenían que poseer una licencia, y la licencia de este mendigo era falsa) y que se le quitara el tambor. Durante los dos años siguientes, aproximadamente, en la casa de Mompesson rondó un poltergeist. Hubo ruidos de tamborileo, pero también extrañas levitaciones de objetos y ruidos alarmantes. He aquí un informe típico:
El cinco de noviembre de 1662 hubo un gran ruido, y un sirviente que observó que dos pizarras en el cuarto de los niños parecían moverse, le ordenó que le diera una de ellas. Entonces la pizarra se acercó (sin que él viera que nada la movía) a un metro del sirviente. El hombre añadió: «Yo no quería cogerla con la mano», y al momento se acercó más a él. La rechazó, y de nuevo se le acercó, y así una y otra vez. Al menos veinte veces en total, hasta que mister Mompesson prohibió a su sirviente tales familiaridades. Esto ocurrió de día, y lo vio toda una habitación llena de gente. Aquella mañana dejó un olor sulfuroso tras sí, que era muy ofensivo. Por la noche el pastor, un tal mister Cragg, y varios vecinos fueron a la casa de visita. El pastor empezó a rezar con ellos, arrodillándose junto a la cama de los niños, lugar que en aquel momento era muy fastidioso y ruidoso. Durante la plegaria se retiró al desván, pero volvió tan pronto como las plegarias hubieron acabado, y después, a la vista de los presentes, las sillas andaban solas por la habitación, los zapatos de los niños fueron lanzados sobre sus cabezas, y todo lo que estaba suelto se movía por la habitación. Al mismo tiempo, un bastón de la cama fue lanzado contra el pastor, al que le golpeó en la pierna, pero de manera tan favorable que un rizo de lana no hubiera podido caer más suavemente, y se observó que se detuvo justo donde llegó, sin rodar ni moverse del lugar.
Siempre ha habido muchos cuentos de miedo y fantásticos. Este procede de Saducismus triumphatus, escrito por un clérigo, Joseph Glanvill, uno de los principales propagandistas de la nueva ciencia y miembro de la Royal Society desde 1664. Glanvill empezó publicando en defensa de la realidad de la brujería en 1666, y su primera versión del relato de Mompesson apareció al año siguiente en A Blow at Modern Sadducism («Un golpe al saduceísmo moderno»), entendiéndose saduceísmo como la negación de la realidad de los espíritus. (La versión que se acaba de citar procede de la obra póstuma Saducismus triumphatus, o The Saducee Triumphed Over, «El saduceo vencido», de 1681, que hizo imprimir el amigo de Glanvill Henry More, filósofo platonista, y que tuvo otras cinco ediciones). El propósito de Saducismus triumphatus era simple: Glanvill buscaba producir testimonios irreprochables (incluido el suyo), lo que él denominaba «una colección selecta de relaciones modernas», que establecieran que brujas, poltergeists y demonios eran hechos (el uso del lenguaje de la ciencia contemporánea era deliberado); así demostraría la realidad de un mundo de espíritus, y con ello refutaría el materialismo ateo.
§2
La palabra «moderno» (modernus) data del siglo VI. Y aquí parece que se ha quedado (al menos por el momento), porque hemos inventado el término «posmoderno» para señalar las diferencias entre nuestro mundo (el mundo de los últimos cincuenta años, aproximadamente) y el de nuestros padres, abuelos y bisabuelos.
Shakespeare empleaba la palabra «moderno» para indicar a la vez «ordinario» y «contemporáneo». No tenía un sentido lo bastante fuerte de cambio histórico para querer resaltar las características peculiares del mundo moderno, y se veía obligado a referirse indirectamente al rasgo peculiar del que era más consciente (la Reforma), por miedo a ser acusado de catolicismo. Así, cuando Lafeu, en A buen fin no hay mal principio, dice: «Dicen que los milagros son cosa del pasado; y tenemos nuestras personas filosóficas para hacer modernas y familiares las cosas sobrenaturales y sin causa. De ahí que hagamos nimiedades de los terrores, acomodándonos al conocimiento aparente, cuando debiéramos someternos a un miedo desconocido» (II.iii.891), está atacando a la nueva doctrina protestante al decir que los milagros son cosa del pasado; pero su uso de «modernas» como sinónimo de «ordinarias» enmascara, en lugar de clarificar, su propósito. En el siglo V el saqueo de Roma señaló el fin de un mundo y el inicio de otro; lo mismo hizo el ferrocarril en el siglo XIX. Shakespeare no es consciente de vivir en un mundo distintivamente «moderno», a pesar de la brújula, la imprenta, la pólvora y el descubrimiento de América. Tenía muchas ganas de suprimir las diferencias entre la antigua Roma y su propio Londres, así como las que había entre Verona y Canterbury.
En algunas disciplinas separadas existe un sentido de lo moderno en el Renacimiento: en la pintura, en la música, en la guerra, en la literatura (en la que la literatura moderna, de la que Dante es el ejemplo supremo, se escribe en la lengua vernácula, no en latín).
Este capítulo trata del nacimiento de lo moderno en dos sentidos: primero, está la aparición de un nuevo sentido de la palabra «moderno» en la década de 1660 para referirse a la ciencia posgalileana. Así, en el Plus ultra (1668) de Glanvill, la primera sección se titula «Modern Improvements of useful Knowledge» («Modernas mejoras de conocimiento útil»), y emplea con frecuencia la palabra «moderno» («el mundo moderno», «los tiempos modernos», «la manera moderna de la filosofía», «los experimentadores modernos», «los descubrimientos modernos») para referirse a la época poscolombina. Este es el mismo sentido de «moderno» que es la base del título de Butterfield The Origins of Modern Science, y refleja un uso que establecieron los contemporáneos de Newton. Así, nuestra comprensión de la palabra «moderno», cuando hablamos de ciencia, corresponde todavía a la suya, y su uso del término «los modernos» es su manera de reconocer lo que nosotros denominamos la Revolución Científica.
Segundo, está la reducción en la creencia en la magia y la brujería, que ya se vislumbra en el discurso de Lafeu, si consideramos que «moderno» significa algo más que solo «ordinario». En la época, esto se consideraba como algo nuevo y sin parangón; también esto era moderno. La Inglaterra de principios del siglo XVIII representa un momento clave en el «desencanto del mundo» de Weber. Es la concepción de la modernidad de Weber lo que atrae particularmente nuestra atención hacia este aspecto de la Revolución Científica.
§3
En 1704, Jonathan Swift, que más adelante sería el autor de Los viajes de Gulliver, publicó una pequeña sátira titulada The Battle of the Books. Describía una batalla entre los libros de una biblioteca, una guerra entre los antiguos y los modernos. Swift había escrito esta parodia en 1697, y para cuando apareció publicada el conflicto que satirizaba ya parecía haber terminado. El texto de Swift era burlonamente incompleto, de modo que era imposible decidir quién había salido victorioso. El conflicto, en su versión inglesa, se había desencadenado en 1690 cuando el distinguido político y diplomático sir William Temple (que empleó a Swift como su secretario en varios períodos entre 1688 hasta su muerte en 1699) publicó un ensayo en el que defendía a los antiguos frente a los modernos. Temple respondía a un debate que había empezado unos años antes en Francia, en el que se había afirmado que los escritos de los autores franceses del siglo XVII (que los franceses llaman ahora
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