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Demóstenes - Discursos Políticos III

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Demóstenes Discursos Políticos III
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    Discursos Políticos III
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    ePubLibre
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    0341
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Discursos Políticos III: resumen, descripción y anotación

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Demóstenes (Atenas, 384 a. C.-Calauria, 322 a. C.) es uno de los grandes oradores de todos los tiempos (Cicerón escribió que era «el orador perfecto») y estuvo intensamente implicado en la política ateniense y griega. Vivió en el siglo IV a. C., tiempo de gran agitación política, de declive de la ciudad-estado ática y de creciente hegemonía macedonia, a la que se opuso con toda su energía y capacidad intelectual. Tras sus estudios de retórica, en los que se familiarizó con los oradores anteriores y sus recursos lingüísticos y argumentativos, así como con los del historiador Tucídides, Demóstenes trabajó un tiempo como logógrafo, o abogado en casos particulares, componiendo los llamados discursos privados, o forenses, de los que la tradición ha conservado muchos: más de cuarenta, si bien más de una docena parecen de otros autores. En este ámbito, sus discursos más famosos son los que afectan a asuntos personales del autor y los que discuten la herencia y la suerte de la familia del banquero Pasión. No tardó, sin embargo, en interesarse por la actividad política: en 354 a. C. ya pronunció sus primeros discursos en público en este ámbito, y dedicó años a oponerse a la expansión de Macedonia y su rey Filipo II. Demóstenes, que conservaba el ideal de Atenas desde la lectura de Tucídides y quería preservar la libertad de la ciudad, trató de pactar con Filipo que no atacara Grecia. El orador fue decisivo para que Atenas y Tebas tomaran armas contra Alejandro Magno en la batalla de Queronea, en la que cayeron ante el conquistador macedonio. Demóstenes se suicidó antes de que los soldados del sucesor de Alejandro, Antípatro, pudieran acabar con su vida. Sus mayores empeños fueron restablecer el espíritu público en Atenas y conservar la cultura griega ante la crisis de la ciudad-estado. Entre sus discursos políticos cabe mencionar, los iniciales de confrontación con Eubulo, el político más poderoso en la Atenas del momento. Después se centró por completo en la política exterior ateniense, en relación con Filipo II de Macedonia, al que veía como gran amenaza para todas las ciudades griegas. Contra él escribiría, a lo largo de muchos años, cuatro Filípicas, en las que exhortaba a sus conciudadanos a enfrentarse a él para proteger la independencia de Atenas. A raíz de la conquista de Olinto, ciudad de la Calcídica, por Filipo II, Demóstenes escribió las tres Olínticas, en las que reclamó que los atenienses apoyaran a su aliado, pero esta ayuda militar fue en vano. Demóstenes participó en una embajada para firmar un acuerdo con Filipo, y se mostró partidario de contemporizar con el macedonio, desde una perspectiva posibilista, reconociendo sus conquistas en la Hélade a cambio de evitar otras posteriores (razona su postura en Sobre la paz). En la Segunda y la Tercera Filípicas (considerada su mejor discurso), escritas a raíz del incumplimiento de la contención expansionista, Demóstenes se volvió resueltamente contra Filipo. Pero la mayoría de griegos veían en éste un garante de su seguridad. Abundó en esta línea en Sobre el Quersoneso. Demóstenes tomó el control de la política ateniense y se convirtió en el líder político más influyente de Atenas. La Cuarta Filípica es una declaración de guerra que condujo a una nueva derrota griega frente los macedonios: la de Queronea, aunque sirvió para demorar la conquista macedonia de parte de Grecia y de Bizancio. Demóstenes pronunció el discurso fúnebre por los atenienses muertos en la batalla. En Sobre la Corona, su discurso más famoso, escrito tras la muerte de Filipo y de su sucesión por su primogénito, Alejandro Magno, Demóstenes deplora la paz pactada con Macedonia y sus efectos, al tiempo que defiende su propia trayectoria política en favor de Atenas, frente al partido promacedonio de Esquines. La fama de Demóstenes perduró a través de los siglos. Los filólogos de la Biblioteca de Alejandría editaron los manuscritos de sus discursos, y los estudiantes de Roma los leyeron para formarse en retórica. En su honor, Cicerón tituló Filípicas sus discursos contra Marco Antonio. En la Edad Media y el Renacimiento fue el más leído de los oradores antiguos, y al cabo de los siglos influyó a los oradores de la Revolución Francesa y a los partidarios de la Constitución de los Estados Unidos.

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CARTAS
INTRODUCCIÓN

Las cartas en la literatura griega configuran un género literario muy concreto que no coincide exactamente con lo que modernamente se entiende por género epistolar. Efectivamente, los contenidos de las cartas griegas, o de las latinas que fueron redactadas a imagen y semejanza de éstas, no ofrecen anécdotas o el tratamiento de asuntos personales entre el que las escribe y el destinatario, sino cuestiones de general interés. Así, en seguida podemos mencionar a título de ejemplo las cartas de Platón, Isócrates, Epicuro, Dionisio de Halicarnaso, Plutarco y las del Nuevo Testamento, en literatura griega, y las de Séneca y Sínmaco en la latina. Un caso aparte constituyen, en su mayor parte, las epístolas de Cicerón.

De Demóstenes nos han llegado, en los manuscritos, seis cartas, cuya autenticidad fue de inmediato tema de litigio. En efecto, después de que Richard Bentley, en 1767, demostró que las cartas de Fálaris eran pura y simple falsificación, una sospecha de contrahacimiento se cernió sobre muchas epístolas escritas en griego. Schaefer y sus seguidores consideraron espurias las cartas de nuestro orador; no así Blass, empero. En el siglo actual ya no se discute si las cartas V y VI son o no auténticas, pues es evidente que muestran un estilo muy diferente del que se aprecia en el bloque de las cuatro primeras (1-IV), que configuran ya en exclusiva el campo acotado sobre el que se debate la cuestión de la autenticidad. H. Sachsenweger (De Demosthenis epistulis, Leipzig, 1935) aduce argumentos que tratan de demostrar que el estilo de las cartas II y III es perfectamente demosténico. En cambio, basándose en distintos datos, como, entre otros, la cronología que se desprende de las cuatro primeras cartas y la alusión a la condena de Filocles por estar implicado en el caso Hárpalo, sugerimiento que se encuentra en un pasaje de la carta III (III, 31), Treves se declara partidario de considerar espurias las cuatro cartas y de ver en ellas documentos redactados por afán propagandístico, cuando ya nuestro orador ha muerto y sus devotos admiradores tratan de rehabilitar su carrera política, intento que obtiene éxito el año 279 a. C., en el que Demócares consiguió que se aprobaran decretos honoríficos en honor de Demóstenes y Licurgo. A los argumentos de índole histórica expuestos por Treves replicaron C. Mathieu («Quelques remarques sur Démosthène», REA 39 [1937], 375-380) y, sobre todo, J. Goldstein (The Letters of Demosthenes, tes. doct., Columbia, 1959), partidario de la autenticidad de las epístolas demosténicas, es decir, de las cuatro primeras cartas del Corpus. El muy sagaz experto en oratoria griega F. Blass aceptaba como genuinas las cartas II y III, en las que veía un tipo de composición —lógicamente— más libre que la de los discursos, pero de indiscutible corte demosténico, o sea, con muy pocos hiatos y mantenimiento del principio rítmico de la evitación de tres sílabas breves consecutivas. También en estas dos obritas creía percibir muy claros rasgos del estilo y del carácter de nuestro orador: apasionamiento, vivacidad, moderación, patriotismo. En la cuarta epístola, sin embargo, la acumulación de figuras gorgianas y ciertos vislumbres de imitación y ficción que se atisban en determinados pasajes le hacen poner en duda la autenticidad de esta carta, en la que, no obstante, la evitación del hiato y de la sucesión inmediata de tres sílabas breves son rigurosamente observadas, y la construcción de las frases puede ser considerada demosténica.

Acerca de la primera, la titulada Sobre la concordia, que ofrece varias expresiones y giros que se encuentran en el discurso Sobre la corona y los Proemios, Blass admitía su carácter genuino, pero consideraba la epístola como un inacabado trabajo de Demóstenes («dass wir sine unvollendete Arbeit des Demosthenes vor uns haben»). La sexta, la enviada desde el Peloponeso y dirigida a los atenienses después de la batalla de Cranón acompañando como credencial de mensajero a un testigo de aquella batalla, la tenía Blass por no indigna de Demóstenes («des Demosthenes nicht unwürdig»), a pesar de que nada sabemos de una estancia de nuestro orador en el Peloponeso en torno a la fecha en que tuvo lugar la batalla de Cranón, del 322 a. C., combate con el que Antípatro puso fin a la Guerra Lamíaca aplastando las tropas de ciudades confederadas que se habían alzado en armas contra Macedonia.

En cuanto a la quinta, dirigida a Heracleodoro, discípulo de Platón, llena de hiatos y acumulaciones de sílabas breves, le parecía al gran investigador de la oratoria griega una clara falsificación.

Por consiguiente, la autenticidad de las cartas II y III parece hoy fuera de dudas, como parecía también a Blass; y, en cuanto a la I y la IV, Goldstein las acepta, como genuinas, si bien nos explica que la primera carta escrita por Demóstenes no ha llegado a nuestras manos y que a esa carta perdida seguían, por este orden, la tercera, la cuarta y la que hoy día figura como primera en nuestras ediciones y Blass consideraba incompleta. El investigador germano del siglo pasado, empero, aceptaba como auténticas las tres primeras epístolas, rechazaba por espurias la cuarta y la quinta, y no se decidía a emitir un juicio definitivo respecto de la autenticidad de la sexta.

I
SOBRE LA CONCORDIA

A todo el que se dispone a emprender algo serio, bien un discurso, bien una labor, supongo que le corresponde, en primer término, comenzar por los dioses. Ruego, pues, a los dioses todos y a todas las diosas que lo que es la mejor opción para el pueblo de los atenienses y para los que le son favorables, tanto ahora como para tiempos venideros, eso me venga a la mente y se me ocurra a mí escribir y a los atenienses reunidos en asamblea, adoptar. Y una vez hecha esta plegaria, albergando la esperanza de una buena inspiración por parte de los dioses, me dispongo a mandar esta carta.

Demóstenes, al Consejo y a la Asamblea del pueblo, salud. Acerca de mi regreso. En efecto, cuando uno habla, le es posible darse cuenta de qué deseáis y le es fácil corregir vuestros errores; pero un librillo no cuenta con ninguna ayuda de esa naturaleza para hacer frente a los que arman alboroto. No obstante, si estáis dispuestos a escuchar en silencio y tenéis paciencia para enteraros de todo, me imagino, por decirlo con la esperanza puesta en los dioses, que, aunque breve sea lo escrito, ha de verse claramente que yo, por lo que a mí respecta, con todo mi afecto estoy cumpliendo con mi deber en favor vuestro y que he de indicaros de forma bien clara lo que os conviene. Y no fue por imaginar que os faltaban oradores ni quienes sin reflexión y a la ligera os dijeran lo primero que se les ocurriese, por lo que me pareció bien enviaros esta carta; antes bien, todo lo que resulta que sé por experiencia y por haber seguido de cerca los acontecimientos, eso deseé, por un lado, hacer público y brindárselo a quienes se proponen pronunciar discursos, en calidad de recursos generosos de aquellas medidas que entiendo os interesan, y, por otra parte, quise hacer fácil a las masas populares la elección de las más ventajosas resoluciones. Así pues, éstas son las razones por las que me vino a la cabeza escribir esta carta.

Y es menester que vosotros, varones atenienses, lo primero de todo, os procuréis concordia injusta y sectariamente para la complacencia de los otros. Pero yo no creo que ni por saciar mi resentimiento particular deba hacer daño al público interés ni mezclo nada de mi enemistad personal con el provecho de la comunidad, antes bien, aquello a lo que exhorto a los demás, eso opino que yo mismo debo ser el primero en hacerlo.

Así pues, los preparativos, aquello de lo que hay que guardarse, y las gestiones que, dentro de las posibilidades del humano cálculo, más probabilidad tienen de tener éxito, todo eso, prácticamente, ha sido ya expuesto por mí; pero cómo estar al frente de vuestros negocios de cada día y de qué manera afrontar correctamente los acontecimientos que se producen de improviso, y cómo conocer el momento oportuno para cada acción y juzgar cuál de nuestros objetivos es posible ganarlo mediante negociación, con ayuda de la Buena Suerte, liberad a los griegos. Salud.

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