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Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 7

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Marco Tulio Cicerón Discursos Vol. 7

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INTRODUCCIÓN

No parece conveniente adelantar ahora datos y consideraciones que se podrán encontrar en cada introducción. Sí puede interesar que se mencionen en estos preliminares los aspectos que justifican el agrupamiento tradicional de estas tres obras ciceronianas.

Los tres discursos se han llamado así desde la Antigüedad; con bastante fundamento. Aparte de ser pronunciados en su presencia, es César, como veremos, un elemento de referencia y protagonismo esencial en estas tres piezas oratorias, unidas, además, por la cronología.

En efecto, entre septiembre del 46 y noviembre del 45 a. C. los tres personajes arriba citados fueron el motivo de tres alegatos ciceronianos, sucesivos y próximos, que, como se ve, se produjeron recién acabada la Guerra Civil, uno de los puntos comunes; el más importante (casi todos los demás deben ser considerados consecuencias de él), ni que decir tiene, pero también el más conocido; y tratado a propósito de otras obras y otros autores, incluidos los publicados en esta colección. Nos limitaremos, por tanto, a un pequeño recordatorio de lo que pudo pasar entre el final de la pugna César-Senado y el momento en que se pronunciaron los discursos de los que nos estamos ocupando. Y digo lo que pudo pasar, porque, aunque contamos con bastantes fuentes, no sabernos hasta qué punto son fiables, unas por parcialidad y poco distanciamiento, y otras por demasiado distanciamiento, incluido el espacial, lo que pudo suponer dificultad de acceso a documentos y noticias sin intermediarios.

Cuando César comienza su avance hacia Roma, Pompeyo decide preparar la lucha más allá del Adriático, lo que su rival aprovecha para ocupar Italia y vencer a los pompeyanos de Hispania (el grueso de sus fuerzas), y, no sin sufrir antes algún revés militar y diplomático, derrotarlo a él en Farsalia en el 48. Aun así, tiene que seguir combatiendo para acabar con la resistencia enemiga, primero en Tapso (46), en África, y después en Munda (45), en Hispania. Tras esto se imponía la gran y absolutamente necesaria tarea de la reconstrucción nacional en todos los órdenes. Cicerón actuó como siempre, con vanidad y con indecisión, si bien las circunstancias del momento seguramente podrían justificar lo segundo, que no su actitud con el dictador tras su muerte. Pero quizá fuera sincero en alguna de sus posturas y decisiones, ya que siguió a un Pompeyo por el que no sentía admiración ni tampoco simpatía, si nos fiamos de sus cartas. El caso es que pretendió ser mediador entre los dos caudillos, primero antes de Farsalia y luego, a raíz de la derrota, defendiendo a los vencidos; y aquí enmarcaríamos estos tres discursos.

Otras notas comunes serían:

1) Su intención en las tres ocasiones de ganarse un prestigio de fidelidad, lo que podría interpretarse como una insinuación a César de que también con él se comportaría lealmente.

2) El argumento de su propio perdón para solicitar el perdón de los demás, acompañado de la tesis de que los pompeyanos actuaron con error, no con mala fe.

3) Otra búsqueda sería, en los tres casos, recuperar popularidad y protagonismo político, ahora también con César, ante el que se postula como consejero.

4) Común sería el conjunto de su táctica: utilizar argumentos como el que acabo de señalar, elogiar a César, agradecerle sus decisiones sobre los tres personajes y su clemencia, en general; y su sugerencia y ofrecimiento de respeto mutuo.

Y otra nota común, muy diferente de las anteriores, es la tradición manuscrita única, según se verá en el penúltimo apartado de la introducción al Marcelo.

LOS DISCURSOS CESARIANOS
PRO MARCELLO • PRO LIGARIO • PRO REGE DEIOTARO
INTRODUCCIÓN

Se trata, en opinión de Gotoff, de un discurso único en la producción ciceroniana. Lo es (si interpretamos bien las palabras de este estudioso) sobre todo por falta de datos. En efecto, no sabemos:

1) Si corresponde a un verdadero juicio; o, si lo hubo, de qué tipo de procedimiento habría que hablar, entre otras razones porque no se conoce el precedente de que un magistrado, aunque sea discutible definir así a César, hubiera juzgado a un rey.

2) Si el defender a Deyótaro fue iniciativa del orador o lo hizo a instancias de César.

3) Quién fue su oponente legal, si fue o fueron los mismos que lo son, dialécticamente, en el texto.

4) Si resultó eficaz, dado que desconocemos el veredicto, si es que lo hubo; siempre en el supuesto de que se celebró el juicio.

5) Las motivaciones, que podrían iluminarnos algo… ¿Por qué, como parece comprobado, César admitió la acusación? Le interesaba tener las espaldas guardadas al emprender la guerra contra los partos. Pero ¿cómo lo conseguiría, castigando (de nuevo: ya le había sancionado por su colaboración con Pompeyo) a Deyótaro o perdonándolo, o dejando pendiente su resolución?

Desconocemos también los motivos de Cicerón para pronunciar su (y esto sí que consta) último discurso forense: ¿su afecto por el rey, su deseo de continuar con su supuesta influencia sobre César tras los discursos en acción de gracias por el perdón a Marcelo y en defensa de Ligario?

Nos recuerda Watts. En cambio, en su introducción al Pro Marcello señala que no es un discurso judicial, frente al Pro Ligario y al Pro rege Deiotaro, que sí lo son. ¿Pretende aventurar con todo ello que Cicerón preparó un discurso forense destinado a una intervención que no lo era?

Fecha

Noviembre del 45 a. C., es decir, más o menos un año posterior al pronunciado en defensa de Quinto Ligario. Es, por tanto, el último de los cesarianos. Y el último de los judiciales.

Los personajes

1) Deyótaro: uno de los tetrarcas de Galacia, a su vez uno de los territorios resultantes del desmembramiento del imperio de Alejandro.

Desde comienzos del siglo I, y hasta su muerte (en el 40), fue un valioso apoyo en la zona. En la primera guerra mitridática su resistencia al invasor favoreció al ejército romano, lo mismo que en la segunda, en la que su ayuda a Lúculo le reportó elogios públicos, oficiales, por parte del Senado. Tras otra eficaz asistencia contra los piratas isáuricos, su intervención en la tercera guerra contra Mitrídates fue premiada por Pompeyo con el reino de Armenia Menor, acuerdo ratificado en el año 59 por el Senado (a instancias de César), quien además lo declaró «aliado y amigo del Pueblo Romano».

A cambio debía colaborar en la estabilidad de las fronteras orientales. Y lo hizo: ayudó a los gobernadores de Siria y Cilicia contra los partos, a Cicerón en el 51, acogiendo incluso en su palacio a su hijo y a su sobrino; a Pompeyo en Farsalia, al que luego siguió a Lesbos, aunque poco después regresó a Galacia. Más tarde, se entrevistó con César en la frontera de su reino en el año 47, quien admitió (por conveniencia) sus excusas por haber militado en el bando rival y le reclamó ayuda para luchar contra Farnaces. A pesar de que Deyótaro se la prestó y que el dictador se alojó en su palacio tías la victoria de Zela, César, como se ha anticipado, lo sancionó: con la pérdida de parte de los territorios que ocupaba, unos legal y otros ilegalmente.

Nuestro rey no cejó en sus aspiraciones y tras Munda envió al dictador embajadores a Hispania para recuperar lo perdido y para que se le reconociera a su hijo como sucesor en el reino. Muerto César, consiguió por dinero que M. Antonio «encontrase» entre los documentos del muerto uno en el que proponía que se concedieran aquellas peticiones. Antes de que le llegara la comunicación correspondiente se apoderó definitivamente de toda Galacia, y la conservó hasta el final.

Fue, por tanto, un personaje notable, aliado valiente y honrado, ambicioso y astuto.

2) César: describamos en orden cronológico su actuación o relación con Deyótaro: en el año 59 promovió la ratificación de las decisiones de Pompeyo a raíz de su victoria sobre Mitrídates, entre ellas las que favorecían al primero. Cuando se disponía a luchar contra Farnaces solicitó o, quizá mejor, le reclamó todo el apoyo que pudiera suministrarle al tiempo que aceptaba sus excusas por haber sido su enemigo en el campo de batalla. Era una compensación pactada tácitamente, porque es de suponer que César admitía las razones de Deyótaro por motivos coyunturales y que éste, a su vez, estaba seguro de que aquél no creía en la sinceridad de sus palabras. Pese a todo, el vencedor en Zela aceptó su invitación y permaneció un tiempo bajo su techo.

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