Charles F. Lummis - Los exploradores españoles del siglo XVI
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- Libro:Los exploradores españoles del siglo XVI
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1893
- Índice:4 / 5
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Los exploradores españoles del siglo XVI: resumen, descripción y anotación
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A MANERA DE PRÓLOGO
I
El libro de Carlos F. Lummis, que ahora se publica vertido al castellano, pertenece a una literatura ya copiosa, y por lo general interesante en muchos respectos, que hace años comenzó en los Estados Unidos a revelar la existencia de una cuidadosa atención hacia nuestra historia colonial. Propiamente, esa atención no es de hoy en los escritores y eruditos norteamericanos. Desde los comienzos del siglo XIX tiene ya representantes tan ilustres como Washington Irving, Ticknor y Prescott; pero el número de sus cultivadores ha crecido luego mucho, sobre todo en el último tercio de aquella centuria.
Como siempre ocurre cuando se producen esas corrientes de curiosidad letrada de un pueblo respecto de otro, hay en la que ahora examino, dos direcciones principales: una, puramente erudita, para la que España es un motivo de estudio y no más, aunque singularmente atractivo por una mezcla de razones económicas, políticas, etc., que no necesito detallar y que lo destacan entre muchos; otra, en que la impulsión científica o utilitaria va unida con un movimiento sentimental de simpatía, que en muchos casos se convierte en propósito de aplicar al estudio un sentido recto y humano de justicia, en vez de los sobados moldes que sentenciaban duramente la obra española repitiendo errores, anticipaciones precientíficas y malicias sin fundamento: en virtud de todo lo cual, España resultaba ser como una excepción monstruosa en la historia de la colonización y de las relaciones internacionales.
A su tiempo llamé la atención de nuestro público hacia esa literatura hispanófila tan importante para nosotros por venir de quien viene, y no sólo con relación al efecto que en la historiografía extranjera seguramente ha de producir —y en rigor, ha producido ya—, sino también al que no tiene más remedio que causar sobre nuestro pesimismo y nuestra fácil disposición a la censura de lo propio.
Si ahora hubiese de escribir nuevamente sobre el tema con los caracteres de generalidad que entonces usé, tendría que añadir muchísimos nombres a los citados, porque la corriente continúa, cada vez más intensa, en uno y otro sentido. Desde Bancroft en 1822, había ido aumentando poco a poco con los trabajos de Brackenridge (1851), Simpson (1852), Shea (1855-1860), Dwinelle (1863), Davis (1869), Hall (1871), Hittell (1885), Bandelier (1890), Blackmar (1891), Winship (1894), Moses y Mc. Farland (1898), Engelhardt (1897), etc., hasta llegar a Gaylord Boume (el único autor norteamericano cuyo libro sobre la colonización española ha trascendido a nuestro público, merced a una traducción impresa en Cuba en 1906), Shepherd y otros que cité en el trabajo aludido; pero luego su número ha crecido tanto, con los trabajos de Lowery, Richman, Robertson, Fortier, Coman, Hodge, Dellenbaugh, Bolton, Cornish, Coues, Bradford, Nutall, Hill, Teggart, Priestley, Chapman y tantos otros (sin contar con los de fechas anteriores que han seguido escribiendo, los historiadores especiales de la ciudad de San Francisco y los muchos que se dedicaron a estudiar la historia de Méjico y la de sus relaciones diplomáticas y guerreras con los Estados Unidos), que pretender dar aquí su lista completa, sería difícil, enojoso y muy expuesto a olvidos.
Merced a la labor de esa falange de investigadores y compiladores, se está renovando el conocimiento de nuestros más famosas expediciones por los territorios del O. y SO. (Oñate, Alonso de León, Terán, Solís, Mendoza, los franciscanos, etc.) y de algunas de nuestras instituciones de gobierno colonial (el Virrey, el Adelantado…), traduciendo, o publicando por primera vez, documentos importantísimos como la relación del padre Kino, el Diario del padre Junípero Serra, el de Garcés, el de Anza, el de Portolá, el de Font y otros muchos. El foco quizá más importante de esta elaboración erudita está hoy en los Estados del SO. y del extremo Oeste, y, sobre todo, en la Universidad de California (Berkeley), donde naturalmente se explica esa preferente atención por los antecedentes históricos de aquellos países. Pero no faltan investigadores importantes en otros puntos de los Estados Unidos. Una simple ojeada a las listas de tesis doctorales presentadas en las Universidades de Norteamérica basta para dar la impresión de la frecuencia con que atraen los asuntos españoles. En las publicadas con fecha de diciembre 1918 y abril 1919, por ejemplo, que abrazan la producción de los últimos meses, hay diecinueve, de aquéllos: siete referentes a nuestra península (S. Isidoro, La Mesta, El Derecho de asilo, Vida municipal judía, etc.) y doce a la historia colonial.
Por de contado —como ya lo he advertido—, no toda esa gran masa de producción erudita puede clasificarse en el grupo hispanófilo que antes señalé, mejor dicho en el de los autores que acometen tales trabajos movidos por una general simpatía hacia nuestra obra o (lo que es mejor aún) por el sincero deseo de rectificar errores que nos perjudican y que estiman absolutamente insostenibles dentro del rigor de la crítica histórica. Hay, por el contrario, entre esos escritores, algunos que todavía se dejan arrastrar, o por una inconsciente antipatía hacia la colonización española (como si ésta hubiese sido antes, o en su consecuencia fuese hoy, el enemigo sustancial de lo que políticamente representan los Estados Unidos, cuya historia propia comienza cuando terminaba casi la española en el continente americano), o por la fuerza tradicional de equivocaciones y prejuicios que han ido pasando de unos libros en otros. Así se da el caso de que autores cuyos estudios sobre puntos concretos han rectificado errores de historia colonial y restablecido la verdad de los hechos, en cuanto salen de esos puntos en que han sido investigadores originales y discurren acerca de las generalidades de nuestra colonización repiten los lugares comunes desfavorables para aquélla, aunque corregidos ya en otros libros. Sirva de ejemplo la por otra parte excelente monografía de miss Katharine Coman, Los orígenes económicos del extremo Oeste .
Véase en ello una nueva prueba de la persistencia que tienen los prejuicios cuando se apoderan de la inteligencia humana y se convierten en tópicos comunes.
Pero la existencia de esas excepciones (aún numerosas, sin duda), no excluye la de un buen núcleo de aquellos otros escritores que califiqué antes de hispanófilos para darles un nombre breve que a todos los abrace, pero que en rigor debieran llamarse simplemente hombres respetuosos con la verdad, a quienes el estudio les revela que se ha calumniado muchas veces a España o no se le ha aplicado el mismo criterio de juicio que a los demás pueblos, y francamente expresan lo que les dicen la investigación y el espíritu de justicia. Por eso ha podido escribir muy recientemente el profesor de la Universidad de Texas, William R. Manning, testigo de mayor excepción por su cargo y su nacionalidad, las palabras siguientes, con motivo de un libro americanista publicado por uno de sus colegas en otra Universidad.
“Sigue (la persona a quien se refiere) la reciente tendencia de ilustres investigadores de la colonización española, que acentúa menos los errores y daños y más los buenos elementos del sistema, mostrando que muchos de los primeros existieron a causa de la incompetencia y venalidad de los funcionarios subalternos, antes que por las malas leyes o las malas intenciones de parte de los soberanos españoles o de lo virreyes y de otros altos funcionarios”.
A mi juicio, todavía van más lejos y se ajustan con mayor rigor a la verdad histórica algunos de los modernos escritores norteamericanos. Siendo exacta en términos generales la observación del profesor Manning (y afirmando, por de contado, que no fueron mejores los más de los funcionarios de las colonizaciones portuguesa, inglesa, francesa, etc.), todavía puede añadirse que si por un lado no cabe dudar que también algunos virreyes, gobernadores y presidentes faltaron a su deber y al mandato expreso de la legislación en materias coloniales (igualmente como en los países ocupados por ingleses, portugueses y holandeses, donde existieron tales abusos) y caso aparte de la superioridad de nuestras leyes sobre todas las que antes —y aun después— del siglo XIX se han dado a este propósito, por otro lado, la sentencia que parece confundir en un solo juicio de venalidad e incompetencia a todos los funcionarios subalternos puede ser tan equivocada e injusta como la que declarase que todos los encomenderos y personas directamente relacionadas con los indios fueron con éstos arbitrarios y brutales. La cuestión histórica reside en precisar —una vez deslindados los campos de las responsabilidades, como la tendencia caracterizada por el profesor Manning realiza— qué número de abusos hubo realmente y en qué proporción se hallaron con los casos de una administración, si no impecable, ajustada a los moldes corrientes que la humanidad usaba entonces y hoy también. Sólo cuando pueda hacerse ese balance, procederá un juicio de conjunto, respecto de la acción española, en la esfera en que todos sabemos que hubo abusos e injusticias.
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