DESCARTES
Filósofo y matemático francés (1596-1650), inventor de la «duda metódica» y de la «moral provisional», autor de las Meditaciones metafísicas y del Discurso del método, donde escribe, más o menos, «Pienso, luego existo».
Descartes quería refundar totalmente el conocimiento humano, aportar distintas pruebas racionales de la existencia de Dios (no le faltaba ambición intelectual…), ¡pero insistió mucho en que este tipo de verdades no tenía ninguna utilidad en la vida cotidiana!
Por ejemplo: ¿qué hacer si nos perdemos en el bosque? ¿Reflexionar? ¡Nada de eso! Según Descartes, empezamos a avanzar en cualquier dirección y, ¡alucina!, si seguimos en línea recta acabaremos llegando a algún sitio. Es una cuestión de voluntad, no de inteligencia. Si lo pensamos demasiado, podríamos cambiar de estrategia una y otra vez, y acabar caminando en círculos hasta morir. Frente a los muebles de Ikea nos sentimos como en el bosque al caer la noche. Nuestro peor enemigo es nuestra capacidad de pensar. Nuestra mayor baza es la voluntad de seguir tontamente las instrucciones. Es lo que Descartes acabó comprendiendo poco tiempo después de la escena que relatamos en esta historieta. El mundo de la acción no es el mundo de las verdades metafísicas. El mundo de las verdades metafísicas es el mundo del pensamiento, de la búsqueda de la evidencia. El mundo de la acción obedece a reglas diferentes: debemos actuar contando con la duda a la espera de un hipotético rayo de luz. Necesitamos esta voluntad, que según Descartes es infinita, para compensar los límites de nuestra capacidad de reflexión.
MONTAIGNE
Escritor y filósofo francés (1533-1592), autor de un solo libro, Ensayos, que escribió a lo largo de toda su vida, pero que es la base de la introspección moderna, donde escribe esta frase que entonces resultó escandalosa: «No tengo más proyecto que pintarme a mí mismo».
«En el trono más bello del mundo sólo podemos sentarnos sobre el culo». Frases como ésta muestran claramente que Michel de Montaigne no era un filósofo como los demás. Magistrado, soldado, diplomático, alcalde de Burdeos, hombre mujeriego, casado… que acabó escribiendo los Ensayos. En el extremo opuesto de los grandes constructores de sistemas que lo sacrifican todo en aras de la Verdad, fue un escéptico y un relativista que hizo soplar un viento fresco sobre Francia.
Sin embargo, este relativista tenía una verdad absoluta: su amistad con La Boétie, autor a los 18 años del sublime Discurso de la servidumbre voluntaria, fallecido a los 32 años. Cuando leemos, en la pluma de La Boétie, que «los tiranos sólo son grandes porque nosotros estamos de rodillas», es fácil comprender que estos dos seres estaban hechos el uno para el otro. Podemos imaginar esta fusión de inteligencias alimentándose mutuamente, que Montaigne echará de menos toda su vida. Cuando escribe que «filosofar es aprender a morir», Montaigne seguía pensando en La Boétie, en la forma en que su amigo durante tres días afrontó dignamente la peste y la muerte. Los Ensayos en su totalidad son una prolongación del diálogo que Montaigne tuvo en su juventud con un ser mortal que se llamaba La Boétie.
KIERKEGAARD
Filósofo y teólogo danés (1813-1855), autor del Tratado de la desesperación o de Temor y temblor, que contrapuso a la Iglesia una dimensión individual y concreta —existencial— de la fe.
No, lo que deprime a Kierkegaard no es la mentalidad norteña ni la niebla que flota sobre los lagos bálticos, sino más bien la mentalidad occidental: Hegel. Hegel, para quien la historia acaba y termina en Occidente, que encarna a los ojos de Kierkegaard la arrogancia del concepto abstracto occidental, de un pensamiento que pretende superar la oposición de los contrarios con su Dialéctica. Kierkegaard afirma, contra Hegel, la primacía de la existencia concreta, con sus contradicciones imposibles de superar y su angustia tan densa que se puede cortar con un cuchillo. La existencia no es para él, como para Hegel, un momento de la esencia (Hegel presenta la existencia del mundo como una forma para el Espíritu de tomar conciencia de sí mismo). La existencia siempre está ahí. Nosotros estamos en ella, libres, con esa libertad terrorífica que Sartre, citando a Kierkegaard —«la angustia es la aprensión reflexiva de la libertad por ella misma»—, calificará de monstruosa. Al enfrentarse con Hegel, Kierkegaard pone la primera piedra del existencialismo. Sin embargo, la desesperación de Kierkegaard no se debía únicamente al sistema hegeliano. Era el menor de una familia de siete hijos y perdió en unos años a su madre y a cinco de sus hermanos. Su padre luchó contra el sufrimiento desarrollando una teoría delirante: sobre su familia había caído una maldición divina que le quitaría a todos sus hijos antes de que alcanzaran la edad de Cristo. Kierkegaard compartió durante un tiempo la opinión de su padre y tenía miedo de morir también a los 33 años, antes de superar la maldición y llegar a los 42 años.
Ahora os dejo meditando sobre esta frase de Bergson: «Siempre he pedido que dejaran mi vida tranquila […]. He defendido invariablemente que la vida de un filósofo no arroja ninguna luz sobre su doctrina».
DIÓGENES
Filósofo griego (c. 413-c. 327 a.C.), también llamado Diógenes el Cínico o Diógenes el Perro, que puso en solfa los valores sociales o morales de la época, el respeto a los dioses y a Platón.
Diógenes no se contentaba con vivir en un tonel. Ni tampoco con masturbarse en público. Este Sócrates trash era también un pedagogo excelente. Por ejemplo, se paseaba en pleno día con un farol encendido, respondiendo a las preguntas de los curiosos con un enigmático: «Busco al hombre». Al hombre, sí: el hombre ideal con el que tanto daban la lata Platón y los demás. ¿Qué os parece? Un día Diógenes sacó un pollo desplumado: «Aquí está el hombre», declaró, aludiendo a la definición platónica: «el hombre es un bípedo sin plumas». La leyenda también dice que mendigaba ante una estatua para acostumbrarse al rechazo y que al final de su vida recibió la visita de Alejandro Magno, rey de Macedonia, que quería conocerlo. «Pídeme lo que quieras y te lo daré», parece que le dijo Alejandro. «No me tapes el sol», se dice que respondió Diógenes, que murió de la mordedura de un perro al que había intentado quitar un hueso. El hombre capaz de vivir como un perro es un dios, tal es el pensamiento de Diógenes el Cínico, palabra derivada de kunos, el perro, simplemente porque Diógenes y sus amigos se reunían bajo un pórtico con forma de perro. Vivir como un perro: cerca del cuerpo, lejos de las convenciones. Sócrates era irónico: quería hacer reaccionar a los burgueses, pero para ayudarlos a avanzar. Con su cinismo Diógenes provoca sólo para darse gusto: el gusto de escandalizar. Porque ya no tiene fe en el progreso. Quizá sea la auténtica verdad del cinismo: el cinismo es un moralismo despechado. Pagar 950 euros por el tonel de Diógenes es una oportunidad que no se puede dejar escapar. Porque no tiene precio.