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Charles Sherrington - Hombre versus naturaleza

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Charles Sherrington Hombre versus naturaleza

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Leer estas páginas es maravillarse ante el misterio de la vida En el capítulo - photo 1

Leer estas páginas es maravillarse ante el misterio de la vida. En el capítulo cuarto, por ejemplo, Sir Charles nos invita a asistir a un milagro, el de la autoformación de un delicado, sofisticado y perfecto instrumento: el ojo. Se trata de la invitación de un gran científico y espléndido escritor que tuvo mucho tiempo para dejarse fascinar por el problema del fenómeno llamado vida (¿existe —seamos serios— algún otro problema?), pues dispuso de noventa y cinco años para semejante tarea.

Es éste el texto culminante de un científico (por deseo expreso), de un historiador (por curiosidad natural) y de un filósofo (inevitablemente). Las reflexiones de Sir Charles Sherrington arrancan del conocimiento antiguo y medieval, y muy en especial de la obra del sorprendente Jean Fernel, médico de cámara de Enrique II de Francia, que alcanzó una enorme reputación y ejerció una gran influencia en el siglo XVI . El «nuevo Galeno», como se le conocía entonces, parece haber aceptado también, desde el pasado, atender a la misma invitación que Sherrington nos hace a nosotros, sus lectores de hoy. De hecho, se siente, al leer este libro, como si otras personas lo estuvieran haciendo a la vez, discretamente, por encima de nuestro hombre: ¡Fernel y el propio Sir Charles!

Charles Sherrington Hombre versus naturaleza Metatemas 5 ePub r10 - photo 2

Charles Sherrington

Hombre versus naturaleza

Metatemas 5

ePub r1.0

AlNoah29.10.13

Título original: Man on His Nature

Charles Sherrington, 1940

Traducción: Francisco Martín

Retoque de portada: AlNoah

Editor digital: AlNoah

ePub base r1.0

Sir Charles Sherrington Fotografía de Allan Chappelow B A SIR CHARLES - photo 3

Sir Charles Sherrington Fotografía de Allan Chappelow B A SIR CHARLES - photo 4

Sir Charles Sherrington. Fotografía de Allan Chappelow, B. A.

SIR CHARLES SCOTT SHERRINGTON 1857-1952 Neurólogo inglés es el padre de la - photo 5

SIR CHARLES SCOTT SHERRINGTON (1857-1952). Neurólogo inglés, es el padre de la Neurofisiología moderna. En 1906, un año antes de que Bergson publicara La evolución creadora, había desarrollado ya una teoría completa sobre el comportamiento unitario del cuerpo bajo la dirección del sistema nervioso. Poco después, señaló las áreas motoras del córtex cerebral. En 1920, fue presidente de la Royal Society y Caballero en 1922.

Tras estudiar la sinapsis, descubrió la distribución matamérica de las raíces raquídeas, describió el reflejo miotático e individualizó la sensibilidad propioceptiva. Precisó los mecanismos de coordinación de los movimientos y de la rigidez de descerebración, así como la topografía de la corteza cerebral. Mostró la importancia que tienen en neurología las nociones de reflejo e integración. Sus investigaciones, resumidas en dos grandes obras (Acción integrante del sistema nervioso [1906] y Actividad refleja de la médula espinal [1932]), le valieron el premio Nobel de medicina en 1932.

El trabajo de Sherrington impresionó profundamente a científicos y pensadores que le siguieron, como Schrödinger, Watson, Crick y Prigogine, por un lado y Loeb y Popper, por otro. Erwin Schrödinger (Premio Nobel de Física en 1933), en particular, se refiere repetidamente a Sherrington en su ya célebre Mente y materia (Serie Metatemas 2).

Prólogo a la segunda edición

Hemos procurado realizar en esta segunda edición una revisión bastante minuciosa. El libro hace hincapié en la consideración de que el hombre es uno de tantos productos de las fuerzas naturales que actúan sobre lo material en las condiciones pasadas y presentes de nuestro planeta. El autor se dará por satisfecho si gracias a estas páginas, logra despertar en el lector un interés favorable al tema.

C. S. S.

Abril de 1951

Prólogo a la primera edición

Se me pide una introducción para este libro, y considero que lo más apropiado es dar las gracias a la Universidad de Edimburgo por su amabilidad al invitarme a pronunciar estas conferencias, invitación a la que respondí superando ciertas dudas que, supongo, comprenderá el lector.

Por otra parte, debo agradecer a sir S. R. Christopher, miembro de la Royal Society, a quien me une una amistad de años, su gentileza al revisar las pruebas del texto y la disgresión sobre parasitología de la malaria que conforma el último capítulo; también mi agradecimiento a mi buen amigo J. Reid Moir, miembro de la Royal Society, por sus buenos oficios en relación con las referencias ocasionales a la vida y a los trabajos del hombre prehistórico y otros temas similares que figuran en el texto.

En muchos párrafos, especialmente en los primeros capítulos, el texto incide en la obra del médico del siglo XVI Jean Fernel, un personaje seguramente poco conocido, salvo para los historiadores de la medicina, y sobre el que espero publicar un libro más documentado desde el punto de vista biográfico y bibliográfico.

Para terminar, deseo expresar mi agradecimiento a la University Press por su esmerada edición, sin olvidar mi reconocimiento al Dr. Robert Chambers por su amable autorización para reproducir dos notables microfotografías de su laboratorio.

C. S. S.

Agosto de 1940

Notas

Sobre teología natural y lo que por ella se entiende, contamos con no pocas definiciones célebres. Bolingbroke, prototipo genuino del intelectual del dieciocho, escribió al poeta Alexander Pope: «Lo que yo concibo por primera filosofía es ‘una teología natural’, y considero la contemplación constante de la Naturaleza, entendiéndola como el conjunto del sistema de la obra divina que se da a nuestros sentidos, la fuente común de todas las ciencias y de ella misma, es decir, de la Teología Natural». También está la famosa definición de lord Bacon: «Chispa del conocimiento de Dios, que puede obtenerse mediante la luz de la naturaleza y el estudio de las cosas creadas; y, por lo tanto, que puede con toda razón considerarse divina en relación con su objeto y natural en relación con su fuente de información».

La ciencia natural es una rama del conocimiento, según consenso universal, no basada en el a priori. La ciencia natural observa y opera por medio de la experimentación para entender y desentrañar el «cómo» de lo que sucede en la Naturaleza. Progresa por generalización de ese «cómo» e intenta descifrar algo de él en el pasado y prever cualquier dato futuro a su respecto, pero, sobre todo, su mayor empeño lo constituye la descripción del «cómo», de un modo total y exacto, mediante la observación directa en el presente. Es precisamente un empeño que forma parte del «gusto de vivir», principio que el estudio de la biología identifica como motor en todos los seres vivos. No es que la ciencia natural admita, ni que lo que acabamos de exponer implique, que la curiosidad de la ciencia por la Naturaleza se base exclusivamente en los beneficios que de ella pueda extraer; conviene precisar con toda sinceridad que su objeto, cuando menos parcial, es aprender el «cómo» de la naturaleza por amor al propio «cómo» por ser uno de los aspectos de la «verdad».

Sin embargo, lo que no incluye en su objeto, ni plantea, es si ese «cómo» es «bueno» o «malo», o de dónde procede en último extremo. Tal objetivo implica una actitud totalmente distinta hacia la Naturaleza desde la perspectiva de esos dos interrogantes. Es una actitud semejante a la del niño que contempla una actividad y quiere saber cómo se hace. Podría alegarse que, para una fracción infinitesimal de un todo complejo, enorme e inimaginable, esta fracción es inútil para percibir el todo, y menos aún entender, y que disponerse a pronunciarse sobre la excelencia de ese todo, o sobre sus circunstancias buenas o malas, es para esa fracción minúscula una transgresión de su propia inteligencia y un exponente del falso criterio de sus propias proporciones éticas. Puede alegarse que cualquier alabanza o crítica que exprese tal ente es pura impertinencia. Pero, aunque la validez de un juicio elaborado en tales circunstancias equivalga en abstracto a nada, y su aplicación al todo sea de muy poca utilidad, cabe la posibilidad de que sea válida para el hombre debido a la repercusión que ejerce sobre el hombre mismo. Quizás asumir esa postura, aunque ésta, considerada desde una perspectiva estrictamente lógica y revisionista de ese todo, parezca casi inauditamente «antropocéntrica», sea un paso propio del hombre que se siente obligado para consigo mismo. Si el hombre tiene una obligación para consigo mismo o para con sus semejantes y su entorno, ese ámbito, en el que se aventura para indagar el significado de ese todo del que forma parte, puede realmente serle muy provechoso a él y a su especie. El hecho de intentarlo es otro de los aspectos de su empeño en alcanzar la verdad.

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