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Stephen Jay Gould - Ciencia versus religión

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Stephen Jay Gould Ciencia versus religión
  • Libro:
    Ciencia versus religión
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1999
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STEPHEN JAY GOULD Nueva York 1941 - 2002 fue un paleontólogo biólogo - photo 1

STEPHEN JAY GOULD (Nueva York, 1941 - 2002) fue un paleontólogo, biólogo evolutivo, historiador de la ciencia y uno de los más influyentes y leídos divulgadores científicos de su generación. Gould pasó la mayor parte de su carrera docente en la Universidad de Harvard y trabajando en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. En los últimos años de su vida, impartió clases de biología y evolución en la Universidad de Nueva York, cercana a su residencia en el SoHo.

La mayor contribución de Gould a la ciencia fue la teoría del equilibrio puntuado que desarrolló con Niles Eldredge en 1972. La teoría propone que la mayoría de los procesos evolutivos están compuestos por largos períodos de estabilidad, interrumpidos por episodios cortos y poco frecuentes de bifurcación evolutiva. La teoría contrasta con el gradualismo filogenético, la idea generalizada de que el cambio evolutivo se caracteriza por un patrón homogéneo y continuo. La mayor parte de la investigación empírica de Gould se basó en los géneros de caracoles terrestres Poecilozonites y Cerion y además contribuyó a la biología evolutiva del desarrollo. En su teoría evolutiva se opuso al seleccionismo estricto, la sociobiología aplicada a seres humanos y la psicología evolucionista. Hizo campaña contra el creacionismo y propuso que la ciencia y la religión sean considerados dos ámbitos distintos, o «magisterios», cuyas autoridades no se superponen (non overlapping magisteria).

Muchos de los ensayos de Gould para la revista Natural History fueron reimpresos en libros entre los que sobresalen Desde Darwin y El pulgar del panda. Sus tratados más populares incluyen libros como La falsa medida del hombre, La vida maravillosa y La grandeza de la vida. Poco tiempo antes de su muerte, Gould publicó un largo tratado recapitulando su versión de la teoría evolutiva moderna llamado La estructura de la teoría de la evolución (2002).

Historia de dos Tomases

E l discípulo Tomás efectúa tres apariciones relevantes en el Evangelio de San Juan, cada una de ellas para encamar un principio moral o teológico importante. No obstante, estos tres episodios están bien enlazados de una manera interesante que puede ayudamos a comprender los distintos poderes y procedimientos de la ciencia y la religión. Conocemos por primera vez a Tomás en el capítulo 11. Lázaro ha muerto, y Jesús desea volver a Judea con el fin de restituir la vida a su querido amigo. Pero los discípulos dudan, y le recuerdan a Jesús la violenta hostilidad que terminó con un apedreamiento en su última visita. Jesús, a su manera habitual, cuenta una parábola ambigua, que termina con la firme conclusión de que tiene que ir e irá a Lázaro… y Tomás se adelanta para dar salida a la situación y devolver el coraje a los discípulos: «Dijo, pues, Tomás… a los compañeros: Vamos también nosotros a morir con Él».

En el segundo incidente (capítulo 14), Jesús, en la Última Cena, declara que será traicionado, y en consecuencia habrá de sufrir la muerte corporal. Pero irá a un lugar mejor y preparará el camino para sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas… voy a prepararos el lugar». Tomás, ahora confundido, pregunta a Jesús: «No sabemos adónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?». Jesús responde en uno de los pasajes más conocidos de la Biblia: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí».

Según la leyenda, Tomás llevó una vida esforzada después de la muerte de Jesús, extendiendo el evangelio hasta la India. Los dos primeros incidentes bíblicos, que se han citado más arriba, exhiben asimismo sus cualidades admirables de valentía y de indagación constante. Pero lo conocemos mejor por el tercer relato, y por un epíteto añadido de crítica, pues de este modo se convirtió en el santo Tomás, el incrédulo de nuestro lenguaje y nuestras tradiciones. En el capítulo 20, Jesús resucitado se aparece primero a María Magdalena, y después a todos los discípulos excepto al ausente Tomás. El famoso relato se desarrolla así:

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré.

Jesús vuelve una semana después para completar el cuento moral de un hombre valiente y curioso, descarriado por la duda, pero enmendado y perdonado con una lección, dulce pero firme, para todos nosotros:

Vino Jesús, cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos, dijo: La paz sea con vosotros. Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!

(Este último pasaje adquiere gran importancia en las exégesis tradicionales porque representa la primera vez que un discípulo identifica a Jesús como Dios. Los trinitarios señalan que la expresión de Tomás es la prueba de la naturaleza trina de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo al mismo tiempo. Los unitarios deben abrirse camino rodeando el significado literal, argumentando, por ejemplo, que Tomás había proferido únicamente un juramento de sorpresa, no una identificación). En cualquier caso, el suave reproche de Jesús transmite la moraleja, y capta la diferencia fundamental entre fe y ciencia:

Jesús le dijo: Porque me has visto has creído: dichosos los que sin ver creyeron.

En otras palabras, Tomás pasa la prueba porque acepta la evidencia de sus observaciones y después se arrepiente de su escepticismo previo. Pero su duda significa debilidad, porque debiera haberlo sabido a través de la fe y la creencia. El texto del Evangelio destaca las flaquezas de Tomás mediante su exagerada necesidad de ver ambos conjuntos de estigmas (manos y costado), y de usar dos sentidos (vista y tacto) para mitigar sus dudas.

Mark Tansey, un artista contemporáneo a quien le gusta representar las grandes lecciones morales y filosóficas de la historia occidental con metáforas modernas pintadas en estilo hiperrealista, resumió de manera magnífica el carácter excesivamente trabajado de la duda de Tomás. En 1986 pintó a un hombre que no aceptaba la deriva continental en general, o incluso la realidad de los terremotos en particular. Un terremoto ha fracturado una carretera de California y el farallón inmediato, pero el hombre todavía duda. De modo que le dice a su mujer, que está al volante, que sitúe el coche a uno y otro lado de la línea de falla, al tiempo que él sale del vehículo e introduce la mano en la analogía del costado traspasado de Cristo, la grieta en la carretera. Tansey titula su obra Doubting Thomas [Incrédulo].

Acepto la moraleja de este relato por principios importantes que se hallan bajo el magisterio de la ética y los valores. Si es necesario que uno acuda al razonamiento básico, y compruebe las consecuencias, cada vez que la ira nos tienta para que matemos, entonces nuestra fidelidad al sexto mandamiento es realmente algo muy frágil. En este caso, los resueltos son más afortunados (y más dignos de confianza) que los que cavilan y exigen razonamientos a cada momento. Benditos sean los que no tienen tal necesidad, pero conocen el camino de la justicia y la decencia. En este sentido, Tomás mereció su castigo, mientras que Jesús, a través de la firme suavidad de su reconvención, se convierte en un gran maestro.

Pero no puedo pensar en una afirmación más extraña a las normas de la ciencia (en realidad, más poco ética bajo este magisterio) que la célebre reconvención que Jesús hizo a Tomás: «dichosos los que sin ver creyeron». Una actitud escéptica hacia las apelaciones basadas sólo en la autoridad, combinada con una exigencia de evidencia directa (en especial cuando se trata de apoyar afirmaciones insólitas), representa el primer mandamiento de la actitud científica correcta.

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