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D. G. Hogarth - El Antiguo Oriente

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D. G. Hogarth El Antiguo Oriente
  • Libro:
    El Antiguo Oriente
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1914
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El Antiguo Oriente: resumen, descripción y anotación

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Título original: The Ancient East

D. G. Hogarth, 1914

Traducción: Jorge Hernández Campos

Editor digital: IbnKhaldun

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Introducción EL TÍTULO de este libro necesita una breve explicación puesto que - photo 1

Introducción

EL TÍTULO de este libro necesita una breve explicación, puesto que cada uno de sus términos puede utilizarse, legítimamente, para denotar más de un concepto, tanto de tiempo como de lugar. En la vaga e imprecisa idea que de «el Oriente» se tiene hoy en día, se incluye todo el continente e islas de Asia, parte de África —la parte norte, donde la sociedad y las condiciones de vida son más semejantes a las asiáticas— y también algunas regiones de la Europa sudoriental y oriental. Por tanto, pudiera parecer arbitrario restringir el Oriente, en este libro, al Asia occidental. Pero hay que invocar el calificativo de mi título a manera de justificación. No se trata del Oriente actual, sino del de la antigüedad, y por lo mismo, sostengo que no es irrazonable entender por el Oriente lo mismo que entendían en la antigüedad los historiadores europeos. Para Heródoto y los griegos de su época, Egipto, Arabia y la India eran el sur, la Tracia y la Escitia eran el norte, y el Asia Menor era el oriente: porque no concebían que hubiese nada más allá, sino el fabuloso océano. También puede alegarse que mi restricción, aunque no en sí misma arbitraria, evita, de hecho, la que de otra manera fuera inevitable obligación de fijar límites arbitrarios al Oriente. Porque el término, tal como se emplea en los tiempos modernos, implica un área geográfica caracterizada por una sociedad de cierto tipo general, y de acuerdo con la opinión que tenga sobre este tipo, cada persona que escribe o especula en torno al Oriente, expandirá o contraerá su área geográfica.

Más difícil será justificar la restricción impuesta en los capítulos siguientes a la palabra antiguo. Este término se emplea aún con mayor vaguedad y variedad que el otro. Si en general connota lo opuesto a «moderno», en algunos casos, y particularmente en el estudio de la historia, no se entiende habitualmente que lo moderno empieza donde termina lo antiguo, sino que significa lo relativamente reciente. Así, en la historia el mal definido período llamado la Edad Media y Oscura forma un hiato considerable antes de que, en el proceso restrospectivo, lleguemos a una civilización que, al menos en Europa, consideremos de ordinario como antigua. En la historia también solemos distinguir dos provincias dentro de la evidente área de lo antiguo, la prehistórica y la histórica. La primera comprende todo el tiempo en el cual la memoria humana, tal como la comunica la literatura superviviente, no penetra, o al menos; no penetra de un modo consciente, consistente y verosímil. Al mismo tiempo, no se implica que no podamos tener conocimiento alguno de la provincia prehistórica. Es incluso posible que la conozcamos mejor que ciertas partes de la historia, gracias a seguras deducciones a partir de pruebas arqueológicas. Pero lo que los registros arqueológicos nos enseñan es analítico, no histórico, puesto que tales registros no han pasado por el crisol transformador de una inteligencia humana que razone sobre los sucesos como efectos de causas. Sin embargo, la frontera entre lo prehistórico y lo histórico depende demasiado de la subjetividad de los historiadores individuales, y está demasiado sujeta a variar con el progreso de las investigaciones, como para ser un momento fijo. Y tampoco puede ser la misma para todas las civilizaciones. En lo relativo a Egipto, por ejemplo, tenemos un cuerpo de tradición literaria que puede llamarse, razonablemente, historia, y que se refiere a un tiempo muy anterior al que alcanzan las tradiciones literarias fidedignas de Elam y Babilonia, aunque estas últimas civilizaciones fueron probablemente más antiguas que la egipcia.

Para el Oriente antiguo, tal como lo entendemos aquí, poseemos dos, y sólo dos, cuerpos de tradición histórica literaria: el griego y el hebreo; y sucede que ambos (aunque independientes uno del otro) pierden consistencia y verosimilitud cuando se ocupan con la historia anterior al año 1000 a. C. Por otra parte, el profesor Myres ha cubierto el período prehistórico en su brillante libro El amanecer de la historia. Por tanto, desde cualquier punto de vista, al tratar del período histórico, estoy absuelto de la obligación de tener que retroceder más de mil años antes de nuestra era.

No es muy visible el punto donde tenga que detenerme. La conquista de Persia por Alejandro, que consuma una larga etapa de una lucha secular, cuya descripción es mi tarea principal, marca una época más definidamente que cualquier otro suceso en la historia del antiguo Oriente. Pero hay graves objeciones al hecho de terminar bruscamente en esa fecha. El lector a duras penas podrá cerrar un libro que acabe entonces, sin quedarse con la impresión de que, a partir del momento en que el griego puso al Oriente bajo sus plantas, la historia de los siglos que todavía han de transcurrir para que Roma se apodere de Asia será simplemente historia griega —la historia de la Magna Grecia, que se ha expandido por el antiguo Oriente y le ha hecho perder su distinción del antiguo Occidente. Sin embargo, esta impresión no coincide en manera alguna con la verdad histórica. La conquista macedónica del cercano Oriente fué una victoria ganada por hombres de civilización griega, pero sólo fué muy parcialmente una victoria de esa misma civilización. El Occidente no asimiló, al Oriente en aquel entonces sino en muy pequeña medida, y no lo ha asimilado mayormente en el tiempo transcurrido hasta nuestros días. Por ciertas razones, entre las cuales algunos hechos geográficos —la gran proporción de estepas desérticas y del tipo humano que engendra tal país— son quizás las más poderosas, el Oriente se cierra obstinadamente a las influencias occidentales, y más de una vez ha cautivado a sus cautivadores. Por tanto, si bien, por mor de la conveniencia y para evitar enredarme en el muy mal conocido laberinto de lo que se llama historia «helenística», no intentaré seguir el curso subsiguiente de los sucesos a partir del año 330 a. C., sí me propongo añadir un epílogo que pueda preparar a los lectores para lo que iba a resultar del Asia occidental después de la era cristiana, y para hacerles posible la comprensión, en particular, de la conquista religiosa del Occidente por el Oriente. Éste ha sido un hecho de mayor gravedad en la historia del mundo, que cualquier conquista política del Oriente por el Occidente.

En la esperanza de hacer que los lectores retengan una idea clara de la evolución de la historia, he adoptado el plan de examinar el área, que aquí llamamos Oriente, según ciertos intervalos, en lugar de utilizar el plan alternativo y más habitual de considerar los sucesos consecutivamente en cada parte separada de esa área. Así, sin necesidad de repeticiones y superposiciones, nos cabe esperar la comunicación de un sentido de la historia de todo el Oriente como suma de las historias de sus partes particulares. Las ocasiones en que se harán estos reconocimientos serán puntos cronológicos puramente arbitrarios separados entre sí por dos siglos. Los años 1000, 800, 600, 400 a. C. no se distinguen, ninguno de ellos, por sucesos conocidos de la especie llamada «de los que hacen época»; ni tampoco se han escogido esos números redondos por alguna significación histórica peculiar. Lo mismo podían haber sido 1001, 801, etc., etc., o cualesquiera otras fechas divididas por iguales intervalos. Mucho menos deberá atribuirse ninguna virtud misteriosa a la fecha milenaria con que empiezo. Pero es un punto de partida conveniente no sólo por la razón ya expuesta, de que la memoria literaria griega —la única memoria literaria de la antigüedad que tiene algún valor para la historia primitiva— llega hasta esa fecha más o menos, sino también porque el año 1000 a. C. cae dentro de un período de perturbaciones durante las cuales ciertos elementos y grupos raciales, destinados a ejercer influjo predominante en la historia subsiguiente, se establecían en sus hogares históricos.

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