• Quejarse

Rosario Castellanos - Juicios sumarios I

Aquí puedes leer online Rosario Castellanos - Juicios sumarios I texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1966, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Rosario Castellanos Juicios sumarios I

Juicios sumarios I: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Juicios sumarios I" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Rosario Castellanos: otros libros del autor


¿Quién escribió Juicios sumarios I? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Juicios sumarios I — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Juicios sumarios I " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
LA FASCINANTE ECONOMÍA DE TENOCHTITLAN

«A las preocupaciones económicas del mundo presente, que llevan la primacía de los móviles humanos, de uno y otro bando, nada puede ser de mayor interés que el estudio de las que prevalecieron en tiempos remotos.»

Con estas palabras justifica el admirable descubridor, investigador riguroso e intérprete fiel, padre Ángel María Garibay K., la publicación del Tepochcayotl o arte de traficar de los aztecas; los datos están tomados, en su totalidad, de los informantes de fray Bernardino de Sahagún y cotejados con otras fuentes, como el Códice Mendocino, por ejemplo. Su conjunto integra el tercer tomo que el Seminario de Cultura Náhuatl publica en las prensas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En Tlatelolco, donde fray Bernardino residió entre los años de 1560-65, fue precisamente donde se formaron los primeros gremios de traficantes. A éstos se les llamó pochtecayotl, lo que traducido a nuestro idioma significa «hombre u hombres originarios de Puchtlan», que a su vez quiere decir de junto al pochotl.

Para la gente del sur de nuestra República, esta última palabra, castellanizada, sirve para designar al árbol a cuyo alrededor se construyeron los pueblos: la ceiba, ponderada por Clavijero por su elevación y deliciosísimo aspecto. Bajo su sombra se efectuaban las asambleas de los principales y la celebración de las fiestas. Nada de extraordinario resulta, entonces, que fuera el sitio donde se instalara el mercado, para intercambiar artículos extranjeros por los productos de la región o haciendo las compraventas con el dinero corriente por esas épocas y que se representaba por mantas de mayor o menor valor, según su tamaño y su finura; la moneda fraccionaria era el cacao.

El gremio de los traficantes tiene su historia. Primero obedecían a las órdenes de un rey propio y más tarde a jefes militares, a mexicanos nobles. Su importancia, su poder, su influencia fueron acrecentándose de un modo paralelo al de la multiplicidad y cantidad de las mercancías de las que eran portadores. AI principio, se dice, lo que era su materia de tráfico no pasaba de «plumas rojas y verdes de cola de ave»; después comenzó el auge de la pluma del quetzal, «aun no la larga; y la de zacuán y turquesas y jades y mantas suaves y pañetes suaves; lo que se vestía la gente hasta entonces todo era de fibra de maguey, mantas, camisas, faldellines de hombre, de fibra de maguey.

»En su tiempo se dio a conocer el bezote de oro y la orejera de oro y la pulsera; se llama sujetamano al anillo y collares de cuentas gordas de oro, turquesas y grandes jades y plumas de quetzal largas y pieles de tigre y plumas de zacuán y de azulejo y de guacamaya.»

Las mantas se adornaron más tarde «con el joyel del viento labrado en rojo».

Mientras tanto, la vida del pochteca se vaciaba en un cauce de normas y ceremonias muy complejas. El día de la partida se fijaba cuando los augurios eran favorables: 1 serpiente, 1 caimán o 1 mono indicaban camino recto.

Antes de iniciar el viaje, que habría de ser prolongado y lleno de vicisitudes, se sometían a ritos de purificación, ya que todo el tiempo que permaneciesen en tierra extranjera tendrían que abstenerse de las abluciones completas y del corte de pelo. Con papeles figuraban al fuego, a la tierra y al que tenían por dios: Yacatecuhtli Cocochimetl Yacapitzanac, el cual se hallaba presente en un bastón de bambú.

Como ofrenda se descabezaban codornices, se herían a sí mismos los traficantes y hacían que su sangre gotease hacia los cuatro puntos del planeta. Por último, celebraban una reunión de despedida en la que los ancianos los amonestaban y daban consejos, y los viajeros, en recompensa, les daban de comer y de beber.

Por último, se hacían los preparativos de la partida y se distribuía equitativamente la carga, que iba a transportarse en angarillas. Al amanecer daba principio la caminata. «Ya no se vuelve, ya no se ve de soslayo. Si alguna cosa olvidaban ya no la tomaban ni tampoco la pedían; ya no era posible. El que se volviera era visto como presagio funesto para la gente, lo juzgaban cosa mal hecha… o peligrosa.»

Su rumbo era el sur: algunos (los más antiguos, los más ricos y poderosos), tenían el privilegio de llegar hasta la costa del Atlántico. Los demás no traspasaban las ciudades del interior.

Pronto advirtieron los mandatarios aztecas que el oficio de los comerciantes podía encubrir otras funciones y no servir únicamente para la economía del Estado, sino también para sus propósitos de expansión y de conquista.

Se creó entonces, dentro del gremio, una denominación especial: la de los traficantes secretos. Se disfrazaban de manera semejante al modo de vestir de los habitantes de una región; aprendían su lengua, los usos y costumbres tan perfectamente, que nadie era capaz de reconocer su origen y calidad de extranjeros. Aprovechaban su estancia en un sitio determinado para observar las fuerzas de defensa, los puntos débiles por donde podían ser atacados, las vías de acceso más directas y más fáciles. En ocasiones se desenmascaraban o se dejaban sorprender, por lo que eran inmediatamente condenados a muerte. Esto proporcionaba al rey azteca un motivo suficiente para enviar expediciones punitivas; si tenían éxito, la región se reducía a su dominio, convertían en súbditos de su imperio a los recién conquistados y les exigían tributo cuantioso y constante.

Al frente del ejército iban los traficantes como guías. Esta convivencia, esta identidad de propósitos y actividades entre la casta militar y la de los traficantes, hizo que estrecharan íntimamente sus intereses. Cada uno tenía su fuero propio y los representantes de ambas podían presentarse ante el rey provistos de adornos semejantes. En cuanto a su destino ultraterreno ninguno era inferior al otro. Si el capitán que perecía en el campo de batalla subía hacia el sol, lo acompañaba en su recorrido y lo ayudaba a realizarlo, el que comerciaba y moría en el desempeño de su trabajo recibía un premio igual.

El retomo del viaje era celebrado también con ritos: el lavatorio de pies, en el que colegas y vecinos se reunían a consumir los alimentos del banquete y a beber el contenido del «tazón divino»: chocolate.

El que ofrecía el convite lo hacía con palabras humildes; los que lo aceptaban respondían en tono de reprensión (lo cual era digno de gratitud) y por fin exhortaban afectuosamente al dueño de la casa a que guardase la pureza de su corazón.

Los traficantes de rango superior se permitían mayores dispendios: la sesión de canto. Allí, entre música y danza, se ofrecía a los huéspedes hongos alucinantes cubiertos de miel. En el trance que provocaba la intoxicación veían su porvenir, adverso o próspero. Al disiparse el efecto de la droga comentaban entre ellos sus premoniciones.

La Fiesta del Levantamiento de Banderas era solemnizada con sacrificios humanos. El pochteca (que no aprisionaba víctimas en el campo de batalla como el militar), las adquiría en el mercado de esclavos y esclavas en Azcapotzalco. El precio era proporcional a la hermosura, a la falta de cicatrices, a la habilidad para el baile.

Mientras se disponían las viandas (de las que habrían de participar hasta los más pobres y desamparados), se bañaba al que iba destinado al sacrificio y se le hacía beber el agua con que se había lavado el cuchillo de pedernal usado en esta ceremonia. A tal agua se le suponía la virtud de aplacar el instinto de conservación y hacer que la víctima se enfrentase con serenidad y aun con alegría, a la muerte.

La inmolación se efectuaba en el templo de Huitzilopochtli y a ella asistía «recargado en una columna, en una silla de plumas finas rojas, sobre la cual hay una piel de tigre a manera de tapiz», el propio emperador Motecuhzoma.

Presenciaba el acto en que los sacerdotes arrancaban el corazón al esclavo y lo depositaban en «el tazón del Aguila», mientras el cuerpo iba rodando de grada en grada, «rebotando, hasta venir a caer al fondo, donde se llama En el agua de espejo».

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Juicios sumarios I»

Mira libros similares a Juicios sumarios I. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Juicios sumarios I»

Discusión, reseñas del libro Juicios sumarios I y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.