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Robert Nisbet - Historia de la idea de progreso

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Robert Nisbet Historia de la idea de progreso
  • Libro:
    Historia de la idea de progreso
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1998
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Historia de la idea de progreso: resumen, descripción y anotación

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Robert Nisbet Los Ángeles 1913 - Washington D C 1996 Fue un sociólogo - photo 1

Robert Nisbet (Los Ángeles, 1913 - Washington D. C., 1996). Fue un sociólogo estadounidense, profesor de la Universidad de California, Berkeley, vicerrector de la Universidad de California, Riverside y profesor Albert Schweitzer de la Universidad de Columbia.

Creció en la pequeña comunidad de Maricopa, en California, donde su padre manejaba un patio de madera. Sus estudios en Berkeley culminaron en un Ph. D. en sociología en 1939.

Después de servir en el Ejército de los EE. UU. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando estuvo destinado en Saipan en el teatro del Pacífico, Nisbet fundó el Departamento de Sociología en Berkeley y fue brevemente presidente. Nisbet se fue de Berkeley en 1953 para convertirse en decano de la Universidad de California, Riverside y, posteriormente, vicecanciller. Nisbet permaneció en la Universidad de California hasta 1972, cuando se fue a la Universidad de Arizona en Tucson. Poco después, fue nombrado para el prestigioso Albert Schweitzer Chair en Columbia.

Al retirarse de Columbia en 1978, Nisbet continuó su trabajo académico durante ocho años en el American Enterprise Institute en Washington D. C. En 1988, el presidente Reagan le pidió que diera la Conferencia de Jefferson en Humanidades, patrocinada por la Fundación Nacional para las Humanidades. Murió, a los 82 años, en Washington, D. C.

Entre sus obras cabe destacar Cambio social (trad. cast. 1993, 3a ed.), Cambio social e historia (trad. cast. 1976), Sociología como una forma de arte (trad. cast. 1979), El vínculo social (trad. cast. 1982).

CAPÍTULO PRIMERO
EL MUNDO CLÁSICO

El contenido de este capítulo mostrará que el mundo clásico griego y romano conoció la idea de progreso, la idea de que la humanidad ha ido avanzando lenta, gradual e ininterrumpidamente desde unos orígenes marcados por la incultura, la ignorancia y la inseguridad a unos niveles de civilización cada vez más altos, y que este avance continuará, pese a los reveses que pueda padecer de vez en cuando, en el presente y también en el futuro.

Sería una falta de sinceridad, sin embargo, no referirse aquí a una opinión que afirma exactamente lo contrario y que ha sido sostenida durante muchísimo más tiempo que la que acabo de exponer. Como mínimo desde los tiempos de Auguste Comte, cuyos libros de filosofía positiva, aparecidos en la década de los treinta del siglo pasado, establecieron la «ley del progreso» como piedra fundamental de su concepto de la civilización, casi nadie ha discutido el supuesto desconocimiento por parte de los antiguos de la idea de progreso histórico de la civilización. Un erudito como Walter Bagehot llegó a escribir en 1872 que «los antiguos no tenían noción del progreso. No es que rechazaran esa idea, sino que ni siquiera la concebían». J. B. Bury, en su Idea of Progress, también negó que en el pensamiento griego y romano (y hasta en el cristiano) existiera la idea de progreso, basándose, en primer lugar, en que sus filósofos no tenían conciencia de un largo pasado en que hubieran podido discernir progreso; en segundo lugar, en el hecho de que esos pensadores eran víctimas de su creencia en una teoría de la degeneración histórica (la visión de la humanidad sumida en un largo crepúsculo tras el esplendor de la edad de oro inicial); y en último lugar, en que los filósofos griegos y romanos estaban casi todos de acuerdo en que la historia humana pasa por ciclos repetitivos, debido a lo cual resulta imposible pensar en un avance lineal a través de las eras.

La valoración que hizo Bury de este tema —que, como he señalado, no es más que un eco de las opiniones de Auguste Comte y un gran número de filósofos, científicos e historiadores del siglo XIX— sigue siendo aún hoy el núcleo de lo que suele pensarse generalmente sobre la antigüedad. Por ejemplo, John Baillie dice en The Belief in Progress (la creencia en el progreso) que la idea de progreso tuvo sus orígenes al comienzo de la cristiandad. F. M. Cornford afirma en The Unwritten Philosophy (La filosofía no escrita) que en Grecia hubiera sido imposible concebir el progreso debido a lo extendida y arraigada que estaba la idea de la degeneración histórica. El erudito W. R. Inge, deán de la catedral de St. Paul de Londres, declaró en sus «Romanes Lecture» —pronunciadas en 1920, año en que se publicó el libro de Bury— que la «perniciosa superstición» —la idea de progreso— era un producto de la era moderna y que no había ni huellas de nada parecido en los pensamientos clásico o cristiano. En Idea of History (Idea de la historia), R. G. Collingwood dice que los griegos no tenían ni siquiera idea del tiempo o la historia, y mucho menos del progreso. Por fin, Hannah Arendt, que con tanta penetración supo captar la verdadera naturaleza de la idea de progreso y su capacidad de alimentar tanto el bien como el mal, niega tajantemente que existiera nada parecido a la noción de progreso de la humanidad antes del siglo XVII.

Hay que admitir que son opiniones importantes. Pero creo que la verdad se les escapa. Gracias a los estudios de especialistas en el mundo clásico tan eminentes como Ludwig Edelstein, M. I. Finley, W. K. C. Guthrie y Eric R. Dodds —sin olvidar naturalmente los trabajos anteriores de Frederick J. Teggart, Arthur O. Lovejoy y George Boas—, hemos llegado a comprender que, contra lo que afirmaban las interpretaciones convencionales, los griegos y los romanos tenían una clara conciencia de haber sido precedidos por un largo pasado, veían que las artes, las ciencias y la situación del hombre en la tierra había ido avanzando poco a poco, y hasta se referían en algunas ocasiones a un futuro en el que, pensaban, la civilización superaría con mucho el estado que había alcanzado en sus tiempos. A finales del siglo VI Jenófanes escribió que «los dioses no revelaron a los hombres todas las cosas desde el principio, pero los hombres, gracias a su propia búsqueda, encuentran en el curso del tiempo lo que es mejor para ellos». Ludwig Edelstein, para quien esta afirmación de Jenófanes es la primera declaración en Occidente de la idea de progreso, nos asegura que Jenófanes hacía esta afirmación aplicándola no sólo al pasado y el presente sino también al futuro.

En The World of Odysseus (El mundo de Ulises), M. I. Finley sugiere que incluso en Homero puede encontrarse un reconocimiento de que el mundo va avanzando con el paso de los siglos. Para Ulises los temibles cíclopes eran unos seres carentes de toda cultura, desconocedores incluso de la agricultura («ni siembran ni siegan», escribe Homero); pero también eran una muestra de lo que los propios griegos habían sido cuando su cultura no había empezado a evolucionar. Detrás de la historia de los cíclopes, dice Finley, subyace «una clara visión de la evolución social. En los tiempos primitivos, parece sugerir el poeta, el hombre vivía en un estado de lucha y guerra permanente contra el extranjero. Entonces intervinieron los dioses y gracias a sus preceptos, a su themis, los hombres concibieron un nuevo ideal…» Un ideal, concluye Finley, que contribuiría en gran medida a generar el progreso que efectivamente experimentaron los griegos a lo largo del crucial siglo V antes de Cristo.

Cuando llegamos al siglo V antes de Cristo comprobamos que la conciencia de la idea de progreso, y la fascinación que ésta ejerce, han empezado a extenderse bastante. A comienzos del siglo Protágoras dijo que la historia del hombre había sido y seguiría siendo una historia de continuo progreso. «Llegado a su período clásico, el pensamiento griego había abandonado ya en muchos casos la idea de una edad de oro inicial —escribe W. K. C. Guthrie— para empezar a creer que la situación del hombre en épocas pasadas había sido “brutal” y “turbulenta”». Estas palabras —sobre todo los términos «brutal» y «animal»— las repiten como un eco numerosos autores. En este capítulo veremos abundantes pruebas de la creencia griega y romana en el progreso de la humanidad a lo largo de las eras, concretamente a través de los escritos de Hesíodo, Protágoras, Esquilo, Sófocles, Platón, Aristóteles, Epicuro, Zenón, Lucrecio y Séneca. Un progreso que se da «en el curso del tiempo» según palabras de Protágoras, «poco a poco» como dijo Platón, o

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