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Blyth Mark - Austeridad Historia de una idea peligrosa

Aquí puedes leer online Blyth Mark - Austeridad Historia de una idea peligrosa texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Grupo Planeta, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Blyth Mark Austeridad Historia de una idea peligrosa

Austeridad Historia de una idea peligrosa: resumen, descripción y anotación

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La austeridad, nos dice Mark Blyth, profesor de la Brown University, es una idea peligrosa: no funciona en el mundo real en que habitamos. En el mundo imaginario de sus partidarios, los recortes siempre afectan a otro. Desgraciadamente, como lo demuestra Europa, en este mundo real de nuestros d©Ưas no hay otro que asuma los costes. Blyth ha escrito un libro extraordinario, rico en ideas y libre de jerga econ©đmica, que analiza la realidad de la crisis, la g©♭nesis hist©đrica de las ideas que han llevado a la doctrina de la austeridad como remedio, la evidencia de su fracaso en todos los casos en que se ha intentado aplicarla, y que concluye con la perspectiva de un futuro en que, como la austeridad no disminuye la deuda, sino que la aumenta, nos aguarda un porvenir de represi©đn fiscal y aumento de los impuestos. Austeridad ha recibido elogios de Robert Skidelsky, quien lo califica como un an©Łlisis fascinante, de Martin Wolf, que habla en el Financial Times de un espl©♭ndido libro, y de John Quiggin, quien asegura que se trata de una gu©Ưa esencial para cualquiera que desee entender la depresi©đn actual.

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Para Jules

Este libro te ha exigido invertir tantas horas como a mí, y posiblemente más. La verdad es que no me habría sido posible escribirlo sin contar con tu afecto y tu apoyo. Gracias.

Prólogo a la edición española

E N EL MOMENTO EN QUE REDACTO este prólogo para la edición española de Austeridad, y de acuerdo con algunas personas, se supone que debería empezar pidiéndole disculpas a usted, lector, por haberme animado a escribir este libro. La lectura que está usted a punto de iniciar ha de ser necesariamente errónea, al menos como explicación de «las vías que nos han llevado a empantanarnos de este modo» y crónica de «lo que no hay que hacer en una recesión», debido a que, según nos cuentan algunas personas, España está empezando a recuperarse tras haber puesto fin a nueve trimestres consecutivos de contracción con un 0,1 por 100 de crecimiento positivo en el tercer trimestre de 2013. De hecho, es el conjunto de Europa el que está iniciando ahora mismo su recuperación, según nos indican, dado que la totalidad del continente también ha experimentado un crecimiento del 0,1 por 100 en ese mismo período de tiempo.

Por consiguiente, tras haber perdido el país en torno a un 20 por 100 de producto interior bruto desde el 2008 a causa de las medidas de austeridad implantadas —alcanzando con ello unos índices de desempleo que son los más elevados de su historia—, lo que ocurre en el caso de España es que nos disponemos a celebrar el hecho de que al fin hemos «doblado el cabo» con una décima de crecimiento porcentual y que de ese modo hemos «probado la veracidad» de la afirmación que sostiene que la austeridad funciona. No obstante, esta prueba material parece extremadamente frágil, demasiado para poder respaldar un extremo de tanta relevancia —sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una pretensión que el Fondo Monetario Internacional e incluso la propia Comisión Europea eluden en sus arranques de mayor sinceridad—. Sin embargo, examinémosla de acuerdo con sus propias premisas y veamos hasta dónde nos lleva esta reivindicación.

El respaldo empírico de esta afirmación resulta ser pasmosamente etéreo. Los principales indicadores señalan un descenso de un 1,22 por 100 de los índices de desempleo españoles —que previamente se habían situado en un pico máximo del 27,2 por 100 de la población activa—, y una tasa de crecimiento del 0,1 por 100 en el tercer trimestre de 2013, asociada al incremento del 8 por 100 que han registrado las exportaciones a lo largo de la primera mitad de 2013. ¿Cabe, por tanto, deducir que las políticas de recortes están dando al fin algunos dividendos? No si uno admite que el aumento del número de turistas que visitaron España a lo largo del verano de 2013 fue el factor que vino a generar las dos terceras partes de esa alza temporal del empleo. Y menos aún si nos fijamos en que el tercio restante es consecuencia de la contracción que ha experimentado en los últimos tiempos la población activa española, dado que tanto los inmigrantes extranjeros como los jóvenes licenciados universitarios han abandonado el país. Solo en 2013 han sido trescientos cincuenta mil los españoles que han dejado de pertenecer a esa población ocupada. El descenso del número de afiliados a la Seguridad Social que se ha registrado en este período también viene a sugerir que, dejando a un lado las variaciones de carácter estacional, la economía española continúa destruyendo empleo.

La mejora de las exportaciones se debe en gran medida al descenso del 7 por 100 que han sufrido las importaciones, puesto que los españoles están perdiendo poder adquisitivo al ver menguados sus salarios. De hecho, el comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios Olli Rehn, que es un acérrimo defensor de las políticas de austeridad, ha sugerido recientemente que los españoles acepten una reducción salarial del 10 por 100 a fin de poder tener empleo. Sin embargo, lo cierto es que desde el 2010, los salarios españoles han experimentado una caída superior al 7 por 100, y a pesar de ello las cifras del desempleo apenas han variado. No obstante, y aun admitiendo que estuviera en lo cierto, un recorte salarial del 10 por 100 solo produciría un incremento del empleo de un 1,2 por 100. Así las cosas, está claro que los españoles se habrán quedado sin blanca mucho antes de poder encontrar un nuevo trabajo. De hecho, a un ritmo de crecimiento del 0,4 por 100, España tardaría nada menos que sesenta años en volver a alcanzar los niveles de desempleo que tenía antes de la crisis —y que se situaban en el 8 por 100 de su población activa—. Suponiendo que esa velocidad del crecimiento se cuadruplicara solo se necesitarían quince años. Los expertos opinan que la tasa de crecimiento que precisa la economía española para generar empleo es aproximadamente del 1,5 por 100 de su producto interior bruto. Por debajo de este índice, la recuperación acabará dando paso a una situación que podríamos calificar en esencia como de recesión permanente. A largo plazo, no hay electorado que acepte votar por políticas que empobrecen a la población. ¿Cómo demonios hemos llegado a esta situación?

La historia que nos han contado una y otra vez es que los estados han gastado en exceso y que, en consecuencia, «los mercados» han perdido confianza en su capacidad para reembolsar la deuda acumulada, circunstancia que ha determinado que los tipos de interés que los estados han de pagar para atender su deuda (es decir, la rentabilidad de sus obligaciones) se hayan disparado. En este sentido, la única forma de impedir la bancarrota es que el estado deje de gastar. Se suponía que esta medida vendría a propiciar la recuperación de la confianza empresarial —o que lograría aumentar al menos la tranquilidad de los mercados de bonos—. Al conseguirse esto, los tipos de interés de las obligaciones públicas descenderían, y como el déficit y el endeudamiento se contraerían, el país volvería a la senda del crecimiento y de la creación de empleo.

Como les encanta decir a los neoliberales, «no había otra alternativa». Y de hecho no habría más remedio que tomar dichas medidas, si ese fuera realmente el problema que tenemos. Sin embargo, la cuestión es que el problema nunca ha sido ese, ni en España ni de hecho en ningún otro país perteneciente a la eurozona. Nunca ha habido ninguna orgía de gasto público. Eso es un mito. Lo que se nos ha vendido como una crisis provocada por los excesivos desembolsos del sector público ha sido en realidad una crisis generada por un abuso del crédito por parte del sector privado (dado que, a fin de cuentas, no es posible que la solicitud de préstamos supere lo razonable si no existe al mismo tiempo una desmesura en el flujo crediticio). De este modo, los ahorradores del norte han prestado liquidez a los prestatarios del sur, y todo ello con la intermediación de los principales bancos europeos (que han asumido de forma generalizada unos niveles de apalancamiento superiores a toda buena práctica).

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