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John B. Bury - La idea del progreso

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John B. Bury La idea del progreso
  • Libro:
    La idea del progreso
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1920
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JOHN BAGNELL BURY Clontibret Condado de Monaghan 16 de octubre de 1861Roma - photo 1

JOHN BAGNELL BURY (Clontibret, Condado de Monaghan; 16 de octubre de 1861–Roma, 1 de junio de 1927) fue un historiador y filólogo británico-irlandés, autoridad en estudios clásicos y Bizancio. Suele ser citado como J. B. Bury.

Fue educado inicialmente por su padre, rector de la Iglesia de Irlanda (anglicanismo). Entró en el Foyle College (Derry) y posteriormente en el Trinity College (Dublín), donde se graduó en 1882. En el mismo Trinity obtuvo plaza de fellow en 1885, con 24 años; y la cátedra de Historia Moderna, que mantuvo por nueve años. En 1898 fue nombrado Regius Professor de griego en la misma institución, cargo que ejerció simultáneamente a la cátedra de historia.​ En 1902 se trasladó a la Universidad de Cambridge, donde ocupó la plaza de Regius Professor de Historia Moderna.

En Cambridge, Bury fue el mentor del gran medievalista sir Steven Runciman, quien más tarde comentó haber sido «el primer y único estudiante de Bury»". Al principio, Bury, de carácter huraño, trataba de rechazarle, pero al mencionar Runciman que podía leer ruso, Bury le proporcionó una pila de artículos búlgaros para editar; y esa fue la manera en que comenzó su fructífera relación.
A la edad de 65 años se trasladó a Roma, donde murió. Fue enterrado en el cementerio protestante de esa ciudad.

En 1905 publicó la primera biografía propiamente histórica sobre la figura de san Patricio, patrón de Irlanda. Su obra abarca todas las épocas históricas, desde la Antigua Grecia hasta el Papado en el siglo XIX, deteniéndose en la historia del Imperio romano de Oriente, que la historiografía anglosajona, desde Gibbon, había menospreciado. Se caracteriza por su accesibilidad al público general, al tiempo que mantiene el rigor académico. Sus dos obras sobre filosofía de la historia están en el contexto de las ideas de progreso y racionalidad propias de la era victoriana. Escribió artículos para la Encyclopædia Britannica, y él mismo fue objeto de uno, en la edición de 1911. Junto con Frank Adcock y S. A. Cook editó The Cambridge Ancient History, de 1919.

1. Algunas interpretaciones de la Historia Universal:
Bodino y Le Roy
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Hay un gran desnivel entre el genio de Maquiavelo y el historiador francés Juan Bodino, el cual publicó su introducción a los estudios históricos unos cuarenta años después de la muerte de aquél. Sus opiniones y su método difieren en gran medida de los del gran pionero, al que ataca. Sus lectores no fueron atraídos por sus sorprendentes innovaciones o su doctrina inmoral. Bodino es cauto e insípido.

Pero los pensamientos de Bodino abarcaban un campo mucho más amplio que los de Maquiavelo, concentrado por completo en la teoría política, y su importancia para nosotros no estriba en las especulaciones políticas por medio de las cuales trató de probar que la monarquía es la mejor forma de gobierno. Pero lo interesante es que se basa en consideraciones antropológicas en las que se toma en cuenta el clima y la geografía y, pese a la crudeza de la exposición total y a la intrusión de argumentos astrológicos, es un nuevo paso en el estudio de la historia universal.

He dicho que Bodino rechazó la teoría de la degeneración del hombre junto con la tradicional creencia en una edad previa, de virtud y felicidad. La razón que dio para ello es importante. Los poderes de la naturaleza han sido siempre uniformes. Es ilegítimo suponer que haya podido producir en un momento dado los hombres y las condiciones postuladas por la teoría de la Edad de Oro y que no pueda producirlos en otro. En otras palabras, Bodino afirma el principio de las facultades permanentes e inalterables de la naturaleza, y, como veremos en seguida, este principio era significativo. No debe ser confundido con la doctrina de la inmutabilidad de las cosas humanas sostenida por Maquiavelo. El escenario humano ha cambiado ampliamente desde la época primitiva del hombre; «si la supuesta Edad de Oro pudiera ser revivida y comparada con la nuestra, nos parecería una edad de Hierro.

Pero en este escenario cambiante podemos observar cierta regularidad: una ley de oscilación. El ascenso es seguido del declive, y viceversa: es un error pensar que el género humano está continuamente degenerando.

Así pues, Bodino reconoce que ha habido un progreso. Esto no es nuevo, pues tal había sido ya la opinión de los epicúreos, por ejemplo. Pero en el mundo habían sucedido muchas cosas desde el tiempo en que la filosofía de Epicuro estaba viva y Bodino tenía que tomar en consideración mil doscientos años de nuevos acontecimientos. ¿Podía ponerse al día la teoría epicúrea?

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Bodino trata la cuestión casi exclusivamente desde el punto de vista del conocimiento humano. Al negar totalmente la degeneración humana, Bodino expresaba tan sólo lo que muchos pensadores del siglo XVI habían presentido, aunque tímida y oscuramente. Los filósofos y los hombres de ciencia que criticaron en determinados puntos a los antiguos no formularon una opinión general sobre la posición privilegiada de la Antigüedad. Bodino fue el primero en hacerlo.

El saber, las letras y las artes sufren sus vicisitudes propias, dice; nacen, crecen y florecen para luego declinar y perecer. Tras la decadencia de Roma hubo un largo período de inactividad que fue seguido por un espléndido resurgimiento del saber y una productividad intelectual que no ha sido excedida por ninguna otra edad. Los descubrimientos científicos de los antiguos merecen una alta estima, pero los modernos no sólo han visto bajo una nueva luz los fenómenos que aquéllos habían explicado sólo parcialmente, sino que han realizado descubrimientos de igual o incluso superior importancia. Tomemos, por ejemplo, la brújula marina que ha hecho posible la circunnavegación de la tierra y el comercio universal mediante el cual el mundo se ha convertido, por así decirlo, en un estado único.

Lo que de aquí infiere un lector moderno de modo evidente es que en el futuro habrá oscilaciones semejantes y se realizarán nuevos descubrimientos, tan notables como cualquiera de los realizados en el pasado. Pero Bodino no saca esta consecuencia. Se limita al pasado y al presente y no dice nada respecto del futuro. Pero no está obsesionado por visiones del fin del mundo o la venida del Anticristo; tres siglos de humanismo lo separan de Roger Bacon.

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Y, sin embargo, la influencia del medievalismo, que en esos tres siglos se habían esforzado en superar, seguía siendo aún pertinaz. La autoridad de los griegos y los romanos, renovada por el renacimiento del saber, pesaba aún más sobre pensadores como Bodino que no sentían escrúpulos en criticar libremente a los autores antiguos. Y así, en su tentativa intelectual de buscar una clave de la historia universal, Bodino estaba obstaculizado por teorías teológicas y cósmicas, legado del pasado. Es significativo de su tendencia mental el hecho de que, al tratar del declive periódico de las ciencias y las letras, sugiere que puede deberse a la acción directa de Dios, que castiga a quienes usan mal de esas ciencias tratando de destruir al hombre.

Pero sus reflexiones estaban particularmente prejuiciadas por su fe en la astrología que, pese a los esfuerzos de humanistas como Petrarca, Eneas Silvio y Pico para desacreditarla, mantenía su influencia sobre muchos eminentes pensadores del Renacimiento que se habían emancipado en otros aspectos. Aquí Bodino se halla unido a Maquiavelo y Francis Bacon. Pero no satisfecho con la doctrina de la influencia astral sobre los acontecimientos humanos, buscó otra clave para explicar los cambios históricos en la influencia de los números, reviviendo las ideas de Pitágoras y de Platón, elaborándolas a su modo. Bodino enumera la duración de la vida de muchos hombres famosos para demostrar que puede ser expresada por las potencias del 7 y del 9, o los productos de esos números. Otros números que tienen virtudes especiales son las potencias del 12, el número perfecto 496 y otros más. Da muchos ejemplos para probar que esos números místicos determinan la duración de los imperios y están en la base de la cronología histórica. Por ejemplo, la duración de las monarquías orientales desde Niño hasta la conquista de Persia por Alejandro Magno fue de 1728 años (= 123). Atribuye a la República romana una duración de 729 (= 93) años desde la fundación de Roma hasta la batalla de Accio.

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