Christian Jacq - El Valle de los Reyes
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- Libro:El Valle de los Reyes
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
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El Valle de los Reyes: resumen, descripción y anotación
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«El Valle de los Reyes… ¡Cómo hace soñar ese simple nombre! —escribe Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankamón—; de todas las maravillas de Egipto, no hay una sola que impresione tanto la imaginación. Aquí, lejos de los ruidos de la vida, en este valle desértico, dominado por la “cima”, como por una pirámide natural, yace una treintena de reyes.»
El más célebre y visitado paraje del Egipto faraónico, el Valle de los Reyes, sigue siendo misterioso; subsisten numerosos enigmas.
El descubrimiento de las tumbas fue una verdadera epopeya que merece ser contada; aventureros, buscadores de tesoros y sabios se ilustraron de distintos modos, por lo general con una pasión que sólo un paraje de tanto poderío podía inspirar. A lo largo de esta obra encontraremos sorprendentes personalidades que ofrecieron al Valle una parte esencial de su existencia, buscando los secretos de los reyes de Egipto. ¡Cuántos golpes de teatro, locas esperanzas, decepciones, indescriptibles alegrías! Excavar, encontrar un faraón más o menos conocido por los textos y los objetos, seguir la pista de un fantasma que, de pronto, se convierte en realidad, cavar en una tierra milenaria para penetrar en una sepultura, intacta tal vez a través de los siglos, admirar pinturas y relieves de inefable belleza, leer textos que revelan las claves de la resurrección… ¿Cuántas emociones ha vivido el Valle, cuántas ha engendrado?
Christian Jacq
ePub r1.2
Rusli 01.09.14
Título original: La Vallée des Rois
Christian Jacq, 1992
Traducción: Manuel Serrat Crespo
Editor digital: Rusli
ePub base r1.1
El 14 de septiembre de 1801, los últimos soldados franceses abandonan Egipto: de 1809 a 1828 aparecen los nueve volúmenes in-folio de texto y los catorce volúmenes folio imperial de grabados de la Description de l’Egypte, que seguirá siendo el más hermoso resultado de la expedición y permitirá descubrir la tierra de los faraones a un público cada vez más apasionado.
Los franceses se han marchado, los ingleses también; ha llegado la hora de Mohamed Alí (o Mehemet Alí). A partir de 1803, su influencia no deja de aumentar; aunque no se convierte oficialmente en virrey de Egipto hasta 1841, de hecho gobierna el país desde 1815, con la obsesión de modernizarlo. Autoritario y astuto, se libra brutalmente de sus adversarios, los mamelucos: los invita a la ciudadela de El Cairo, los encierra y los hace ejecutar por sus arqueros. El campo está libre, hace la política de Turquía y, sobre todo, la suya: reorganización del ejército sobre el modelo europeo, introducción y desarrollo de nuevos cultivos como la caña de azúcar, recurso a ingenieros del país y extranjeros, entre ellos muchos franceses, construcción de azucareras, nacimiento de una industria. Mohamed Alí sueña en un país rico e independiente; por desgracia, no siente gran interés por el pasado faraónico y ordena desmontar numerosos edificios para reutilizar las piedras. Sin la temeraria intervención de Jean-François Champollion, que se atrevió a afrontarle, ¿cuántos templos habrían sobrevivido?
Cuando Gian-Battista Antonio Belzoni, nacido el 5 de noviembre de 1778 en Padua, desembarca en Alejandría con su esposa Sarah, el 9 de junio de 1815, descubre un país algo más apacible que durante las precedentes dinastías; tranquilizados por la fuerte personalidad de Mohamed Alí y por su dominio sobre el ejército y la administración, los viajeros que llegan a Egipto son cada vez más numerosos. Es posible esperar dirigirse al sur y regresar indemnes si no se mezclan en la «guerra de los cónsules»; los diplomáticos, ávidos de antigüedades egipcias, mantienen pandillas armadas que no vacilan en manejar el fusil. Belzoni verá la muerte de cerca cuando sea agredido por el cónsul de Francia en persona, Drovetti, y sus esbirros.
Pero Belzoni no teme a nadie. Aquel coloso, que no mide menos de dos metros, dispone de una insólita fuerza física. Hijo de un barbero, se sintió vagamente tentado por el sacerdocio antes de apasionarse por la hidráulica; en 1803, ese francófobo se encuentra en Londres donde hace el papel de Hércules en el teatro y el circo antes de dirigirse a Portugal y España, en 1811. Sigue representando, con éxito, el papel de «forzudo». Gigante de tez rojiza, demuestra un terrible entusiasmo que lo arrastra todo a su paso pero choca con una dificultad que nunca conseguirá superar: obtener una plaza estable, descubrir un oficio y un país que le ofrezca el equilibrio y la paz interior. Él, que consigue levantar una docena de personas, soporta con menos facilidad de lo que parece su destino de aventurero y batelero.
Tras una estancia en Malta, decide probar suerte en Egipto. La situación política ha evolucionado y se murmura que, si se consigue gustar a Mohamed Alí, es posible hacer fortuna. Durante un año, Belzoni gasta su magro pecunio en poner a punto una máquina hidráulica que espera vender al pachá, al que le gustan las innovaciones tecnológicas que puedan utilizarse en el desarrollo económico del país. Empecinado, el coloso obtiene una entrevista cuyo resultado es catastrófico; Mohamed Alí aprecia el insólito carácter de su huésped, pero rechaza la máquina. En la primavera de 1816, Belzoni está arruinado; la miseria le acecha. Disponiendo de un pasaporte inglés, se presenta al cónsul general de Gran Bretaña, Henry Salt, que se siente impresionado por la potencia física del italiano, su capacidad para desplazar objetos de considerable peso, su habilidad, su ingenio y su facundia. Lo contrata, pues, para su equipo de excavadores, con instrucciones precisas: llevar a Inglaterra la mayor cantidad de objetos antiguos de gran valor. En resumen, un pillaje organizado.
En materia de desplazamiento de antigüedades colosales, Belzoni acumula las hazañas; citemos la estatua gigante del Ramesseum y el obelisco de Ptolomeo IX en Filae. El titán de Padua, de incansable actividad, recorre el país, procede a la apertura del gran templo de Abu-Simbel y consigue entrar en el interior de la pirámide de Kefrén, en la planicie de Gizeh.
Sin embargo, sus relaciones con Henry Salt se degradan; a Belzoni le cuesta aceptar ser un simple perro de caza que debe llevar las presas a su dueño. ¿No posee acaso otras cualidades, no es un auténtico cazador de tesoros? Y, si hay tesoros, ¿dónde buscarlos sino en el Valle de los Reyes?
Belzoni no es un erudito ni un investigador; no se le podía exigir ser precavido, meticuloso y atento a los detalles. Cuando descubre el Valle, sólo tiene una idea en la cabeza: forzar la entrada de tumbas desconocidas todavía y extraer la riqueza.
El primer excavador verdadero del Valle utiliza varios equipos de obreros y los hace trabajar a todo trapo; vestido a la oriental, se toca con un turbante y luce una magnífica barba. Con voz grave, da sus órdenes y nunca vacila en ponerse personalmente al tajo.
Belzoni es observador. Sólo distingue una decena de tumbas reales, algunas completamente abiertas y otras inaccesibles porque su entrada está llena de cascotes. Además, anota la existencia de sepulturas y pozos que contienen momias y que no son sepulcros reales; es el primero en comprender que el Valle no sólo había recibido faraones. Se excavaron cuarenta y siete tumbas, afirma la tradición; imposible, responde Belzoni. En este número, concluye equivocándose, se incluyen sepulturas reales que será preciso buscar fuera del Valle.
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