Suzanne O´Sullivan - Todo está en tu cabeza
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- Libro:Todo está en tu cabeza
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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Todo está en tu cabeza: resumen, descripción y anotación
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Todo está en tu cabeza — leer online gratis el libro completo
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Casi todos aceptamos sin problema que el corazón palpite con fuerza cuando vemos a la persona que amamos secretamente, o la sudoración que brota en nuestra frente ante el nerviosismo que nos provoca tener que hablar en público. Pero lo que no somos capaces de imaginar es cuán dramática y exagerada puede llegar a ser la reacción de nuestro cuerpo ante según qué emociones. Un tercio de la gente que acude a su doctor de cabecera presenta síntomas sin ninguna explicación médica, si bien la gran mayoría de ellos se sospecha que tiene causas emocionales. No obstante, «todo está en tu cabeza» es lo último que queremos escuchar cuando acudimos al consultorio. «Nadie me entiende» suele ser entonces la queja más habitual.
En este curioso y extraordinario libro, la neuróloga Suzanne O’Sullivan nos conduce a través del fascinante mundo de las enfermedades psicosomáticas: por el camino nos cruzaremos con pacientes como Pauline, enferma a lo largo de toda su vida adulta; Camilla, una abogada de éxito que padece ataques en apariencia inexplicables; Yvonne, que quedó ciega con un spray de limpieza; o Rachel, una bailarina con una prometedora carrera anclada ahora en el purgatorio del síndrome de fatiga crónica. Sumergiéndonos en estos casos, tendremos una visión más completa de la condición humana, de los secretos que somos capaces de guardarnos a nosotros mismos, y una excelente ayuda para «entender» estas patologías que producen un gran sufrimiento.
Suzanne O´Sullivan
Historias reales de enfermedades imaginarias
ePub r1.0
Ronin 06.02.16
Título original: It´s all in your head
Suzanne O´Sullivan, 2015
Traducción: Gema Deza Guilr
Diseño de cubierta: Graeme Montgomery
Editor digital: Ronin
ePub base r1.2
Para E. H.
SUZANNE O´SULLIVAN se licenció en medicina en 1991 en la Trinity College Dublin y ha dado cuenta de sus experiencias a lo largo de más de dos décadas como especialista en Neurología, primero en el Royal London Hospital y en la actualidad en el National Hospital for Neurology and Neurosurgery. A lo largo de estos años ha desarrollado una amplia actividad en el tratamiento de pacientes con desordenes neurológicos funcionales, así como con aquellos que sufren dolencias como la epilepsia. Es una de las mayores expertas en el tratamiento de pacientes con enfermedades psicosomáticas.
[1] La traducción literal sería «Doctor Tuétano». (N. de la t.)
[2] «Lord Cerebro». (N. de la t.)
En cada movimiento voluntario es la idea lo que desencadena la contracción muscular correspondiente; por consiguiente, no es inconcebible que la idea pudiera impedir el movimiento.
JOSEF BREUER, Estudios sobre la histeria (1895)
En el sistema legal, la carga de la prueba exige aportar evidencias que respalden la verdad. En cambio, en el caso de los trastornos psicosomáticos, el diagnóstico suele ampararse en la ausencia de pruebas. Se emite tal diagnóstico cuando, tras realizar las pruebas pertinentes, no se detecta ninguna enfermedad. Al paciente puede resultarle muy difícil aceptar que padece un trastorno de conversión (un síntoma neurológico sin explicación médica) cuando tal asunción se fundamenta prácticamente por entero en lo que no se encuentra. Este diagnóstico exige la existencia de una gran confianza entre paciente y médico. Cada semana le explico a alguien que su discapacidad tiene una causa psicológica. Cuando me pregunta cómo he llegado a tal conclusión, lo único que puedo proporcionarle es una lista de resultados normales en los análisis y pruebas de las enfermedades descartadas. A cualquiera que sufra una parálisis, ceguera o convulsiones, tal explicación suele antojársele muy poco satisfactoria.
—Estoy completamente segura de que no tiene esclerosis múltiple.
—¿Por qué está tan segura?
—Todas las pruebas han dado negativo. No tiene esclerosis múltiple.
—¿Con qué grado de certeza puede asegurarlo?
—Estoy completamente segura.
—No puede estar segura al cien por cien. No hay nada seguro al cien por cien.
Notaba la desesperación de Matthew golpeándome. Me imploraba que le diera un número inferior a cien. De haberle dicho que estaba segura en un noventa y nueve por ciento, le habría dado un margen de duda, por mínimo que fuera. Una parte de su cerebro lo anhelaba. Y, frente a tal pregunta, me vi obligada a planteármelo. ¿Estaba tan segura como afirmaba de que Matthew no tenía ninguna enfermedad? ¿No debería limitarme a convenir con él en que no existía nada absolutamente inequívoco? Estaba convencida de que su incapacidad era funcional, de que no había ninguna causa orgánica subyacente, pero ¿al cien por cien? Evidentemente, sé qué me frenaba de otorgarle a Matthew aquella brizna de incertidumbre. Él bregaba con el diagnóstico. Una posibilidad, por remota que fuera, de que podía haberse pasado por alto que su enfermedad no era psicológica y se aferraría a eso con todas sus fuerzas. Si le permitía atisbar mi duda, podía sumirlo en una búsqueda de una enfermedad que fácilmente podía llevarle toda la vida.
Matthew era un producto de la era de Internet. Cuando acudió a verme, sus indagaciones lo habían convencido de que tenía esclerosis múltiple. Durante nuestra primera conversación, utilizó la frase «mi esclerosis múltiple» de forma recurrente: ¿es mi esclerosis múltiple más grave que la de otras personas?, ¿cómo afectará mi esclerosis múltiple a mi seguro de vida?
El problema de Matthew había empezado con unos pinchazos en un pie. Al principio solo le había afectado mientras permanecía sentado durante largos ratos. Sentado frente a su ordenador en el despacho notaba un hormigueo y necesitaba ponerse en pie y caminar para quitárselo. Por las noches desaparecía, pero cuando estaba en el trabajo siempre regresaba.
Tras experimentar aquellos síntomas durante cerca de dos semanas, Matthew acudió a ver a su médico, quien le aseguró que se trataba de síntomas completamente normales y que no solían ser indicativos de ninguna anomalía preocupante. El médico lo examinó y le dijo que todo estaba en orden. Le aconsejó hacer pausas regulares durante el trabajo para evitar permanecer sentado ratos demasiado largos.
Matthew acató el consejo de su médico, pero no le sirvió de nada. Lo que era más preocupante aún, notó que sus síntomas cambiaban y se propagaban. El hormigueo le recorría ahora todo el cuerpo, un día lo notaba en un brazo, al día siguiente en la punta de la nariz, luego en la nuca y en otro momento en el labio inferior. Ya no era preciso que estuviera sentado para notarlo. Le sobrevenía en cualquier momento y en cualquier parte del cuerpo. De nuevo, el doctor lo examinó y le dijo que no encontraba nada raro.
—A menudo he tenido pacientes que describían estos síntomas —le había dicho su médico— y en ningún caso han derivado en nada grave. Olvídate de ellos y desaparecerán.
Matthew no estaba satisfecho con la respuesta, de modo que decidió buscar él mismo las posibles causas. Internet le reveló que la diabetes podía provocar daños en los nervios y ocasionar hormigueo. Matthew dejó de comer alimentos azucarados, pero no mejoró. Volvió a tratar el tema con su médico, que le indicó que su nivel de azúcar en sangre era normal. No tenía diabetes.
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