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William S. Maltby - La Leyenda Negra en Inglaterra

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William S. Maltby La Leyenda Negra en Inglaterra
  • Libro:
    La Leyenda Negra en Inglaterra
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1971
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La Leyenda Negra en Inglaterra: resumen, descripción y anotación

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X. CONCLUSIÓN

EN EL año de 1660 apareció en Londres un folleto titulado The Character of Spain: Or, An Epitome of their Virtues and Vices [El carácter de España, o un epítome de sus virtudes y vicios]. Es una obra anodina, ni mejor ni peor que sus muchas predecesoras, pero su propósito declarado y el momento de su publicación constituyen un remate apropiado para este estudio. El año de 1660 fue, recordemos, el de la Restauración. Oliver Cromwell había muerto, y su hijo Richard se había retirado a una apacible oscuridad, después de un periodo breve y decepcionante como Lord Protector. El nuevo rey, Carlos II, era demasiado astuto y quizá demasiado simpatizante del catolicismo para poder pensar siquiera en continuar aplicando la política de Cromwell. Al menos por el momento, la aventura isabelina se encontraba de nuevo en eclipse.

Este es un punto que se debe recordar, pues El carácter de España, como el concepto que tenía Wordsworth de la poesía, intentaba representar emociones recordadas con toda calma. Virtualmente desligado de los cambiantes requerimientos de la política internacional, y escrito en un momento en que la mayoría de los ingleses estaban ocupados en asuntos mucho más urgentes, este retrato de una nación puede tomarse como ejemplo adecuado de lo que Inglaterra pensaba de su venerable enemiga después de un siglo de hostilidades intermitentes.

En comparación con la mayoría de las obras que lo precedieron, este escrito no reconocía deberle mucho a la historia. Era uno de tres “Epítomes” que intentaban delinear las características nacionales de franceses, italianos y españoles, sin chapotear en las aguas pantanosas de la comprobación. Escasean las anécdotas, y no obstante que ninguno de los tres retratos resulta halagüeño, los españoles son los que parecen de manera particular sujetos de censura.

El autor comienza con una descripción del país mismo. Según él, “es el yermo de la naturaleza, una cueva de lobos, el asiento mismo del hambre y la miseria”. Nadie “ha sido movido por su fantasía a emprender allí una segunda visita”..

Para entonces, ya estas frases tenían un sonido familiar. La literatura del antihispanismo es, ante todo, redundante, y las viejas generalizaciones contenidas en El carácter de España son tan típicas como extensas; un cuadro coherente, si bien desfavorable y sumamente desequilibrado de España había surgido de la lluvia de invectivas, y hay buenas razones para creer que fue aceptado por una gran parte de la sociedad inglesa de la época. Tal como aparecen en este folleto de 1660, los componentes del cuadro son avaricia e inmoralidad, crueldad, traición y un orgullo abrumador. La única omisión grave consiste en que, a diferencia de muchos de sus predecesores, nuestro autor se negó a atribuir al enemigo cobardía en combate, y al hacerlo fue sabio, pues de todos los cargos hechos a los españoles, éste era el más insostenible. Hubiesen hecho lo que hubiesen hecho, los soldados españoles rara vez huyeron de una batalla.

Una omisión bastante más extraña, desde el punto de vista moderno, es la completa indiferencia mostrada, no sólo en este folleto sino en toda la literatura del periodo, hacia las realizaciones intelectuales de España, o la ausencia de ellas. Como se recordará, lo primero que indignó a Juderías y a los hispanistas fue la leyenda del atraso y la ignorancia de España, pero aquí, en los siglos XVI y XVII, sólo Thomas Gage trató de tocar el punto, y sólo en relación con la América española. ¿Cómo justificar este extraño lapso? Puede darse por seguro que, si se les hubiese ocurrido, los propagandistas ingleses se habrían valido de esta arma, como de cualquiera otra, pero por alguna razón no lo hicieron. Ese dudoso placer quedó reservado a los grandes escritores franceses del siglo XVIII, cuyo odio al pensamiento católico no era mayor, ciertamente, que el que sintió John Foxe. Resulta tentador decir que el reciente florecimiento de este mito en particular fue un fiel reflejo de la pérdida de la eminencia intelectual de España, pero el hecho es que tal eminencia casi en ningún momento habría sido reconocida por protestantes y librepensadores, y las palmarias exageraciones acerca del aislamiento de España, que fueron aceptadas sin vacilar por los philosophes, indican que debemos buscar nuestra respuesta en otra parte. Acaso la explicación más razonable sea que ocurrió un cambio en los propios escritores antiespañoles. En el siglo XVI, los hombres que escribieron contra España no fueron, en su mayoría, ni eruditos ni intelectuales. A ellos les hubieran parecido completamente inútiles semejantes normas de comparación. El antihispanismo inglés se fundó originalmente en razones morales, no intelectuales, y en su primera fase estuvo arraigado en un concepto de cierta esencial perversidad española. Sólo los partidarios de un intelectualismo consciente podían declarar que África comienza en los Pirineos.

Rastrear la evolución de esta temprana forma de antihispanismo ha sido el propósito fundamental de este estudio. Por lo que hemos visto, es claro que brotó de causas históricas en el sentido más general del término, y que se desarrolló en buena armonía con los posteriores hechos históricos. Como la mayor parte de las ideas muy difundidas, logró echar raíces porque el terreno había sido preparado por acontecimientos de naturaleza más general. El primero y más importante de éstos fue la Reforma. Muchos, si no todos, de los escritores que colaboraron con la Leyenda Negra fueron protestantes convencidos, aun fanáticos. Su odio a España se basó en asuntos tan esencialmente religiosos como el trato dado a los protestantes por la Inquisición, y las persecuciones en los Países Bajos. Hasta el contenido formal de la literatura antiespañola, sus imágenes y su plétora de citas bíblicas, reflejan la influencia enorme del sentimiento protestante. En otro nivel, parece muy probable que los actos más ofensivos de España fueron inspirados por motivos de naturaleza parcialmente religiosa, y de no haber sido por los intentos conscientes por destruir la labor de la Reforma, poca causa de indignación moral habría habido. De no ser por tal antagonismo religioso, la actitud de Inglaterra y de toda Europa hacia España habría sido totalmente distinta.

La perniciosa influencia de la conciencia nacional no es fácil de evaluar. Los ingleses estaban conscientes de su identidad nacional —qué duda cabe—, y escritores como Raleigh, Thomas Scott y sir Richard Hawkins se complacían en comparar las virtudes de Inglaterra con los vicios de su pérfida enemiga. La frecuente insistencia en el supuesto origen judío o moro de los españoles indica que hasta debió intervenir un elemento de antagonismo racial, pero ¿qué importancia pudo tener semejante cosa?

Pocos ingleses de los siglos XVI y XVII habían visto en su vida a un español, hecho que ciertamente obstaculizó la formación de odios profundos, tanto como dificultó la comprensión mutua. Contra lo que dice la mitología moderna, un contacto prolongado entre distintos grupos étnicos no siempre produce amor y respeto; pero al menos, en este caso, no pudieron desarrollarse odios realmente africanos. Aunque los ingleses de la época Tudor y comienzos de la Estuardo tenían clara conciencia de su singular nacionalidad, y no menos del extranjerismo de los demás, ese sentimiento aún no llegaba a ser un verdadero nacionalismo o racismo, tal como los entendemos hoy. En general, su actitud era mucho más ingenua, y al mismo tiempo más práctica.

Debe recordarse que cuando Isabel I ascendió al trono, la idea misma de nacionalidad era relativamente nueva. Guerra y política habían girado, desde tiempos inmemoriales, en torno de cuestiones dinásticas o, si acaso, religiosas. La Guerra de los Cien Años y otras aventuras semejantes habían permitido a los ingleses descubrir que eran distintos de otros hombres, pero aún no sabían bien cómo ni por qué ocurría esto. La curiosidad natural los movió a investigar el asunto en una extensa serie de libros y folletos, algunos de los cuales, como

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