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Ricardo García Cárcel - La leyenda negra

Aquí puedes leer online Ricardo García Cárcel - La leyenda negra texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1992, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ricardo García Cárcel La leyenda negra

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AGRADECIMIENTOS

La opinión es una mercancía relativa en su proyección. Oscilante a lo largo del tiempo, tan libre como distinta en función del espacio referencial o del medio sociocultural, variable a caballo de los hipotéticos cambios posicionales… Pero también es cierto que la opinión no suele ser caprichosa, tiene en el fondo unos condicionamientos lógicos, una racionalidad quizá extraña pero explicable, en cualquier caso. Demostrar la relatividad de la opinión sobre España desde el siglo XVI al XX, al mismo tiempo que penetrar en las entrañas de la lógica o lógicas que explican esa opinión en cada momento, constituye el objetivo de este libro.

La lista de agradecimientos de las personas que me han ayudado de múltiples maneras a escribir estas páginas sería demasiado larga para exponerla aquí en toda su extensión. Destacaré, sin embargo, a amigos como Carlos Martínez Shaw, Ramón Serrera Contreras, Jaime Contreras, Antoni Simón Tarrés y Roberto Fernández Díaz que me aportaron muy válidas sugerencias y a Ángeles Gómez Regadera que mecanografió el texto original con infinita paciencia.

RICARDO GARCÍA CÁRCEL Requena Valencia 1948 es un historiador y ensayista - photo 1

RICARDO GARCÍA CÁRCEL (Requena, Valencia, 1948) es un historiador y ensayista español. Obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras, con premio extraordinario, en la Universidad de Valencia en 1970, doctorándose en 1973, asimismo, con premio extraordinario. Catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es miembro del Foro Babel.​ Es académico correspondiente de Real Academia de la Historia desde 2001. Se pueden subrayar en su obra las siguientes temáticas:

La imagen de España, con sus estudios acerca de la Leyenda Negra.

La Inquisición y el Siglo de Oro.

La Historia de Valencia y la de Cataluña, y en particular el periodo de la Guerra de Sucesión.

CAPÍTULO 1
SIGLOS XVI-XVII :
LOS COSTES DE LA HEGEMONÍA ESPAÑOLA
1. Los orígenes

Los comienzos de la opinión europea sobre España van ligados lógicamente a la lenta emergencia del concepto de España que como es bien sabido, en la Edad Media sólo tuvo connotaciones geográfico-territoriales, adquiriendo lentamente sus primeras señas de identidad nacional a lo largo del siglo XVI y XVII. El punto de partida de la guerra de opinión entre unos y otros países fue el fracaso de la idea europea y el surgimiento de los nacionalismos.

Hacia 1540, el modelo político diseñado por los erasmistas consejeros de Carlos V de una Europa identificada con el principio de la Humanitas christiana regulada por el Emperador —el Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés constituirá una de las obras más definitorias de este modelo— está en crisis. La escalada protestante —con la apertura de una compleja frontera de catolicidad que había que vigilar junto a la tradicional frontera de cristiandad que exigía el acoso musulmán—, y las primeras agitaciones sociales del Estado moderno junto al progresivo avance de las conciencias nacionales, condenaron la idea imperial y europeísta al fracaso. El ejemplo más expresivo de la crisis de la idea erasmista de Europa es el célebre Discurso sobre Europa de Andrés Laguna dado en la Universidad de Colonia en 1543 donde define a Europa como una mujer «toda llorosa, triste, pálida, truncada y mutilada en sus miembros, hundidos los ojos y como escondidos en una caverna, extremadamente macilenta y escuálida, cual las viejas que a mí suelen acudir tantas veces consumidas por la tuberculosis… la que en otro tiempo se granjeó el afecto de todos y atrajo los corazones para su mayor aprecio y admiración». El discurso es un alegato contra los enemigos interiores de esa Europa:

Ay de mí, que di a luz una prole peor que las víboras, por la cual, en fin de cuentas, había de ser destrozada y despedazada; concebí a quienes habían de destrozar mis entrañas; engendré a quienes me pisotearan; amamanté a quienes me desgarraran; acuné en mi regazo a quienes chuparan mi sangre…

La Europa renacentista, pese a los requerimientos de Laguna, sería ahogada por la irrupción de las nacionalidades, unas nacionalidades que, en buena parte, alimentarán su identidad en función de la propia competencia con los demás.

La verdad es que en la guerra de opinión que suscitó el surgimiento de las nacionalidades, España nunca hizo gala de una actitud particularmente receptiva a lo foráneo.

No ha sido precisamente demasiado integradora la actitud española hacia los elementos extraños. Por lo pronto se condenó a judíos y moriscos, tan españoles como los cristianos viejos, al extrañamiento con la represión y la expulsión como último acto de liquidación del problema racial-religioso que fue conceptualizado como nacional. El concepto reduccionista nacional católico de España pasaba por la descalificación histórico-nacional de los otros, los no cristianos. Son múltiples los testimonios de intelectuales legitimadores de la expulsión de los moriscos que contraponían los españoles a los moriscos. «Volvió España a ser enteramente de aquellos que antes fueron hijos suyos y estos infieles volvieron a las tierras de África de donde salieron» (Fr. Marcos de Guadalajara). Son muy pocos los ejemplos de los que identificaron a los moriscos como españoles. Pérez de Culla hace exclamar por ejemplo, a Boabdil: «ea, leones de España»; luego describiendo al morisco Malleh lo califica de «bravo español (…) de nación española y de sangre revuelta con los godos (…)» y sobre Aben-Humeya dice: «Al fin son españoles y esto les basta para ser valerosos». Cervantes en el Discurso del morisco Ricote, en el Quijote, le hace decir: «Lloramos por España, que en fin nacimos en ella y es nuestra patria natural». Y los inquisidores valencianos en 1582 exponían sus reticencias a la ya rumoreada expulsión señalando: «porque al fin son españoles como nosotros (…)». Si esta actitud se tomaba respecto a «los otros españoles» ¿qué sería con los no españoles? La inmigración europea hacia España fue notable en el siglo XVI y el siglo XVII, como ha demostrado A. Domínguez Ortiz. Las Cortes no dejaron de quejarse de la presencia extranjera. La xenofobia fue notable. Los argumentos de esa xenofobia fueron múltiples. El extranjero fue el enemigo militar, el hereje, el competidor, el revolucionario, el marginal o el simplemente extraño o diferente. Las explosiones xenófobas fueron frecuentes sobre todo en épocas de guerra —en 1655-6 se confiscaron, por ejemplo, bienes a los franceses por valor de 700 000 ducados— y la Inquisición ejerció una labor implacable del extranjero como estructuralmente sospechoso. No menos de 10 000 serían los extranjeros procesados por el Santo Oficio.

Por otra parte, no hay que olvidar que del propio concepto de extranjero en la España no definida plenamente como nación-Estado en los siglos XVI y XVII, afectaba a los catalanes y a los castellanos recíprocamente, porque ¿qué conciencia nacional tuvo el español en los siglos XVI y XVII? En el Antiguo Régimen ese sentimiento es algo difuso e impreciso. Con una geografía embrionaria que dejó el concepto de frontera siempre borroso —el primer tratado geográfico español fue el de Pedro de Medina de 1543, las disputas entre españoles y franceses, previas al tratado de los Pirineos de 1659, fueron, de hecho, una batalla de conocimientos geográficos ganada por los franceses— con unos viajeros transitando siempre las mismas rutas que cubrían un espacio mínimo del país, con unas limitaciones infraestructurales de los transportes que condenaban a un auténtico inmovilismo físico y hacían las distancias abismales… en el Antiguo Régimen puede decirse que el sentimiento nacional fue algo muy indefinido.

Lo que realmente afectaba al individuo de la época era su vinculación a una familia en un régimen de capitulaciones matrimoniales y testamentarias determinado y su condición de sujeto paciente de la jurisdicción eclesiástica o señorial y de la administración real, de una Corona lejana y sólo visible a través de funcionarios de tercer grado, encargados del cobro de los impuestos, de la represión del orden público y de la administración de la justicia. Lo otro, el sentimiento nacional es bastante posterior y, en cualquier caso, un adjetivo un tanto aleatorio. Las primeras formas de expresión de este sentimiento nacional fueron los espasmódicos gritos de

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