Václav Klaus - Planeta azul (no verde)
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- Libro:Planeta azul (no verde)
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2007
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Planeta azul (no verde): resumen, descripción y anotación
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Respuestas a las preguntas de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, de su Comité de Comercio y Energía, referentes a la problemática de la influencia humana sobre el calentamiento global y los cambios climáticos.
1. Si se trata de si el ser humano contribuye a los cambios climáticos y cómo, y siendo conscientes de la obligación hacia nuestros ciudadanos, en su opinión ¿qué deberían tener en cuenta los legisladores cuando se ocupan de los cambios climáticos?
Los llamados cambios climáticos, y sobre todo los cambios climáticos causados por el ser humano, se han convertido en uno de los argumentos más peligrosos dirigidos a influenciar el comportamiento humano y las políticas públicas en el mundo entero.
Mi objetivo no es contribuir con más argumentos al debate científico climatológico acerca de estos fenómenos. No obstante, estoy convencido de que el debate científico sobre este tema no ha sido hasta ahora suficientemente profundo y serio, de ahí que no haya ofrecido a los legisladores una base indiscutible para sus decisiones. Lo que realmente me preocupa es la manera en que diferentes grupos de presión abusan de los temas relacionados con el medio ambiente para atacar los principios que constituyen la base de la sociedad Ubre. Resulta que en el debate sobre los cambios climáticos no somos testigos de la confrontación de opiniones diferentes acerca del medio ambiente, sino de la confrontación acerca de la libertad humana.
Como alguien que ha vivido la mayor parte de su vida bajo el comunismo, me siento obligado a decir que la mayor amenaza para la libertad, la democracia, la economía de mercado y la prosperidad a principios del siglo XXI no es el comunismo o sus variantes más laxas. El comunismo ha sido sustituido por la amenaza del ecologismo ambicioso. Esta ideología afirma que se preocupa de la protección de la Tierra y la naturaleza, y bajo este eslogan —de manera parecida a como hacían antaño los marxistas— quiere sustituir el libre y espontáneo desarrollo de la humanidad por cierto tipo de planificación central (ahora global) del mundo entero.
Los ecologistas consideran sus ideas y argumentos una verdad incuestionable y utilizan sofisticados métodos de manipulación de los medios y campañas públicas para ejercer presión sobre los legisladores con el fin de conseguir sus objetivos. Su argumentación está basada en la propagación del miedo y el pánico con afirmaciones como que el futuro del mundo está seriamente amenazado. En ese ambiente obligan a los legisladores a adoptar medidas no liberales, a introducir limitaciones, regulaciones, prohibiciones y restricciones arbitrarias de las actividades humanas cotidianas y a someter a los ciudadanos a las todopoderosas decisiones burocráticas. Dicho en palabras de Friedrich von Hayek, intentan limitar la libre y espontánea «acción humana» y quieren sustituirla por su propio y muy discutible «proyecto humano».
El paradigma ideológico de los ecologistas es totalmente estático. Omiten el hecho de que la naturaleza y la sociedad están en un proceso de cambios constantes, que no existe y nunca ha existido un estado ideal del mundo en lo que se refiere a las condiciones naturales, al clima, a la extensión de las especies animales en la Tierra, etcétera. Niegan el hecho de que el clima haya ido cambiando significativamente durante todo el tiempo de la existencia de nuestro planeta y que existan pruebas sobre sustanciales fluctuaciones climáticas también en la historia que nos es conocida y está documentada. Sus reflexiones están basadas en observaciones históricamente limitadas e incompletas y en datos que no pueden disculpar las conclusiones catastróficas que formulan. Hacen caso omiso de la complejidad de los factores que determinan el desarrollo del clima y culpan a la humanidad actual y a toda la civilización industrial de ser los factores decisivos y culpables de los cambios climáticos y de otros riesgos ecológicos.
Los ecologistas se concentran en que es el ser humano el que contribuye a los cambios climáticos y exigen medidas políticas inmediatas, basadas en la limitación del crecimiento económico, del consumo y de un comportamiento humano que consideran peligroso. No creen en el futuro desarrollo económico de la sociedad, no tienen en cuenta el progreso técnico del que disfrutarán las futuras generaciones e ignoran la realidad evidente, desde hace mucho tiempo, de que cuanto mayor es la riqueza de la sociedad, tanto mayor es la calidad del medio ambiente.
Así, los legisladores se ven obligados a sucumbir a esta histeria mediáticamente dirigida que se basa en teorías especulativas carentes de pruebas irrefutables. Adoptan programas inmensamente costosos que llevan al despilfarro de recursos limitados para frenar unos cambios del clima probablemente imparables, que no son causados por el comportamiento humano, sino por fenómenos naturales (como lo es por ejemplo la cambiante actividad solar).
Mi respuesta a su primera pregunta, es decir, qué es lo que los legisladores deberían tomar en cuenta cuando se ocupan de los cambios climáticos, es que en todo momento deberían atenerse a los principios sobre los que está fundada la sociedad libre. No deberían trasladar el derecho de elección y decisión de los ciudadanos a cualquier grupo de presión que afirma que sabe mejor que nadie qué es lo bueno para la gente. Los legisladores deberían proteger el dinero de los contribuyentes y evitar que se malgaste en dudosos proyectos que no pueden traer resultados positivos.
2. ¿Cómo debería la política gubernamental solucionar la existencia y las consecuencias de los cambios climáticos, y hasta qué punto debería concentrarse en la regulación de la emisión de gases de efecto invernadero?
Cualquier política debería valorar de manera realista el potencial que tiene nuestra civilización en comparación con la actividad de las fuerzas de la naturaleza que influyen en el clima. Es un evidente desperdicio de los recursos de la sociedad el intentar luchar contra el aumento de la actividad solar o el movimiento de las corrientes oceánicas. Ninguna intervención de ningún gobierno puede evitar que el mundo y la naturaleza cambien continuamente. Por ello, no estoy de acuerdo con proyectos como el Protocolo de Kioto e iniciativas similares que fijan objetivos arbitrarios y que requieren enormes gastos sin tener perspectivas reales de éxito.
Si aceptamos el calentamiento global como un fenómeno realmente existente, creo que deberíamos tratarlo de una manera totalmente diferente. En vez de desesperanzados intentos de luchar contra él, deberíamos prepararnos para sus consecuencias. Si la atmósfera se está calentando, eso no tiene únicamente consecuencias negativas. Mientras algunos desiertos pueden ir agrandándose y algunas costas de los océanos pueden ser inundadas por el agua, inmensas zonas de la Tierra —hasta ahora deshabitadas por causa de un clima frío e inclemente— podrían convertirse en territorios fértiles donde vivirían millones de personas. También es importante darse cuenta de que ningún cambio planetario sucede de la noche a la mañana.
Por consiguiente, advierto del peligro que entraña la adopción de medidas basadas en el llamado principio de cautela preventiva, que utilizan los ecologistas como excusa para sus recomendaciones, y cuya aportación manifiesta no son capaces de demostrar. Una política responsable debería tener en cuenta los costes alternativos de estas propuestas, sabiendo que adoptar costosas e ineficaces políticas ecologistas a costa de otras lleva a la desatención de diversas e importantes necesidades de millones de personas en el mundo entero. Toda medida política tiene que basarse en el análisis costes-beneficios.
La humanidad ya ha vivido una experiencia trágica con una orgullosa corriente intelectual que aseguraba saber cómo dirigir la sociedad mejor que las fuerzas espontáneas del mercado. Era el comunismo y fracasó, dejando tras de sí millones de víctimas. Hoy ha surgido un nuevo movimiento que afirma incluso ser capaz de dirigir la naturaleza y, a través de ella, al ser humano. Este orgullo desmesurado —al igual que todos los intentos anteriores— no puede dejar de fracasar. El mundo es un sistema complejo y complicado, imposible de organizar según el proyecto humano ecologista sin que se repita la trágica experiencia del despilfarro de los recursos, la represión de la libertad de la gente y la destrucción de la prosperidad de toda la sociedad humana.
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