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Shirin Klaus - Corten, repetimos. ¿Quieres casarte conmigo?

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Shirin Klaus Corten, repetimos. ¿Quieres casarte conmigo?
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    Corten, repetimos. ¿Quieres casarte conmigo?
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    2015
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Corten, repetimos:

¿quieres casarte conmigo?

Shirin Klaus

Foto de portada: miramiska 123RF Stock Photo

Copyright © 2015 Shirin Klaus

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Índice

Cuando la puerta de la zona de llegadas se abrió delante de ellos, Emma escaneó rápidamente a la gente que aguardaba fuera, pero no vio a nadie que pareciera de la prensa, así que respiró tranquila. Pese a todo, se caló la gorra y agachó la cabeza. James le rodeó los hombros con un brazo, atrayéndola contra su costado, y ella sonrió a la vez que alzaba el rostro hacia él. Estaba guapísimo con la mandíbula cubierta por aquella barba de varios días, las grandes gafas de aviador y el pelo revuelto. ¿Pero cuándo no estaba James guapo?

Se dirigieron a la salida del aeropuerto mezclándose con el resto de gente. Habían estado temiendo el momento de poner un pie en Los Ángeles por si la prensa, de algún modo, sabía de su regreso, pero por ahora parecía que seguían en paradero desconocido para los paparazzi.

Si Emma había sido durante unas semanas la mujer más buscada del planeta gracias a la aparición de James en televisión ofreciendo una recompensa por ella, poco después ambos se habían convertido en la pareja más buscada cuando se descubrió que, finalmente, James había dado con ella y, en lugar de regresar a Los Ángeles como una pareja feliz, habían desaparecido juntos. Durante los meses que habían pasado fuera, personas anónimas que vivían o estaban de vacaciones en India, China, Tailandia y otros destinos exóticos, habían compartido en las redes sociales fotos posando con la pareja que no hacían más que avivar la expectación de volver a saber de ellos.

―Menuda publicidad le estáis haciendo a la película. ―Les había dicho un día Sean cuando hablaron con él por teléfono.― No dejan de hablar de vosotros y la prensa se está rifando las entradas para las presentaciones de la película, pues todos os esperan para la promoción.

Pero su desaparición y las fotos que ocasionalmente aparecían en la red no eran para nada una estrategia de marketing. Lo primero eran unos meses sabáticos más que merecidos y lo segundo… lo segundo era inevitable, pues cuando alguien los reconocía y les pedía una foto, no podían negarse sin parecer unos maleducados.

Habían regresado en un par de ocasiones a los Estados Unidos, como cuando regresaron a Nueva York para pasar la Navidad con sus familias, pero nunca a Los Ángeles, la meca del chismorreo.

Al llegar a la salida del aeropuerto, un todoterreno deportivo de color negro los estaba esperando. El conductor les ayudó a subir las maletas y después le tendió las llaves a James.

―Bienvenidos a Los Ángeles. Espero que tengan una buena estancia y que vean a muchos famosos.

La pareja intercambió una mirada y sonrió ante aquello. Le dieron las gracias al trabajador de la compañía de alquiler de vehículos y se montaron en el coche.

―¿Dónde vamos? ―interrogó Emma al ver que no reconocía el camino que seguía James.

―Tengo que pasar por un sitio ―respondió simplemente.

La joven se acomodó en su asiento y se relajó con la música que sonaba por la radio. Cuando se fijó en que estaban cerca de los Estudios Universales, preguntó:

―No vendremos a trabajar.

―No, mujer, sé que estás cansada después de unas vacaciones tan cortas.

El coche comenzó a serpentear por las calles residenciales que había entre los estudios y el conocidísimo cartel de Hollywood. Se giró para mirar a James.

―¿A quién venimos a ver aquí?

―Ya lo verás.

―¿Se supone que es una sorpresa? ―interrogó sonriendo ligeramente―. ¿Para mí?

―Claro, cariño. Nos he comprado una casa.

―¿En serio? Espero que tenga al menos veinte dormitorios y treinta cuartos de baño.

―¿Para qué quieres tantos cuartos de baño?

―Los actores hacemos popó como el resto de mortales.

―Si necesitas treinta baños para veinte dormitorios, es que haces más popó de lo normal, créeme.

Continuaron ascendiendo por las calles de la colina hasta que James se detuvo frente a la puerta automatizada de una parcela. Se bajó del coche, se dirigió hacia el buzón de la misma y, tras meter la mano, sacó un mando. Para sorpresa de su acompañante, al pulsar el botón la puerta comenzó a abrirse.

―¿Qué es todo esto, James? ―interrogó cada vez más desconcertada.

Él, de nuevo al volante, se limitó a sonreír y entró en la parcela. El camino de hormigón que partía de la puerta llevaba directamente a la cochera, mientras que el resto del terreno estaba cubierto de césped. La casa, que ocupaba el centro de la parcela, era de diseño moderno y estaba distribuida en dos plantas.

James paró el coche y se bajó. Emma, al ver que le hacía un gesto, lo imitó y se reunieron en la parte delantera del vehículo.

―¿Qué es todo esto, James? ―Insistió; comenzaba a ponerse nerviosa.

Él apresó el rostro femenino entre sus manos y le dio un suave beso. Sonreía. La cogió de la mano y tiró de ella.

―Vamos.

James tenía la llave de la puerta principal, debía haberla cogido junto con el mando de la verja, así que entraron en la casa con los dedos entrelazados. El recibidor daba a una amplia sala que era asombrosamente luminosa porque toda la pared de enfrente estaba acristalada. Desde donde estaban podía verse el jardín trasero y una bonita piscina. Pero lo que hizo que el corazón de Emma se acelerara fue algo que vio colgado en la pared que había a su izquierda. Era un inmenso lienzo con una foto de la India. Una foto de James y ella. En una estantería también distinguió varios de sus libros favoritos.

―James…

―Ven, quiero que veas el dormitorio.

Subieron las escaleras que llevaban a la segunda planta. James tuvo que abrir varias puertas hasta dar con la que estaba buscando, lo que hizo que Emma supiera que nunca había estado allí, ¿pero entonces de qué iba todo aquello? Al fin encontró la estancia que estaba buscando y sonrió ampliamente al ver la gran y esponjosa cama de matrimonio. En la pared, sobre el lecho, había otra foto de ellos, en aquella ocasión podían verse sus siluetas recortadas contra un atardecer en África.

―James, ¿has comprado esta casa? ―preguntó nerviosa.

―No.

―¿Pero entonces qué hacen nuestras fotos colgadas en las paredes y mis libros en la estantería del salón?

―No la he comprado todavía ―especificó él. Se puso delante de ella y atrapó entre sus manos los delicados dedos femeninos. Se miraron a los ojos y Emma vio que estaba nervioso y emocionado―. Quiero que sea nuestra casa, Emma. Quiero que la compremos juntos, tú y yo. Sé que no está en la zona más lujosa de la ciudad como me sugirió tu madre, pero tu hermana Anna me ha dicho que a ti esta zona te gustará mucho más que la de las grandes mansiones, y que esta casa, aunque pequeña, también te gustaría más que la típica casa de actor de Hollywood.

―¿No tiene treinta baños?

―Dos hasta donde he contado. ―Él sonrió, sintiéndose aliviado con la pregunta, que había sido formulada con cierta sorna.

Emma miró a su alrededor.

―¿Pero cómo has hablado con el dueño de la casa? ¿Y las fotos? ¿Cómo están aquí si no has comprado la casa? Es más, ¿quién las ha puesto aquí si no hemos estado en Los Ángeles desde hace meses?

―Todo se lo debo a tus hermanas Anna y Sarah. Yo me encargué de ver los inmuebles y propiedades en venta a través de Internet mientras que ellas iban a visitar los sitios que yo consideraba que podían servirnos. Cuando visitaron esta casa me escribieron encantadas: ¡era igual de maravillosa que en las fotos! Tu hermana Sarah ha sido la que ha negociado con el dueño y Anna la que encargó las fotos para poder ponerlas aquí. Le dijo al propietario que si veías algunas de tus cosas ya colocadas, nada más entrar te sentirías como en casa y dirías que sí.

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