Steven Callahan - A la deriva
Aquí puedes leer online Steven Callahan - A la deriva texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1986, Editor: ePubLibre, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:A la deriva
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1986
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A la deriva: resumen, descripción y anotación
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Son muchas las personas que han desempeñado un importante papel en la aparición de este libro, directa e indirectamente. Primero, debo nombrar a quienes me enseñaron a navegar y me inculcaron los valores y habilidades que me permitieron sobrevivir a esta experiencia: estoy especialmente agradecido a mis padres y a los Boy Scouts, particularmente a Arthur Adams. Mi exesposa, Frisha Hugessen, siempre vio con buenos ojos mis proyectos, incluida la construcción del Napoleon Solo, y Chris Latchem me ayudó a lograr mis objetivos y a desarrollar las técnicas necesarias para hacer frente a problemas prácticos.
Estoy muy agradecido a Dougal Robertson por su excelente manual de supervivencia, Vida o muerte en el mar, por desgracia descatalogado. El matrimonio Robertson, el matrimonio Bailey y otros viajeros que me precedieron me hicieron compañía a través de sus libros y me proporcionaron no solo consejos prácticos esenciales, sino la inspiración para salir adelante.
No habría llegado a ninguna orilla si no hubiera sido por la oportuna aparición de los hermanos Paquet y Paulinus Williams. Ellos y el resto de pobladores de Marigalante se mostraron extremadamente amables y serviciales durante la etapa final de mi travesía y posterior recuperación.
Kathy Massimini me ofreció un increíble apoyo moral y muchos consejos editoriales a lo largo de la redacción de este libro. Cada escritor probablemente confía en alguien como Kathy para que lo guíe en los momentos difíciles y no perder el rumbo, pero no puedo creer que haya tanta gente ahí fuera dotada de tanta fe, tolerancia y perspicacia.
Harry Foster, mi editor en Houghton Mifflin, tuvo fe en mí y me guio con mano firme y oído paciente.
También me gustaría expresar mi agradecimiento a todas las personas que colaboraron en las maniobras de rescate y que mantuvieron en circulación la información sobre mí y el Solo incluso después de que los canales oficiales quedasen clausurados. Además, todos ellos ofrecieron a mi familia un importante apoyo moral. Entre ellos figuran los radioaficionados William Wanklyn y Francis Carter, el personal de las revistas Sail y Cruising World, Hood Sailmakers, Óscar Fabián Gonzales, el matrimonio Steggall, Beth Pollock, Hayden Brown, el difunto Phil Weld, Mathias Achoun, su amigo Freddie y Maurice Briand. Hay muchos otros. También debo dar las gracias a mi familia por mantener la fe y esforzarse en tratar de localizarme.
Por último, quiero expresar toda mi gratitud al mar. Me ha enseñado mucho en la vida. El mar fue mi mayor enemigo y también mi mayor aliado. Intelectualmente, sé que al mar le es indiferente todo esto, pero me ofreció sus riquezas y estas me permitieron sobrevivir. Al renunciar a sus dorados, estaba renunciando a su familia, sus hijos, por así decir, para que yo pudiese vivir.
Espero con el corazón en la mano que el resto de mi vida sea digna de todos los sacrificios que se han hecho por mí.
Cuaderno de bitácora
del «Napoleon Solo»
Es de noche, muy tarde. La densa niebla dura ya días. El Napoleon Solo continúa surcando obstinadamente el mar rumbo a la costa de Inglaterra. Debemos de estar ya muy cerca de las islas Sorlingas. Hemos de tener mucho cuidado. Las mareas suben y bajan con fuerza, las corrientes son fuertes y esta es una ruta marítima muy transitada. Tanto Chris como yo ponemos toda nuestra atención. En un momento dado, distinguimos el destello del faro que se levanta sobre las abruptas islas. Su rayo de luz hiende el aire muy por encima de la superficie del mar. De inmediato vemos escollos. Estamos demasiado cerca. Chris echa mano al timón y yo cazo las velas para que el Solo navegue en paralelo a las rocas que ya están muy cerca. Medimos cómo varía el ángulo de marcación con el faro para calcular la distancia que nos separa de él: menos de una milla. La luz del faro tiene un alcance, supuestamente, de treinta. Tenemos suerte, porque la niebla no es tan espesa como en la costa de la que provenimos, en Maine. No es de extrañar, en cualquier caso, que solo en el mes de noviembre de 1893 se fuesen a pique entre estas rocas 298 embarcaciones.
A la mañana siguiente, el Solo se abre camino entre la bruma blanca y las olas, empujado por una leve brisa. Poco a poco, entramos en la bahía en que se enclava el pueblo de Penzance. El mar bate contra los acantilados de granito de Cornualles, en la costa sudoccidental de Gran Bretaña, la cual atesora también una vasta nómina de barcos y vidas devoradas. Las fauces de la bahía esconden muchos peligros, como el escollo que los lugareños llaman the Lizard (el Lagarto).
Es un día luminoso y soleado. El mar está tranquilo. Coronan los acantilados alfombras de verdor. Tras la travesía de dos semanas desde las Azores, en las que no entró en nuestros pulmones más que la sal marina suspendida en la espuma, el aroma de la tierra se nos hace dulcísimo. Al final de cada travesía, siempre me da la impresión de estar leyendo la última página de un cuento de hadas, pero esta vez la sensación es especialmente intensa. Chris, mi único tripulante, despliega el foque, que se agita y, a los pocos instantes, se tensa e hincha. El viento que recoge nos arrastra por delante de Mousehole, un pueblecito encajado entre los acantilados. Al poco, el Solo parece patinar suavemente sobre el agua en dirección al muelle elevado de piedra de Penzance, donde echaremos amarras. Enlazamos limpiamente el cabo al noray y, con ello, damos por concluida la travesía atlántica del Solo. Hemos cumplido el último de los objetivos que yo me había propuesto quince años atrás, cuando el navegante Robert Manry me enseñó no solo a soñar, sino también a hacer los sueños realidad. Manry lo había conseguido en una embarcación diminuta llamada Tinkerbelle. Yo lo acabo de hacer a bordo del Solo.
Chris y yo ascendemos las escalerillas de piedra del muelle en busca de la aduana y del pub más cercano. Vuelvo la vista para mirar una vez más mi barquito y pienso que es un reflejo de mí mismo. Yo lo he diseñado y construido, y he navegado con él. Todas mis pertenencias están bajo su cubierta. Juntos hemos puesto fin a un capítulo de mi vida. Es hora de soñar sueños nuevos.
Chris no tardará en volver a casa y me dejará continuar mi periplo en solitario. Me he inscrito en la regata Mini-Transat, una competición en solitario. Pero aún no tengo que pensar en ello: hay que celebrar nuestra llegada. Nos disponemos a tomar una pinta, la primera cerveza en semanas.
La Mini-Transat discurre entre Penzance y las islas Canarias, y desde las Canarias hasta Antigua. Quiero visitar el Caribe y planeo encontrar trabajo allí durante el invierno. El Solo es una embarcación veloz y me interesa ver cómo rinde frente a competidores profesionales. Creo que tengo opciones de ganar, porque mi barco está muy bien preparado. Algunos de mis adversarios parecen muy agitados y hay un batiburrillo de regatistas colocando mamparos y trazando números en las velas con rotulador grueso. Yo, mientras tanto, me doy un festín de fish and chips y dulces típicos de Cornualles. Mis tareas de última hora consisten en lamer sellos y probar la cerveza artesanal del pueblo.
No todo es diversión y juegos. Es el equinoccio de otoño, cuando las tempestades arrecian. En el plazo de una semana, dos duras galernas azotan el canal de la Mancha. Muchos participantes en la Mini-Transat llegan con retraso a la salida y a más de una embarcación se le parte el casco. Además, un barco francés al parecer ha volcado y su tripulación es incapaz de enderezarlo. Echaron al agua la balsa de salvamento y lograron por suerte desembarcar en una cala solitaria, al pie de los traicioneros acantilados de la costa francesa de Bretaña. Otro francés tiene menos suerte: su cuerpo y el espejo de su barco aparecen en el infame Lagarto. Sobre la flota pende un lóbrego presagio.
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