Introducción
La mayor fuerza de cuantas mueven al mundo es la mentira
Jean-François Revel
Declaración previa
Para evitar malentendidos deseo dejar en claro desde el principio que éste no es un libro político, sino de Historia y de crítica histórica. Que las discrepancias respecto de otros autores en problemas tan controvertidos no se refieren nunca a aspectos personales ni se emprenden con ánimo despectivo, sino por un intento de objetividad y veracidad, expresado a veces en términos de honda convicción e inevitable dureza, pero siempre dejando a salvo la dignidad y el honor de las personas aludidas. Que en este libro, como en los demás, afirmo de manera expresa mi respeto a la Constitución que incluye expresamente la salvaguardia de la libertad de expresión.
En la portada de este libro figura el Coloso, pintado por Goya hacia 1812, que nos presenta a un gigante terrorífico ante el que huye el pueblo español despavorido. Algunos intérpretes han querido ver en la figura un símbolo de la agresión napoleónica; otros el recuerdo de Hércules, tan vinculado a la monarquía española, que representaría la reacción brutal del hasta entonces dormido espíritu de España contra la agresión que viene de las montañas. (Ver Juan J. Luna y Margarita Moreno, Goya 250 aniversario, catálogo de la Exposición de 1996, p. 403). Como Goya nos ofreció su Coloso con una evidente relación agresiva, pero bajo un deliberado revestimiento enigmático, me permito asumir conjuntamente estas interpretaciones de algunos especialistas o bien como símbolo de la agresión que, a mi entender, sufre la Historia de España en su fase contemporánea rigurosa a mano de varias fuerzas colosales coordinadas con el objeto de manipular y violar sistemáticamente la memoria histórica de los españoles; o bien como expresión de la voluntad de muchos españoles para oponerse a esa agresión. Las dos interpretaciones me parecen compatibles y complementarias.
Sin salir de Goya, ejemplo permanente, este libro lleva una portada interior con el más célebre de los Caprichos, titulado «El sueño de la razón engendra monstruos». Por desgracia muchos libros de historia de España se escriben, dentro y fuera de España, con la razón dormida, así salen.
No poseo, por supuesto, el monopolio de la verdad, pero sí el derecho a exponer y defender lo que creo como verdad histórica, que sólo puede ser una; la tesis medieval de la doble verdad, que tantos aplican hoy en el terreno de la política, entre otros, no sirve tampoco hoy en terreno alguno y menos en el de la Historia. La Historia, desde su creador definitivo, Tucídides, a fines del siglo V antes de nuestra era, consiste en la determinación de unos hechos incontrovertibles, presentados con una técnica que hoy llamamos análisis histórico y se basa en descubrir las relaciones y la proyección de esos hechos del pasado sobre las páginas en que los plasma y los engarza el historiador. No podemos, desde luego, juzgar tales hechos y relaciones con nuestros propios criterios, que corresponden a nuestro tiempo, no al tiempo en que se plantearon y desarrollaron.
El autor está convencido de que la historia de España se presenta hoy muy distorsionada y deformada de acuerdo con las directrices de poderosas fuerzas internacionales que siempre se han distinguido por la manipulación de la Historia. La más importante de esas fuerzas, en relación con la historia contemporánea de España, ha sido el Partido Comunista bajo la orientación de la Internacional Comunista y sus sucedáneos. Suele decirse que el comunismo murió con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desaparición formal de la Unión Soviética poco después. Creo que, desgraciadamente, no es verdad. La fuerza deformadora del comunismo se ha transmitido, casi en su totalidad, a la Internacional Socialista, una fuerza que, en definitiva, reconoce el mismo origen que el comunismo, es decir, el marxismo, la doctrina de Carlos Marx. Esa doctrina se ha desacreditado muchísimo a partir de la caída de la primera gran potencia que la adoptó, la URSS, pero se mantiene incólume en otra gran potencia, China, en varios países más del mundo y en considerables reductos del mundo occidental, clerical y universitario señaladamente en España, al amparo de la Internacional Socialista que, junto a la antigua corriente cultural comunista transfigurada, que no desaparecida, forma lo que desde hace ya una década vengo llamando el Frente Popular de la Cultura. Las corrientes, los postulados y hasta el culto a las personalidades de ese Frente han sido amparados, además y en ocasiones tragicómicamente asumidos, por formaciones de la derecha o el centro-derecha, con resultados catastróficos como puede imaginar el lector.
En este libro dividimos la investigación en seis grandes capítulos. El primero se refiere al envilecimiento y satanización de la figura del general Francisco Franco y su época, que cubre cuarenta años de la historia de España hasta 1975. Esa campaña deformadora contra Franco y su época, contenida al principio de la llamada transición, se desencadenó desde 1982 con motivo de la llegada al poder del Partido Socialista y se ha recrudecido visiblemente en los años noventa, como experimentamos prácticamente a diario en nuevas publicaciones y en los medios de comunicación, incluso los afines al centro-derecha. Dedicamos un segundo capítulo a la glorificación de la Segunda República española como régimen ejemplarmente democrático, lo cual nos parece una falacia múltiple que tratamos de analizar punto por punto. Nos extendemos con más interés aún (capítulo tercero) en la Revolución socialista y catalanista que estalló en octubre de 1934 de forma absolutamente antidemocrática; y presentamos a esa Revolución como la clave antidemocrática de la República española. El período del Frente Popular, entre las elecciones de febrero y el Alzamiento de julio de 1936 es ya el prólogo inevitable de la guerra civil; lo presentamos en el capítulo cuarto como ilegítimo en su origen y su ejercicio y como provocador del alzamiento de aquella «media España que no se resigna a morir» como la anunció profética y exactamente en el Parlamento el líder de la derecha católica don José María Gil Robles en abril de 1936. Por último, el capítulo quinto se refiere a las mentiras sobre la guerra civil española, que se agudizan y se acentúan a medida que pasan los años y disminuyen, por ley de vida, los testigos directos. Afortunadamente quedan todavía muchos que pueden corroborar mis palabras de historiador y de testigo —aunque fuera infantil— de aquel conflicto. Finalmente dentro del epílogo propongo la participación en la conjura contra la historia de España por parte de los nacionalismos separatistas, que se han esmerado en esa deformación y tratan de edificar el futuro de una España rota sobre un pasado ficticio.
Éste es mi intento, con el que deseo contribuir a la denuncia y desenmascaramiento de la deformación y violación histórica que hoy se perpetra y se coordina en lo que llamo conjura contra la historia de España porque creo que lo es. Junto a cada mentira y cada denuncia aduzco el o los documentos que la prueban. No conozco otro modo de hacer Historia.
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