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Ricardo de la Cierva - La transformación de España

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Ricardo de la Cierva La transformación de España

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La rebelión
de la Universidad

En el año 1956, la nueva generación de españoles que Franco había detectado en su mensaje de finales de 1955 irrumpía desde la Universidad en la vida de la nación, sobre todo en Madrid y en Barcelona. Su actuación producirá lo que denomina uno de sus protagonistas, Enrique Múgica Herzog, comunista entonces, «el punto de inflexión del franquismo». Pero no sólo en el sentido indicado por Múgica, sino en otro mucho más amplio. Porque esa generación no era sólo universitaria, ni sólo rebelde. Formaban en ella también otros españoles jóvenes que iniciaban sus estudios superiores o se incorporaban ya a la vida laboral y profesional en una España que iba a ofrecerles casi siempre trabajo y camino.

Es lógico que muchos políticos de la transición magnifiquen su aparición pública y exageren su importancia, que fue grande pero no única. La rebelión de los estudiantes universitarios fue prevista, y quizá bienvenida, por el régimen, cuya nueva línea directriz —la tecnocracia en torno a Luis Carrero Blanco— la supo aprovechar a fondo para eliminar al falangismo franquista de Fernández Cuesta y Arrese y al aperturismo liberal, cristiano y falangista del equipo Ruiz-Giménez, para dar paso a la línea Carrero, que sería la dominante hasta la muerte del almirante en 1973.

En esta línea Carrero actúa en dos frentes muy vinculados entre sí y muy condicionados por la presencia decisiva de hombres del Opus Dei en cada uno. Primero, el frente económico, formado por los ministros de Hacienda y de Comercio en la crisis de 1957; segundo, el frente político articulado por Laureano López Rodó, que se incorpora de lleno al equipo Carrero en 1956; en rigor, él es quien crea ese equipo y prepara los caminos para el acceso de los expertos económicos mientras establece contacto con la «Operación Ruiseñada» (apoyada por Rafael Calvo Serer intensamente) y trata de controlar la naciente Casa del Príncipe Juan Carlos, situando en ella peones de toda confianza. De esta forma se afianzará la Operación Príncipe en el seno del franquismo, iniciada al principio de los años cincuenta y confirmada tras la entrevista de Las Cabezas a fines de 1954, dirigida por el almirante Carrero y titulada gráficamente por López Rodó «la larga marcha hacia la monarquía», título de su libro, que es el más informativo e importante sobre tan esencial episodio de la historia española.

Entre convulsiones del mundo —la crisis de Suez, la invasión soviética de Hungría—, se inscribirán las agitaciones de 1956 en España. Las dos líneas dominantes en la política del régimen, la Falange franquista representada por Fernández Cuesta, ya ajada, y el aperturismo cristiano—falangista dirigido por Ruiz—Giménez, se agotaban frente a la resistencia reaccionaria del sistema y frente al auge de la línea Carrero. Ruiz-Giménez confesaría que sus últimos meses en el Ministerio fueron angustiosos.

El panorama interior era de una confusión creciente. José Antonio Girón, cuya estrella declinaba también, se mostraba agresivo contra los políticos de inspiración cristiana, como el nuevo obispo de Málaga, monseñor Herrera Oria. El general Aranda se quejaba amargamente a don Juan por el colaboracionismo de la causa monárquica a propósito de la estancia en España del Príncipe. Para colmo, se agravaba la situación en Marruecos, con fuertes críticas de Franco a la política del alto comisario García Valiño, por alentar a los movimientos nacionalistas que ahora se volvían también contra España. Franco llega a escribir a Eisenhower el 6 de abril de 1956 porque intuye con precisión que los Estados Unidos están propiciando la independencia de Marruecos en un año tan crítico para una y otra salida del Mediterráneo. Pero, como demostraría la crisis de Suez, la política del Mediterráneo se decidía ya fuera de Europa, por primera vez desde las guerras médicas en el siglo V antes de Cristo.

Franco, pues, participa personalmente en la orientación española ante los incontrolables acontecimientos exteriores. La sospecha, insinuada ya antes, de que Franco-Carrero trataran de manipular las agitaciones estudiantiles de 1956 para desahuciar a un sector del régimen y preparar el nuevo rumbo económico-tecnocrático, se abona por el hecho de que ya el 9 de enero de 1956, Franco Salgado conocía una encuesta del Instituto de la Opinión Pública reproducida en L’Express, según la cual un 85 por 100 de los estudiantes acusaba al Gobierno de inmoralidad; y consta que el Gobierno poseía información suficiente sobre la preparación de una revuelta desde finales de 1955.

En las conversaciones de Franco con su primo y secretario, hay evidencia de que aquél seguía prácticamente al día el desarrollo de los preparativos estudiantiles, y criticaba duramente, por la forma de llevar el asunto, al ministro de Educación, Ruiz-Giménez, completamente solo en el Gobierno ante la hostilidad manifiesta del ministro de la Gobernación, Blas Pérez González, y del director de la Guardia Civil, general Camilo Alonso Vega.

De los diversos testimonios que hoy nos aclaran ya definitivamente el tema de la rebelión universitaria, debemos concluir que fue, por encima de todo, una crisis interna contra el monopolio falangista del SEU, con importante cooperación, aunque no protagonismo, de estudiantes comunistas (Enrique Múgica, Javier Pradera, Ramón Tamames…) y otros que se definirían precisamente con aquel motivo como socialistas, aunque por descubrimiento interior, no por incitación del ajado PSOE del exilio, al que se fueron incorporando críticamente después. La presencia del enviado comunista Jorge Semprún, Federico Sánchez, en este contexto y sus pretensiones de atribuir un intenso protagonismo a la actuación de los universitarios comunistas no deben apartarnos de la conclusión anterior; los comunistas trataron de aprovecharse del río revuelto, pero el protagonismo corrió a cargo de los hijos del régimen, orientados por Dionisio Ridruejo en su primera maniobra clara de oposición, que daría con él en la cárcel. En su informe exculpatorio de aquellos días, Ridruejo habla aún de «nuestro régimen», al que trata de reformar desde dentro, en esfuerzo paralelo con los aperturistas de Ruiz-Giménez y con talante parecido al del rector de Madrid, Laín Entralgo, a quien se debe un importante documento previo a los sucesos y que contribuye notablemente a su explicación.

La irrupción universitaria de las nuevas generaciones, bien advertida desde las alturas del régimen, desembocaba en situaciones nuevas desde el comienzo del curso 1955-56; frente al monopolio político del sindicato universitario falangista SEU, se crearán grupos activos —con cierta presencia comunista— como el Frente de Liberación Popular (FLP) y la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), cuya principal novedad es que nacen autóctonos, con tanto recelo hacia las instituciones del régimen como hacia la pervivencia fósil de la oposición antifranquista en el exilio.

Un retoño y un tránsfuga del más puro falangismo, Miguel Sánchez Mazas Ferlosio y Dionisio Ridruejo, redactan un llamamiento para un Congreso Nacional de Estudiantes que se difunde sobre todo en la Facultad madrileña de Derecho, situada en el corazón de la ciudad, en la calle de San Bernardo. Pero, durante estas primeras semanas de un año que sería febril, las preocupaciones de Franco se centran en Marruecos, donde el 10 de enero el alto comisario Valiño y el residente general Dubois se entrevistan en Larache. El día 14 la prensa española publica una nota oficial que promete «facilitar el autogobierno de la zona por sus autoridades naturales».

Durante la primera semana de aquel febrero, menudearon los enfrentamientos en esa misma Facultad de Derecho donde, desde 1934 a 1936, los jóvenes del SEU habían luchado implacablemente contra los estudiantes de la FUE. Corren las octavillas sobre el fracaso del Congreso de Escritores Jóvenes y sobre la convocatoria, para abril, del de estudiantes. Los enfrentamientos callejeros se inician el día 7. En los titulares de la prensa del día 9 de febrero, se refleja una enorme tensión contenida, que revienta esa misma mañana.

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