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Ricardo de la Cierva - El nacionalismo vasco

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Ricardo de la Cierva El nacionalismo vasco

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Los vascos: El problema

y el misterio

El problema vasco no es un problema definido, sino un conjunto aparentemente inextricable de problemas históricos, geográficos, culturales, religiosos y políticos planteados en medio de un país profundo y adorable y de una población plural dentro de la pluralidad, enrevesada y a primera vista incomprensible, contradictoria entre la cerrazón absoluta y el agua clara, amante de sus tradiciones que no todos los vascos (y casi ninguno de los españoles no vascos) conocen, pero que todos los vascos sienten con una extraña sintonía, una especie de osmosis entre la tierra siempre verde y las mentes casi nunca acordes.

He vivido tres años en el País Vasco, lo he recorrido de arriba abajo entonces y muchas veces después y por más que he tratado y trato continuamente de comprender el problema vasco, debo confesar que me quedo muchas veces frenado en seco, detenido en medio de la frustración y la desesperación hasta que tengo la suerte de volver por allí, adentrarme en la realidad necesaria y difícil, comparar mis últimas lecturas con las nuevas realidades, buenas y malas, que antes no había advertido. Movido, en el ritmo habitual de mi pensamiento histórico, por la claridad romana, la luz mediterránea y la capacidad castellana de síntesis, tengo que readaptarme cada vez que voy al País Vasco, cada vez que medito sobre el problema vasco a la luz, nada mediterránea, de la historia y de la realidad y cuando voy atando cabos en el problema se me va transfigurando en misterio.

Es la misma tierra y la misma raíz; pero ¿cómo pueden coexistir simultáneamente sin que estalle el mundo dos vascos tan vascos como Sabino Arana y Miguel de Unamuno, como, en nuestros días, Arzallus e Iturgaitz, como el cardenal Suquía y el obispo Setién? De forma natural, en principio irresistible, me identifico con Unamuno, Iturgaitz y Suquía; y se me llevan todos los demonios cuando repaso la vida, milagros y dichos de Arana, Arzallus y Setién. Pero no estoy inmerso ahora en una campaña electoral vasca (como estuve en 1980, actuando como interventor en una mesa de Oyarzun, para más detalles), sino intentando entre la ilusión y la desesperación trazar una historia del nacionalismo vasco desde la perspectiva —como intenté en el libro anterior en el caso de Cataluña— simultáneamente del País Vasco y de España, ya sé que se trata de una misión tan imposible como necesaria.

Y ante ese objetivo, sin renegar, no faltaba más, de mi adhesión a Unamuno, Iturgaitz y Suquía, tengo que retorcerme todo lo que haga falta para tratar de entender un poco, e incluso de comprender, a Arana, Arzallus y Setién. No digo que lo vaya a conseguir, sólo que tengo obligación de intentarlo. Porque es preciso conocer esas dos vertientes humanas para acercarnos al problema vasco y observar detenidamente el misterio vasco.

Cuando un presunto especialista en historia contemporánea universal y de España (ése era el oficial y pretencioso título de una de mis primeras cátedras universitarias) se enfrenta con algún problema en el que se necesita bucear hacia atrás hasta la prehistoria, como es el caso del presente libro, siente carencias terribles que desde hace muchos años he tratado de colmar, sin atreverme a decir que lo he conseguido, a través de una continua inmersión en los mejores especialistas sobre las demás edades de la historia, sin excluir la primera y larga noche de los tiempos humanos. Tenía bastante claras las fuentes básicas para este libro, pero he querido repasar durante unas horas las últimas comunicaciones de los especialistas en la protohistoria del pueblo y de la lengua vasca.

La decepción ha sido tremenda; resulta que por lo visto nos seguimos moviendo entre conjeturas y verosimilitudes, muchas veces estimables pero insuficientes. ¿De dónde vinieron los vascos? ¿O es que estaban allí desde siempre? Parece que existe consenso, aunque no completo, sobre una cierta relación entre los vascos y los iberos —ese tremendo nombre sagrado de Ilíberis la granadina, Iriberri inevitable, ese Mingorria abulense—, pero ¿cuándo y dónde, si ya sabemos leer y hasta pronunciar el alfabeto ibérico pero no conocemos el sentido de las palabras? Las claras analogías entre el euskera y alguna de las lenguas caucásicas actuales, ¿pueden tenerse realmente en cuenta dentro de la lingüística comparada? ¿Se produjo una retirada gradual del idioma vasco-ibérico desde el sur y centro de la Península a las montañas vascongadas?

Menos mal que todo el problema de los orígenes del pueblo y la maravillosa lengua vasca pertenecen a la protohistoria e incluso a la prehistoria y así me quedo sin la grata necesidad de analizar por qué, como estoy casi seguro, la vigente Miss España, vasquísima ella, tiene un sorprendente parecido con la Dama de Elche. Estamos en la historia y a la llegada de los tiempos históricos no piensen, sin embargo, los lectores que todo son claridades; todo lo contrario, van a empezar, a la vez, el problema y el misterio vasco más acuciante cuando ya deberían existir fuentes históricas seguras. No las hay; si las hubiera, Claudio Sánchez Albornoz no diría cosas tan distintas a las de Julio Caro Baroja.

RICARDO DE LA CIERVA Y HOCES Madrid 9 de noviembre de 1926 - Madrid 19 de - photo 1

RICARDO DE LA CIERVA Y HOCES. (Madrid, 9 de noviembre de 1926 - Madrid, 19 de noviembre de 2015). Licenciado y Doctor en Física, historiador y político español, agregado de Historia Contemporánea de España e Iberoamérica, catedrático de Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Alcalá de Henares (hasta 1997) y ministro de Cultura en 1980.

Nieto de Juan de la Cierva y Peñafiel, ministro de varias carteras con Alfonso XIII, su tío fue Juan de la Cierva, inventor del autogiro. Su padre, el abogado y miembro de Acción Popular (el partido de Gil Robles), Ricardo de la Cierva y Codorníu, fue asesinado en Paracuellos de Jarama tras haber sido capturado en Barajas por la delación de un colaborador, cuando trataba de huir a Francia para reunirse con su mujer y sus seis hijos pequeños. Asimismo es hermano del primer español premiado con un premio de la Academia del Cine Americano (1969), Juan de la Cierva y Hoces (Óscar por su labor investigadora).

Ricardo de la Cierva se doctoró en Ciencias Químicas y Filosofía y Letras en la Universidad Central. Fue catedrático de Historia Contemporánea Universal y de España en la Universidad de Alcalá de Henares y de Historia Contemporánea de España e Iberoamérica en la Universidad Complutense.

Posteriormente fue jefe del Gabinete de Estudios sobre Historia en el Ministerio de Información y Turismo durante el régimen franquista. En 1973 pasaría a ser director general de Cultura Popular y presidente del Instituto Nacional del Libro Español. Ya en la Transición, pasaría a ser senador por Murcia en 1977, siendo nombrado en 1978 consejero del Presidente del Gobierno para asuntos culturales. En las elecciones generales de 1979 sería elegido diputado a Cortes por Murcia, siendo nombrado en 1980 ministro de Cultura con la Unión de Centro Democrático. Tras la disolución de este partido político, fue nombrado coordinador cultural de Alianza Popular en 1984. Su intensa labor política le fue muy útil como experiencia para sus libros de Historia.

En otoño de 1993, Ricardo de la Cierva creó la Editorial Fénix. El renombrado autor, que había publicado sus obras en las más importantes editoriales españolas (y dos extranjeras) durante los casi treinta años anteriores, decidió abrir esta nueva editorial por razones vocacionales y personales; sobre todo porque sus escritos comenzaban a verse censurados parcialmente por sus editores españoles, con gran disgusto para él. Por otra parte, su experiencia al frente de la Editora Nacional a principios de los años setenta, le sirvió perfectamente en esta nueva empresa.

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