Polibio - Historias Libros XVI-XXXIX
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(FRAGMENTOS)
El rey Filipo. La respuesta de Zeuxis fue que actuaría según lo acordado, pero en realidad rehusaba reforzar a Filipo.
Filipo, al fracasar en el asedio y tres trirremes.
La nave de Átalo fue la que inició el asalto y, al punto, las que estaban cerca cargaron sin ningún orden. Átalo, que había arremetido contra un navío de ocho hileras de remeros de este lado se le derrumbaron, tras lo cual el enemigo le rodeó por todas partes. En medio de clamor y de alboroto la nave se hundió y murió su tripulación, pero Dionisodoro y dos hombres más lograron ganar a nado una nave trihemiolia que acudía en su ayuda.
Las naves restantes de ambos contingentes combatían en condiciones similares, pues la ventaja de Filipo por sus lanchas se veía compensada por la superioridad de que gozaba Átalo con sus naves ponteadas. En el ala derecha de Filipo la situación era tal que la pugna quedaba indecisa, aunque Átalo tenía más posibilidades. Señalé más arriba que los rodios, así que la flota se hizo a la mar, no se aproximaron al enemigo al principio, pero su velocidad era muy superior a la del adversario, por lo que establecieron contacto con la retaguardia macedonia. Inicialmente acosaron la popa de las naves que retrocedían y les astillaron las hileras de remos; cuando las naves restantes de Filipo empezaron a virar para ir en socorro de las que peligraban, y las rodias que habían zarpado en último lugar se agregaron a las de Teofilisco, entonces ambos bandos dispusieron sus buques frente a frente y trabaron combate con valor: se exhortaban unos a otros a grandes voces y al son de la trompeta.
Y si los macedonios no hubieran colocado sus lanchas entre las naves ponteadas enemigas, la batalla naval hubiera tenido un desenlace fácil y rápido, pero ahora los rodios se veían apurados de muchas maneras. En efecto: tras haber desordenado su alineación primitiva, en su acometida inicial, ahora estaban todos revueltos entre sí y no lograban atravesar con facilidad la formación enemiga ni hacer girar sus naves; en resumen, no podían echar mano de su superioridad, pues las lanchas les atacaban ya los flancos, con lo que les inutilizaban las hileras de remos, ya las proas, de manera que obstaculizaban el trabajo de pilotos y remeros. Pero los rodios usaban una táctica contra los ataques a sus proas: amorraban sus barcos precisamente por ellas, con lo que las naves recibían los golpes por encima del nivel del mar; ellos, en cambio, asestaban los suyos por debajo del agua, con lo que las averías causadas por sus embates no podían ser reparadas. Sin embargo procedían pocas veces a luchar de este modo y, aquí, inclinaron a su favor la contienda porque en el combate cuerpo a cuerpo expulsaron valientemente a los macedonios de las cubiertas de sus propios bajeles. Al romper la línea enemiga, muchas veces inutilizaban los remos de las naves adversarias, luego navegaban en círculo y arremetían contra las proas de unas naves o atacaban a otras por el flanco cuando viraban: en el primer caso, abrían brechas y, en el segundo, despojaban a los buques rivales de algún aparejo preciso para la contienda. Los rodios, pues, peleaban así y destruyeron un buen número de bastimentos contrarios.
Y fueron tres quinquerremes de los rodios los que se distinguieron más en la brega: el buque insignia, en el que navegaba Teofilisco, el quinquerreme mandado por Filóstrato y, en tercer lugar, el pilotado por Autólico, en el que se había embarcado Nicóstrato en su calidad de trierarco. Este último se lanzó contra una nave adversaria, pero le quedó el espolón cogido en ella y lo perdió. Y ocurrió que el golpe hizo que la nave comenzara a hundirse con su tripulación, ya que hacía agua por la proa. Autólico y sus hombres, rodeados por enemigos, al principio lucharon varonilmente, pero al final el jefe cayó al mar con sus armas, herido, y los demás combatientes murieron con valor en la contienda. En aquel preciso momento, Teofilisco acudía en su ayuda con tres quinquerremes. No logró recuperar la nave, inundada de agua ya por todas partes, pero inutilizó dos unidades enemigas y forzó a sus dotaciones a tirarse al mar. Sin embargo, pronto lo acosaron, rodeándole, un gran número de lanchas y de naves ponteadas. Perdió la mayoría de sus soldados, que combatieron arrojadamente; él mismo recibió tres heridas, pero por su audacia y arrostrando el peligro salvó casi de milagro su propia nave con la ayuda de Filóstrato, que también asumió el riesgo con todo coraje. Reunido de nuevo con su propia escuadra, lanzó otro ataque y vino a manos con el enemigo; estaba ya desprovisto de fuerza corporal, pero su vigor moral era más alto y sorprendente que el de antes.
Lo que ocurrió en realidad es que hubo dos batallas navales muy distantes entre sí, porque el ala derecha de Filipo, de acuerdo con los planes iniciales, se iba acercando a la costa y nunca estuvo muy lejos del continente asiático, pero el ala izquierda, que había virado en redondo para ayudar a las naves de su retaguardia, quedó junto a la isla de Quíos; ésta fue el ala que peleó contra los rodios.
En el ala derecha, Átalo había conseguido una gran victoria y se aproximaba al islote en el que Filipo había fondeado aguardando el desenlace. El mismo Átalo observó que un quinquerreme de los suyos había quedado fuera de combate, averiado e inundado por el golpe de una nave enemiga. Y se lanzó a recuperarlo con dos cuatrirremes. Como esta nave enemiga cediera y se retirara hacia tierra, Átalo la acosó más enérgicamente, empeñado en rescatar la otra. Filipo comprobó que Átalo se había separado mucho de los suyos: tomó cinco quinquerremes y tres hemiolias, además de las lanchas que estaban más cerca de él, y se lanzó al ataque. Aisló a Átalo de su escuadra y le forzó a echar a tierra su nave, lo cual Átalo logró no sin un gran esfuerzo. Pero una vez conseguido huyó con las dotaciones hacia Eritras; Filipo, por su parte, se apoderó de las naves adversarias y del bagaje real. En esta ocasión Átalo usó de cierta estratagema: esparció por la cubierta de su nave lo más valioso de su ajuar regio. Y los primeros macedonios que abordaron la nave con sus lanchas, al ver aquella cantidad de vasos, de vestidos de púrpura con sus adornos correspondientes, cesaron en la persecución y se dedicaron a hacer botín. De ahí que Átalo pudiera retirarse sin peligro hacia Eritras.
En el conjunto de la batalla naval, Filipo sufrió una gran derrota, pero alentado por la peripecia de Átalo se hizo a la mar, reunió afanosamente sus propias naves y exhortaba a sus hombres a que tuvieran buen ánimo, ya que en la confrontación habían salido vencedores. Ciertamente, se había esparcido entre sus combatientes la especie, es más, la confianza de que el rey Átalo había muerto, fundada en el hecho de que Filipo se había traído remolcada la nave real. Dionisodoro sospechó lo que en verdad había ocurrido a su rey, juntó las naves de su ciudad y levantó el estandarte: se concentraron rápidamente en torno suyo y navegó sin peligro hacia los fondeaderos de Asia. Los macedonios que habían luchado a favor de los rodios y que hacía tiempo que estaban inquietos aprovecharon la ocasión para abandonar el escenario de la guerra contingente por contingente; alegaban que debían darse prisa en socorrer a su propia flota. Los rodios remolcaron unas naves y hundieron las restantes con los espolones de las suyas, tras lo cual pusieron rumbo a Quíos.
En la batalla contra Átalo, Filipo perdió una nave de diez hileras de remeros, otra de nueve, otra de siete y otra de seis, diez del resto de las naves ponteadas, tres trihemiolias y veinticinco lanchas con sus tripulaciones; en la batalla contra los rodios le zozobraron diez navíos ponteados, lanchas en número de unas cuarenta, y el enemigo le apresó dos tetrarremes y siete lanchas con las correspondientes dotaciones. A Átalo le fueron hundidas una nave trihemiolia y dos quinquerremes [el adversario le apresó dos tetrarremes].
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