Las mil y una historias de A. J. Fikry
Gabrielle Zevin
ADVERTENCIA
Este archivo es una corrección, a partir de otro encontrado en la red, para compartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tus manos DEBES SABER que NO DEBERÁS COLGARLO EN WEBS O REDES PÚBLICAS, NI HACER USO COMERCIAL DEL MISMO. Que una vez leído se considera caducado el préstamo del mismo y deberá ser destruido.
En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran.
Queremos dejar bien claro que nuestra intención es favorecer a aquellas personas, de entre nuestros compañeros, que por diversos motivos: económicos, de situación geográfica o discapacidades físicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecas públicas. Pagamos religiosamente todos los cánones impuestos por derechos de autor de diferentes soportes. No obtenemos ningún beneficio económico ni directa ni indirectamente (a través de publicidad). Por ello, no consideramos que nuestro acto sea de piratería, ni la apoyamos en ningún caso. Además, realizamos la siguiente...
RECOMENDACIÓN
Si te ha gustado esta lectura, recuerda que un libro es siempre el mejor de los regalos. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio.
Usando este buscador:
http://www.recbib.es/book/buscadores
encontrarás enlaces para comprar libros por internet, y podrás localizar las librerías más cercanas a tu domicilio.
Puedes buscar también este libro aquí, y localizarlo en la biblioteca pública más cercana a tu casa:
http://libros.wf/BibliotecasNacionales
AGRADECIMIENTO A ESCRITORES
Sin escritores no hay literatura. Recuerden que el mayor agradecimiento sobre esta lectura la debemos a los autores de los libros.
PETICIÓN
Libros digitales a precios razonables.
Para mis padres, que nutrieron mis años de formación con libros, y para el chico que me dio «TheStories of Vladimir Nabokov»hace ya tantos inviernos.
Ven, dulzura mía,
adorémonos el uno al otro,
hasta que no quede rastro alguno
de lo que eres y de lo que soy.
RUMI
PRIMERA PARTE
«Cordero asado»
Roald Dahl, 1953
Una mujer mata a su marido con una pierna de cordero congelada y a continuación se deshace del «arma» dándosela de comer a los policías. Muy práctica la solución de Dahl, pero Lambiase se preguntaba si un ama de casa profesional realmente cocinaría una pierna de cordero de la forma descrita, es decir, sin descongelar, condimentar o adobar. ¿No quedaría la carne dura o mal cocida por algunas partes? No me dedico a la cocina (ni a los crímenes), pero si te cuestionas este detalle toda la historia empieza a aclararse. Con esta salvedad, lo doy por bueno porque a una chica que conozco le gustó James y el melocotón gigante hace mucho, mucho tiempo.
A.J.F.
E
n el ferry de Hyannis a Alice Island, Amelia Loman se pinta las uñas de amarillo y, mientras espera a que se sequen, ojea las notas de su predecesor: «Island Books, facturación anual aproximada: 350.000 dólares, principalmente durante los meses estivales gracias a los veraneantes —informa Harvey Rhodes—. Seiscientos pies cuadrados de espacio de venta. Ningún empleado a jornada completa salvo el propietario. Sección infantil muy pequeña. Mínima presencia en internet. Escasa proyección en la comunidad. En el catálogo predomina la literatura, algo positivo para nosotros, aunque Fikry tiene unos gustos muy particulares y, sin Nic, no podemos contar con que recomiende nuestros títulos. Por suerte para él, es la única librería del lugar». Amelia bosteza —arrastra una ligera resaca— y se pregunta si una pequeña librería quisquillosa merece un desplazamiento tan largo. Pero en cuanto se le seca el esmalte vuelve a invadirla su inquebrantable optimismo: «¡Pues claro que lo merece!». Su especialidad son las pequeñas librerías quisquillosas y la extraña fauna que las regenta. Entre sus virtudes figuran también la capacidad de hacer varias cosas a la vez y de elegir el vino adecuado para la cena (y las tareas de coordinación, para ocuparse de los amigos que beben demasiado), las plantas de interior, los animales y otras causas perdidas.
Al bajar del ferry le suena el móvil. No reconoce el número —ninguno de sus amigos utiliza ya el teléfono como teléfono—, pero le alegra la distracción y no quiere convertirse en el tipo de persona que piensa que las buenas noticias solo pueden venir de llamadas que se esperan o de interlocutores conocidos. La llamada resulta ser de Boyd Flanagan, el de su tercera cita online fallida, que la llevó al circo hará unos seis meses.
—Te envié un mensaje hace unas semanas —le informa él—. ¿Lo has recibido?
Ella le dice que acaba de cambiar de trabajo y que tiene un lío enorme con los móviles.
—Además, me he estado replanteando lo de las citas por internet. Si va conmigo y todo eso.
Boyd no parece oír esta última parte y le pregunta:
—¿Te gustaría que volviéramos a quedar?
Retrocedamos: la cita. Al principio, la originalidad de ir al circo logró ocultar el hecho de que no tenían nada en común, pero al terminar la cena su incompatibilidad había quedado más que patente. La incapacidad de ambos para alcanzar un consenso al pedir el aperitivo y que Boyd confesara, mientras comía el primer plato, que no le gustaban las «cosas viejas» —las antigüedades, las casas, los perros, la gente— deberían haber hecho saltar todas las alarmas. Pero Amelia se resistió a reconocer la evidencia hasta el postre, cuando le preguntó qué libro había influido más en su vida y él respondió Principios de contabilidad. Parte II.
Educadamente, le dice que no, que prefiere no volver a salir con él.
Oye la respiración de Boyd, alterada e irregular. Teme que se haya puesto a llorar.
—¿Te encuentras bien? —le pregunta.
—Ahórrate esos aires de superioridad —replica Boyd.
Amelia sabe que debería colgar, pero no lo hace. Una parte de ella quiere llegar hasta el final. Al fin y al cabo, ¿de qué sirven las citas fallidas si no para tener anécdotas divertidas que contar a los amigos?
—¿Decías? —pregunta.
—Amelia, te habrás dado cuenta de que he tardado mucho en llamarte —dice él—. No te he llamado antes porque conocí a otra chica que me gustaba más, pero al final no funcionó y decidí darte una segunda oportunidad. Así que no te creas tan superior. Eres mona, lo reconozco, pero tienes los dientes demasiado grandes, y el culo también, y ya no tienes veinticinco años, aunque bebas como si los tuvieras. A caballo regalado no le mires el dentado. —El caballo regalado rompe a llorar—. Lo siento. De verdad, perdona.
—No pasa nada, Boyd.
—¿Qué es lo que no te gusta de mí? El circo fue divertido, ¿no? Y no estoy tan mal.
—Estuviste genial, y la idea del circo fue muy creativa.
—Pues entonces, ¿por qué no te gusto? Venga, dime la verdad.
Ahora mismo hay varios motivos por los que no le gusta. Elige uno.
—¿Te acuerdas de cuando te dije que trabajaba en una editorial y contestaste que no te gustaba leer?
—¡Eres una esnob! —concluye él.
—En algunas cosas lo soy, no te lo negaré. Escucha, Boyd, me pillas trabajando. Tengo que colgar.
Página siguiente