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Álvaro Cunqueiro - Tertulia de boticas y escuela de curanderos

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Álvaro Cunqueiro Tertulia de boticas y escuela de curanderos
  • Libro:
    Tertulia de boticas y escuela de curanderos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1976
  • Índice:
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Tertulia de boticas y escuela de curanderos: resumen, descripción y anotación

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La farmacia de La Meca

¡ S ea alabado el Dios único y misericordioso! La primera noticia detallada de la farmacia de la ciudad santa de La Meca la tenemos por Ahmad el Gafiqí, el más célebre de los botánicos y farmacólogos de Al Andalus, famoso por su Kitab al adwiya al mufrada, o «Libro de los medicamentos simples». A Ahmad le trajeron de La Meca, de la gran botica protegida por los Califas, una uña del caimán que allí colgaba del techo. Este caimán —como más tarde el de todas las farmacias renacentistas germanas— había de ser de sexo masculino y virgen o, por lo menos, que no hubiese tenido contacto sexual alguno con mujeres. Aquí entraba una tradición alejandrina recogida por Plinio, según la cual, en el antiguo Egipto, las mujeres se prostituían con los cocodrilos. El califa Harun al Rashid regaló en dos ocasiones caimanes y manteca de caimán a la botica de La Meca, traídos los caimanes a Basora por sus pilotos que iban a Especiería, al trato de la canela, la pimienta y el clavo. Sinbad, por ejemplo de almirantes. Bonacosa de Padua, el traductor al latín del «Colliget», de Averroes, amplía cómo el caimán de La Meca era probado de virginidad introduciendo en sus testículos polvo de oro. Si el caimán no era virgen, el oro se disolvía, pero si no había usado comercio carnal, el oro era retirado después de una luna, brillantísimo, y puesto en bolitas, y pasando estas por los ojos humanos, impedía la aparición de las cataratas. Polvo de la piel del caimán era usado como somnífero; y en infusión, contra la erisipela, y la lengua, como afrodisíaco; pero también ayudaba a los senectos a conservar la memoria. Se la reducía a polvo y se sazonaba con este los sesos de liebre, que se comían crudos.

Se dice que toda la farmacopea del caimán la trajeron a Europa los barones del Temple. Ítem más, aparece en el famoso cuento medieval, repetido por Cervantes, el cuento de la viuda. «Hermosa, moza, libre y rica y sobre todo desenfadada, se enamoró la viuda de un mozo motilón, rollizo y de buen tono; alcanzolo a saber su mayor —el prior del convento—, y un día dijo a la buena viuda por fraternal represión:

—Maravillado estoy, señora, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como Fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir este quiero, este no quiero.

—Para lo que yo quiero a Fulano, respondió la viuda, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles».

Pues bien, el cuento viene a las Castillas desde Francia, y el prior, en la fábula francesa, dice que los monjes que él ofrece a la viuda, estaban, además, ayudados de la lengua del caimán, naturalmente como ayuda venérea que no para favorecer la memoria y recordar mejor los capítulos del Maestro de las Sentencias.

Colocado el caimán en el techo de la botica de La Meca, a su lado colgaban en cestos de palma y en bolsas de buen lienzo, y aun de seda, ciento veinte clases de hierbas que nunca han existido, según la botánica moderna desde Linneo, pero que allá aparecen en inventario. Entre ellas, la famosa yizad, que nace en el ámbar; se le da a comer a una gacela un trocito de este, y la tal se lo queda en su interior durante setenta semanas, y al final de este tiempo, lo escupe. La hierba yizad hay que arrancarla con cuidado del ámbar; es blanquecina y, por las descripciones, parece una anémona. Comida cruda, hace a las mujeres y a las camellas fértiles, y aplicada sobre las heridas de los guerreros, es hemostática. Dicen que Saladino la llevaba siempre consigo en una cajita de oro y marfil, y en las noches plenilunias, la oreaba, para que no perdiese virtud. De una manera o de otra, la yizad aparece en las farmacias medievales, en las boticas de las grandes abadías y en la del monasterio de Guadalupe. Ahora no nace en el ámbar, sino entre los dedos de los pies de los que, sinceramente arrepentidos de sus crímenes, han muerto en la horca. En Toledo, en un proceso inquisitorial del XVI, aparece una bruja que lleva consigo la hierba inzada, gracias a la cual hizo quedar preñada a una ilustre dama por mor de una herencia, y la señora parió un monstruo parlante en arábigo desde que echó la primera meada al llegar a este mundo.

Pero lo más célebre de la botica de La Meca eran los purgantes, algunos tan fuertes que bastaba con escribir su nombre en un trozo de piel de oveja y frotarse con él el vientre para que hiciesen efecto. La preocupación arábiga, en Damasco y en Bagdad, fue el andar ligeros de vientre. Era muy requerido el purgante índico, compuesto de arañas azules secas, que venía, por decirlo a la lusitana, de más allá de Trapobana. Hay que imaginarse a Sinbad desembarcando en una isla, adentrándose con los suyos en la selva y recogiendo entre las ramas de los árboles unas raras arañas, con el vientre redondo del color del océano Índico a mediodía, un vientre duro y brillante como una piedra preciosa. Los príncipes del desierto salían, con ayuda de este purgante, de los estreñimientos producidos por la leche de camella.

La botica del Preste Juan de Las Índias

A parte de la gran variedad de flora etiópica y de numerosos compuestos, especialmente anticatarrales, en los que entraban a partes iguales oro, incienso, fuego y agua de lluvia, la botica del Preste Juan tenía dos ojos, el uno para los somníferos y para las aguas de Juventia, y en el otro todo lo necesario para la obtención de la piedra filosofal. Este último era guardado por el basilisco. Es sabido que este mata todo ser vivo animal sobre el que posa su terrible mirada, menos al Preste Juan en determinadas épocas del año: el día de la Resurrección del Señor y el del solsticio de verano, especialmente. Del techo, de cadenas de oro, colgaban los tratados de Avicena y el Dioscórides, y de cadenas de plata, otros de maestros menores griegos, arábigos y latinos, y en lugar de honor, de cadena en que alternaban eslabones de oro y plata, el Arcana Artis de Basilio Valentino, cuyo precepto del acróstico VITRIOL parece haber sido seguido al pie de la letra por algunos maestros a sueldo del Rey de Reyes, quienes profundizaron tanto que no se volvió a saber de ellos. El acróstico ordena: Visita Interiores Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem; las iniciales dan VITRIOL, y la frase se traduce. «Visita el interior de la Tierra con la Purificación encontrando la oculta Piedra».

Por otra parte, de la farmacopea copta, o séase etíope cristiana, formaban parte importante los vientos, tanto los que soplaban en el Imperio por naturaleza como los artificiales; por ejemplo, cuando en Pascua Florida, después de las majestuosas, salmodiadas y lentas liturgias coptas, regresaba el emperador a su palacio, siete obispos, a la vista del Abuna, que es como primado —y anda siempre rodeado de jóvenes con grandes y humeantes incensarios, y hay allí escuela técnica de incensar, con mucho juego de muñeca izquierda, como en el toreo en el pase natural—; digo que siete obispos sacudían en lo alto de una colina la capa pluvial que el Preste había usado en las ceremonias pascuales. Pues el vientecillo, originado por las cuarenta y nueve sacudidas rituales, prodigiosamente llegaba a todas las provincias del Imperio, produciendo un ligero aumento de temperatura, por una parte, y por la otra haciendo fecundas a las mujeres y curando en los hombres fiebres de tercia y de cuarta, como si fuese quina, amén de prevenir la hernia en las tropas montadas y el bocio en las aldeas de montaña.

Los portugueses, que fueron los primeros occidentales que saludaron al Preste Juan, fueron también los primeros en dar noticia de las levitaciones del Negus Negusti, el cual las hacía de tres cuartas sobre una capa de arena, arena que luego era recogida e insaculada por onzas, y se vendía en todas las provincias, y aun en Egipto, para curar eczemas, librar de la tiña, evaporar las verrugas, y puesta sobre el vientre de los niños, obligaba a expulsar las lombrices. Un Negus reinante en los días de Victoria de Inglaterra le envió a esta para su botica de Windsor una libra de arena, además perfumada, para las lombrices del futuro Eduardo VII. Cuando los italianos, a finales del siglo pasado, fueron derrotados en Adua, en su primer intento por adentrarse en Abisinia, el Negus de entonces levitó por última vez.

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