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De Laiglesia Alvaro - El Sobrino De Dios

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De Laiglesia Alvaro El Sobrino De Dios

El Sobrino De Dios: resumen, descripción y anotación

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P UEDO ASEGURARLES A USTEDES , con conocimiento de causa, que escribir un libro es uno de los trabajos más duros y pesados que un ser humano puede realizar. La sensación que se tiene al empezar a escribirlo es descorazonadora, parecida a la de un andarín que se propone dar andando la vuelta al mundo y empieza a recorrer el primer kilómetro.

Tanto al andarín como al escritor les parece interminable el camino que les falta por recorrer, y sólo con una tremenda fuerza de voluntad logran superar ese tremendo desánimo inicial para proseguir andando o escribiendo.

No soy amigo de estadísticas, pero a ojo de buen cubero puedo calcular que me haría falta un papel kilométrico para hacer un gráfico de las horas que se necesitan para llenar de palabras un tomo de cierto volumen. Añádase a esto el largo esfuerzo previo para montar el esqueleto argumental que toda obra debe tener, y nos dará un tiempo total capaz de desanimar a cualquiera.

A esto se debe que la producción de libros esté fundamentalmente en manos de escritores expertos, ya ejercitados en esta tarea, que bien puede calificarse de titánica.

Pero la vanidosa tentación de ver el nombre propio en la portada de un libro es muy fuerte, a veces irresistible. Y para aquellos que no pueden resistirla, se ha inventado un sistema que permite firmar libros escritos por los demás.

No se trata de apropiarse una propiedad intelectual ajena, modificándola ligeramente como hacen los plagiarios, ni consiste tampoco en pagar al consabido «negro» para que haga el trabajo. Esos procedimientos son deshonestos, y el sistema al que voy a referirme es un timo hábil pero lícito.

Consiste sencillamente en planear un «libro-encuesta», esfuerzo nada agotador puesto que puede despacharse en un par de horas. Basta con elegir un tema cualquiera, redactar un breve cuestionario que se refiera a ese tema, y remitírselo a dos centenares de escritores conocidos y personajes populares.

El cuestionario debe ir acompañado de una carta semejante al modelo que transcribo a continuación:

Celebérrimo personaje:

Ha tenido la enorme suerte de que yo me haya acordado de usted cuando decidí publicar un libro sobre el tema... (aquí se pone el tema elegido, para cuya elección tampoco es indispensable caldearse demasiado las meninges, como explicaré después).

Con el fin de que sus opiniones aparezcan en tan apasionante tomo, conteste cuanto antes al adjunto cuestionario y remítamelo a las señas que le indico.

Sus respuestas deben tener una longitud total de por lo menos cinco folios, para que pueda llenar con ellas un par de páginas. Me imagino que estará usted muy agradecido a mi deferencia de contar con usted, ya que gracias a mí podrá codearse en este libro con otros personajes que le superan en éxito y popularidad. ¡Menuda propaganda voy a hacerle permitiéndole figurar en el índice de los que han colaborado en mi obra! Y completamente gratis, majo. Porque no le voy a cobrar nada por este gran honor que tantos beneficios propagandísticos va a reportarle.

En espera de sus rápidas y extensas respuestas, le saluda atentamente: (aquí se pone el nombre del timador).

Enviadas las doscientas cartas, trabajo duro, pero no excesivamente fatigoso, sólo hay que sentarse (o tumbarse, la postura para la espera puede elegirla el timador a su gusto) hasta que empiecen a llegar los cuestionarios debidamente contestados.

De los doscientos que se enviaron, puede calcularse todavía un ochenta por ciento de destinatarios que pican y contestan. (Digo «todavía» porque este porcentaje irá disminuyendo a medida que los encuestados descubran el timo del que son víctimas.) Basta una sencilla operación aritmética para calcular que este ochenta por ciento de timados, a cinco folios por barba, producirá al timador ¡ochocientos folios mecanografiados a dos espacios!

Y con un material tan abundante puede publicarse un tomo gordísimo, sin que le haya costado a quien lo firma ningún esfuerzo mental. Porque la elección del tema, único punto que exige al timador que discurra, no requiere un gran derroche de materia gris. Cualquier chorrada sirve, por estúpida que sea, ya que los entrevistados se encargarán de embellecerla para salvar su prestigio.

Hay una regla periodística que es válida también en este caso: a cualquier personaje que tenga algún talento puedes preguntarle cualquier memez, seguro de que él tratará de lucirse dándote una respuesta inteligente.

Al timador, por lo tanto, le sirve cualquier tema para dar el timo del tomo. Las pruebas están ya editadas y vendiéndose en todas las librerías. No puedo citar ninguna con exactitud, porque yo no me dejo timar ni respondiendo a los cuestionarios que me envían ni comprando los libros que se editan con las respuestas de los demás. Pero en las portadas de esas obras hechas con un truco tan burdo, creo haber leído títulos parecidos a éstos:

El destete en España. — ¿Cómo le destetaron a usted?

¿Qué opinan las celebridades españolas de los maricas y las lesbianas?

El cornudo ibérico. — ¿Mataría usted a su señora si ella le engañara?

¿Cree usted que el demonio es colorado?

¿Cómo perdió usted la vergüenza?

El español y la pena de muerte. — ¿Qué opina usted de esta pena, penita, pena? — Partidarios del hacha, de la horca, del garrote y de la patada en los huevos.

Si la píldora es pecado, ¿es un crimen el raspado? — Contestan veinte solteras, veinte casadas, veinte viudas, y veinte monjas.

¿Son calentables las frígidas? — La opinión de un puñado de tocólogos.

Estas muestras, que se aproximan bastante a la realidad, bastan para darse cuenta de que poco importa el tema para el timo del tomo. Pero de poco servirá esta advertencia, porque siempre habrá incautos que seguirán picando. Como hay quien pica todavía con el timo de la estampita, que está casi al mismo nivel de estupidez.

Empezado al terminar la dictadura.

Terminado al empezar la democracia.

1976.

Que el ingenio de Álvaro de Laiglesia es inexhausto inagotable lo demuestra - photo 1

Que el ingenio de Álvaro de Laiglesia es inexhausto, inagotable, lo demuestra palmariamente el propio autor con la vigente evolución, en nada decadente, de su opulenta producción literaria.

Esta vez el título de la novela y algunas reiteradas frases ofrecen cierto sabor bíblico que va desvaneciéndose a medida que avanza la divertida narración hasta aclararse la auténtica identidad del protagonista y sus secuaces.

El estilo de Álvaro de Laiglesia, siempre a punto, se actualiza con abundantes vocablos de moda, que sobresalen y aumentan con su estridencia el léxico «secreto» de expresiones exclamativas, no siempre ortodoxas, divulgadas sumamente y que acrecientan el vocabulario de muchas personas.

Terminada la novela, se suceden siete narraciones breves en las que domina el humorismo del autor, maestro en el difícil arte de compendiar en todo momento sus espléndidas dotes imaginativas.

© Álvaro de Laiglesia, 1976

Editorial Planeta, S. A., Córcega, 273-277, Barcelona (España)

Sobrecubierta de Herreros

Primera edición: diciembre de 1976 (16.500 ejemplares)

Segunda edición: mayo de 1977 (3.000 ejemplares)

Depósito legal: B. 19398 - 1977

ISBN 84-320-5361-9

Printed in Spain - Impreso en España

«Duplex, S. A.», Ciudad de la Asunción, 26-D, Barcelona-16

Prólogo

¡Q UÉ LÁSTIMA , caramba, no haber sabido hasta demasiado tarde que yo iba a ser escritor! ¡Qué lástima no haberlo adivinado cuando aún tenía en la boca el redondo pecho del ama que me crió, y en el paladar el saborcillo blanco de la leche que mamé!

¡Lo que me he perdido con mi vocación tardía!

Nada menos que haber vivido mi infancia tontamente, inconscientemente, como un pequeño animal que sólo piensa en comer, en dormir, en crecer, sin fijarse en lo que ocurre alrededor, sin darse cuenta de que está desperdiciando una fortuna lírica y sentimental a la que podría sacar una renta saneadísima durante toda su vida literaria.

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