«¿Es necesario otro libro sobre la guerra civil?», se pregunta el coordinador de este volumen. Lo es en la actualidad, cuando los viejos mitos franquistas han sido reemplazados por un revisionismo de derechas que descalifica la república para legitimar la rebelión militar. La mejor respuesta a esto es una exposición objetiva de los resultados actuales de la investigación, que es lo que nos ofrecen en estas páginas especialistas como Ángel Viñas, Fernando Puell de la Villa, Julio Aróstegui, Eduardo González Calleja, Hilari Raguer, Xosé M. Núñez Seixas, Fernando Hernández Sánchez y Francisco Sánchez Pérez.
La suma de sus aportaciones nos ofrece una completa desmitificación del levantamiento del 18 de julio, realizada a través del estudio de sus tramas civil y militar, de los contratos establecidos previamente con la Italia fascista, de la naturaleza de los proyectos revolucionarios de izquierdas y derechas, de la presunta amenaza comunista, del peso real de la defensa del catolicismo en los móviles de los sublevados o de la leyenda negra sobre la violencia republicana en los meses del Frente Popular.
AA. VV.
Los mitos del 18 de julio
ePub r1.1
ugesan64 09.09.14
Título original: Los mitos del 18 de julio
AA. VV., 2013
Editor digital: ugesan64
Coeditor digital: jasopa1963
Corrección de erratas: Chinasky
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La trama militar de la conspiración
Fernando Puell de la Villa
IU Gral. Gutiérrez Mellado, UNED
E L GOLPE DE ESTADO de julio de 1936, preparado por un puñado de oficiales —probablemente menos de doscientos—, mereció el aplauso de la inmensa mayoría de sus 18 000 compañeros y fue secundado por aproximadamente la mitad de ellos. La trama definitiva, la que urdió desde Pamplona el general Mola, fue producto de la conjunción de varias otras, de carácter civil y militar, que inicialmente perseguían objetivos muy distintos e incluso contradictorios.
Estas páginas intentarán aclarar en lo posible las cuestiones planteadas en el párrafo anterior. ¿Puede afirmarse que la inmensa mayoría de la oficialidad contemplara con buenos ojos el golpe? De ser así, ¿qué razones le impulsaron a ello? ¿Qué tramas militares, dado que el profesor Viñas se ocupa con gran detenimiento de las civiles en este mismo volumen, existían aparte de la de Mola? ¿Cuáles eran sus propósitos? ¿Cuál fue el papel desempeñado por el general Mola? ¿Quién colaboró con él?
1. CALDO DE CULTIVO
En su conjunto, los oficiales profesionales de 1936, aunque se vieran a sí mismos de otra forma, formaban parte de la exigua clase media de la época y, dentro de ella, de su sector más retrógrado y tradicional. La mayoría desaprobaba cualquier tipo de compromiso con los diferentes partidos políticos que la representaban y, por inercia o conformismo, tendía a mantener la obediencia al poder legalmente constituido; los menos por convencimiento, los más por inercia y casi todos por temor a perder su único medio de vida.
Pertenecían a una generación acostumbrada a desempeñar un determinado papel político, no tanto en el sentido de hacerse cargo del poder, escarmentados por la mala experiencia del directorio primorriverista, sino como garantes del mantenimiento del orden público e institucional, conforme a lo prescrito por la ley Constitutiva del Ejército, que le asignaba la misión de defender «el imperio de la Constitución y las leyes», precepto no derogado explícitamente hasta 1989. También se creían con derecho a autogobernarse y rechazaban con firmeza que nadie se inmiscuyera en sus asuntos. Y por último, estimaban que todo lo anterior había sido repetidamente vulnerado desde la proclamación de la República, a la que consideraban responsable de su descrédito social y profesional, de la postración del ejército y, en última instancia, de todas las desdichas de la nación española.
Se fue creando así el caldo de cultivo necesario para que surgiese cualquier iniciativa que recondujera la situación; no necesariamente mediante un cambio de régimen, sino con un golpe de timón que la enderezara. Los factores coadyuvantes a crear ese caldo de cultivo constituirán el objeto de la primera parte de este estudio, siendo los más relevantes la mentalidad intervencionista y el acusado victimismo corporativo de los cuadros de mando.
Aparte de estos factores, conviene tener en cuenta algunas cuestiones más. Unas, dimanadas del espíritu y la letra de la Constitución republicana: bandera tricolor, autonomía regional, laicismo, etc. Y otras de carácter específicamente castrense: escisiones internas, miedo a la pérdida del puesto de trabajo, resentimiento por la anulación de los ascensos por méritos de guerra, presión ambiental y, por encima de todas ellas, la eficaz agitación propagandística inducida desde determinados sectores civiles y militares.
1.1. Mentalidad intervencionista
Difícilmente podrá comprenderse la actitud de los cuadros de mando en julio de 1936 sin conocer su mentalidad, lo que obliga a retroceder unos setenta años, retroceso que no es en absoluto gratuito. En 1932, en vísperas de la intentona del general Sanjurjo para restaurar la monarquía, un teniente coronel —educado en la Academia de Infantería por la misma época que Franco, Goded y Mola— recordaba a sus compañeros más jóvenes las vejaciones sufridas por el ejército durante el Sexenio y su influencia sobre la generación militar que en aquellos momentos estaba a la cabeza del escalafón: «los sucesos de 1868 al 76 los habían vivido nuestros padres y nuestros superiores, y las consecuencias que de ellos había deducido su dolorida experiencia formaban la base de nuestra enseñanza».
Salvo contadas excepciones, la mayoría de los historiadores admite que el amotinamiento de la tropa en la primavera y verano de 1873 fue la principal causa de la primera intervención corporativa del ejército en la vida pública. El cuerpo de oficiales en bloque, ante la incapacidad de los gobernantes para atajarlo, decidió unánimemente enderezar la situación, al margen de la clase política y detrás de sus generales, mediante los golpes de Estado de Pavía y de Martínez Campos, sin entrar en sus propósitos ejercer el poder.
Además, frustrados profesionalmente por la escasez de recursos, se marginaron socialmente. Educados en un ambiente elitista y aristocratizante, se autoexcluyeron de la clase media, a la que pertenecían por origen y posibilidades económicas, crearon un universo cultural ajeno a la realidad de su entorno y exigieron que el Estado compensara la penuria de sus retribuciones con privilegios políticos, distinciones sociales y reconocimiento público de su singularidad.
Por otra parte, el contacto cotidiano con la tropa, extraída de las capas más desvalidas de la sociedad, les llevó a renegar del sistema socioeconómico que amparaba tales extremos de miseria e ignorancia y su mentalidad comenzó a teñirse de una cierta dosis de anticapitalismo. Si a ello agregamos el terror que el crecimiento y dinamismo de las organizaciones obreras despertaba en la conciencia de todos los militares europeos, acrecentado en España por la aparición de los nacionalismos periféricos, puede llegarse a la conclusión de que en la ideología de aquellos hombres apuntaban ya muchos de los rasgos que años más tarde definirían al fascismo.
A todo lo anterior se sumó el desastre ultramarino. La oficialidad, exacerbada por las injustas críticas recibidas, se fue progresivamente inclinando hacia la búsqueda de soluciones militaristas, fórmula que consideraba idónea para resolver conjuntamente sus problemas y los que creía detectar en el decadente régimen canovista. El fenómeno no se manifestaría en plenitud hasta 1906, cuando logró imponer la llamada ley de Jurisdicciones al gobierno y al Parlamento, consolidando su papel de garante del orden institucional.