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Ramón Muntaner - Crónica

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Ramón Muntaner Crónica

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Notas

[1] Según explica Antonio de Bofarull, «el dialecto italiano o lengua especial en que está escrito el adagio es el mismo en que se hallan escritos, hasta siglos muy modernos, todos los documentos sicilianos que no están en latín, y en los que se ve marcada influencia catalana, sobre todo en el uso de ciertas letras para expresar inflexiones que expresa el italiano con signos diferentes, como, por ejemplo la voz layxa».

[2] La esposa de Guillermo de Montpellier, madre de Doña María, se llamaba Eudoxia, y era hija del emperador de Constantinopla, Manuel Comneno, o sea del imperio romano de Oriente.

[3] Pedro el Católico murió en la batalla de Muret, el 13 de septiembre de 1213, en la que los albigenses, al mando de Simón de Montfort, vencieron al rey de Aragón y al conde de Toulouse.

[4] De nombre Yolanda. La madre de rey de Hungría Andrés se llamaba Yolanda de Courlenay. La boda con Jaime I se celebró en Barcelona el 8 de septiembre de 1235.

[5] Esta hija de Jaime I se llamaba Isabel, y el 28 de mayo de 1262 casó en Clermont con Felipe el Atrevido, hijo de San Luis.

[6] Para conocer el carácter de estos personajes creemos del mayor interés reproducir la nota (1, de la pág. 21) que sobre ellos dio Don Antonio de Bofarull en su versión de la Crónica catalana de Ramón Muntaner (Barcelona, Imprenta de Jaime Jesús, 1860):

«Cuando las primeras irrupciones africanas, quedó España despoblada en varios de los territorios que la componían, y sus moradores, fugitivos, se salvaron en las fragosidades de los montes, desde donde, si estaban contiguos a una nación vecina, como en el Pirineo, hacían continuas irrupciones, y si aislados, como en el Muradal, bajaban a asaltar por necesidad a amigos y enemigos, de manera que tales puntos vinieron a transformarse en presidios de infamia, en los que se acogían lo mismo cristianos que sarracenos, quienes, organizados en tribus, y dando a sus jefes nombre árabes, hacían correrías por su cuenta, sin prestar servicio conocido a ninguna de las nacionalidades españolas. La Corona de Aragón fue la que transformó ese pueblo errante y feroz, o más bien, la que, con su ejemplo, creó una institución militar nueva de grande utilidad para sus conquistas, pues siendo soldado el almogávar, conservaba al propio tiempo el carácter originario de su raza, así que, son estos y no los primitivos los verdaderamente celebrados por sus famosas hazañas. Dividiéronse, pues, en compañías, cuyos capitanes llevaban el nombre de al-mo-caten o almugaden, y teniendo otros jefes llamados dalil o adalid, los cuales eran guías o conocedores de caminos, con facultad de juzgar sobre lo que acontecía en las correrías o cabalgadas, de distribuir la presa, etc. El soldado, según Desclot, vestía solo una gonella o sayo, unas bragas de piel, y abarcas por calzado, salvando las piernas con antiparas, que también eran de piel, como el morral o zurrón que les cubría la espalda, para llevar la comida diaria, y la redecilla (acaso el rociolo de los godos) con que sujetaban su cabello, aun cuando diga Moncada que ésta era de hierro. Traían al cinto una correa, de la que colgaba una bolsa o esquero para proporcionarse lumbre, y pegada a la misma un cuchillo o daga. Su cabello flotaba libre como el de los antiguos bárbaros, pues no se lo cortaban nunca, como ni tampoco se afeitaban, y sus armas consistían en una azcona o lanza corta y arrojadiza, y en tres o cuatro dardos, que, como munición de repuesto, llevaban a la espalda. Su modo de iniciarse en las sorpresas, o más bien, su grito de guerra era el ¡despierta hierro! (desperta ferres!) y sacudiendo al mismo tiempo con su azcona o hierro contra las piedras, producían en todas direcciones innumerables chispas, cuya luz era de un efecto aterrador y formidable en los ánimos de los enemigos, sobre los cuales se arrojaban desde luego en torrente y con general gritería. Mghabbar, precedido del artículo al, significa en árabe polvoroso, y Muhavir es igual a Muhavar, que, en hebreo, equivale a socio, compañero o adjunto. Martínez Marina, en su Catálogo de voces arábigas, escribe almogavar y no almogávar, y en Cataluña, donde el nombre de Almogaver ha quedado como apellido en algunas familias, se pronuncia igualmente largo».

[7] Seguramente Muntaner se refiere a la Crónica de Bernat Desclot, que puede que sea anterior a la suya.

[8] Según la Historia de Languedoc (que cita Antonio de Bofarull), Jaime II de Mallorca, por medio de acto público celebrado el 18 de agosto de 1283, reconoció que la villa de Montpelier, el castillo de Lates y los demás castillos y lugares de su alrededor pertenecían al reino de Francia.

[9] Es éste uno de los párrafos de más compleja traducción por nombrarse en él diversos juegos de caballería completamente desaparecidos. Bofarull elude algunas dificultades y se extiende en consideraciones arqueológicas, que no tienen lugar en una traducción vulgar como la que intentamos. Por ejemplo, basándose en Ducange, entiende que los «cavallers salvatges» eran una especie de condottieri o matones (hoy diríamos «guardaespaldas»), cuyas luchas a cuchilladas se toleraban en ciertos festejos; y basándose en la traducción al francés de Buchon, que recoge sólo las cuatro primeras letras (toro) de la palabra toronjas (naranjas), alude incluso a las corridas de todos. Todo ello excede a nuestro objetivo.

[10] En las primeras ediciones impresas se aclara que se trata de los sarracenos del reino de Granada, que son los que con él estaban en guerra, y no los que quedaban en Valencia.

[11] Sin poner en tela de juicio la realidad histórica de esta poética «última salida» del rey Don Jaime, cabe tomar en consideración que hacía aproximadamente doscientos años de la muerte de Don Rodrigo Díaz de Vivar cuando Muntaner escribía su Crónica y que su leyenda debía estar en plena vigencia.

[12] No nos resistimos a señalar una peculiaridad de la lengua catalana, que, sin duda, refleja un permanente estado espiritual de los que la hablan. Pese a que siempre se hable del «seny» como expresión máxima de la característica catalana, ocurre que así como en castellano se centra en la mente toda decisión o fuerza de voluntad, en catalán, por lo menos lingüísticamente, radica en el corazón. Algunas veces hemos conservado en forma literal la frase de Muntaner; en otras nos ha parecido más correcto adoptar la forma corriente castellana: «se metre en cor» es en castellano «meterse en la cabeza»; «haver en cor» equivale a «tener en la mente», etc. Bofarull, que ya observó esta particularidad, la explica por la influencia aristotélica difundida por Abelardo en el siglo X desde París, en cuanto se refiere a la residencia del alma; lo que, por la proximidad de Francia y por la similitud con la lengua provenza), daría lugar a frases hechas del catalán, como: «saber de cor», «donar de cor», etc. No pretendemos sacar ninguna conclusión filosófica de lo dicho, sino que únicamente intentamos justificar determinadas expresiones que, tal vez por demasiado literales, pueden parecer inadecuadas.

[13] Bofarull cita los textos de B. de Neoscastro y N. Specialis, que pueden ser considerados, más o menos, como cronistas oficiales:

«… Manu intrepitus pectus infra vestes et ubera tanget illi-cite, simulans quod eam preponderet ipsa pariere».

«… quídam plus aliis furore vitiosae excaecatus in unam ex mulleribus Mis temerarias manus injecit atque asserens eam pugionem viri sui sub vestibus abscondisse, temerarias manus Mam in útero titillavit».

Ante estos textos latinos (que nos abstenemos de traducir) no puede negarse que, pese la animosidad de Muntaner por el rey Carlos y sus gentes, su versión catalana fue más discreta.

[14] Muntaner usa esta forma dialectal, cuya traducción es innecesaria.

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