Sender Ramon J - Cronica Del Alba Tomo III
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Cronica Del Alba Tomo III: resumen, descripción y anotación
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Ramón J. Sender
Crónica del alba
Tomo
«Los términos del presagio», «La orilla donde los l ocos son ríen» y «L a vida comienza ahora»
Cima de la labor creadora de RAMON J. SENDER (1901-1982) en el exilio, CRONICA DEL ALBA es un prodigioso edificio literario que constituye, a la vez, un valioso testimonio sobre la España de la primera mitad del siglo XX . La azarosa existencia de José Garcés -la circunstancia de que el personaje literario lleve el segundo nombre y el apellido materno del autor apoya la conjetura de que el ciclo es una autobiografía novelada que se despliega a lo largo de las nueve novelas que integran la obra y que se publican, en esta edición, agrupadas en tres tomos :
Tomo 1: «Crónica del alba», «Hipogrifo violento» y «La Quinta Julieta»
Tomo 2: «El mancebo y los héroes», «La onza de oro» y «Los niveles del existir»
Tomo 3: «Los términos del presagio», «La orilla donde los l ocos son ríen» y «L a vida comienza ahora»
LOS TERMINOS DEL PRESAGIO
Estos papeles son los últimos, ya que alcanzan a los días de la postrera aventura (la guerra civil, la aventura de todos los españoles) y comienzan con lo que sucedió inmediatamente después de haberse graduado Pepe Garcés.
Mucha más importancia que su graduación tenía para nuestro joven héroe su integración en el mundo de los adultos por el amor físico y por alguna clase de responsabilidad social que no quiso aceptar en los niveles de la ciudadanía ordinaria.
Dice Pepe en algún lugar: «Tal vez por haber comenzado demasiado pronto a gozar del amor físico fue éste el que rigió luego mi vida; pero no hay que sacar falsas consecuencias, porque me es difícil a mí separar las voluptuosidades del alma de las del cuerpo y, en definitiva, la esquizofrenia española no fue tan grave. Todavía hoy si fuera posible lo amaría todo, lo fecundaría todo y me retiraría a morir al fondo del bosque y la muerte tendría alguna clase de voluptuosidad, aún». La unidad estaba hecha —de un modo u otro— en el caso de Pepe partiendo de los sentidos.
Y los sentidos estaban impregnados de la conciencia trascendente del ser. En cuanto a Valentina,
El sol caballerizo
y la yegua del mar
venían al bautizo del azar
organizado por las nuevas amistades.
Estaban en las rosas
las palomas torcaces
y decían sus cosas, las procaces
garzas que sobreviven a los niños discretos
Ahora te veo a ti
Valentina, ventura
de mi sabida superestructura,
allí en la copa grande y húmeda de la noche.
Al encontrar estos papeles pó stumos, mi impresión primera fue la de haber hallado algo en proceso de cristalización; es decir, sin forma definitiva o al menos en un estado más fluido que los anteriores. Por lo menos en lo que se refiere al segundo cuaderno titulado «La orilla donde los locos sonríen». El siguiente, «La vida comienza ahora», tiene una estructura narrativa más cuidada y fue sin embargo escrito después. Así no se puede atribuir la aparente falta de cristalización de ese libro octavo a fatiga o a falta de tiempo. Parece que la irregularidad era deliberada en el autor. No sé con qué fin.
Hay que tener en cuenta que con estos cuadernos salva nuestro autor algo más de quince años de realidad física, moral, intelectual, espiritual, es decir, que rompe las unidades a las cuales se ha atenido hasta ahora y a las cuales va a volver en «La vida comienza ahora».
Como digo al principio, creí que se trataba de formas inconexas y tal vez de notas para ser integradas más tarde en alguna clase de estado definitivo. Pero supongo que en su estado de nebulosa —-por otra parte tan diáfana y clara y bien ordenada— tiene su verdadera naturaleza.
Había ido al mesón y en el brocal del pozo
preguntando por los ancestros muertos
encontré aquella voz que oía cuando mozo
y que me daba en sus inciertos ecos
el legado de las viragos cenicientas.
¿Eres tú? ¿No eres tú? ¿Qué hacías en el valle
lleno de tintos de lubricidad?
¿Eres yo? ¿Quiénes somos? Andaba con la dalle
y en la avenida de la Libertad
gloria por gloria renunciaba a la del crimen.
Vine después subiendo hasta esta posada
o castillo tal como me estás viendo;
en el camino había héroes de la Armada
sin nombre que a los que íbamos huyendo
nos mataban con la indolencia de los fuertes.
Dejadme entrar ahora al mesón del laurel,
yo saldré cuando todo haya pasado,
prometo que entretanto no cruzaré el cancel
a menos que me hayan convocado
ese día que el poste de la horca echa brotes.
El aire estaba lleno de ecos minerales,
en el valle encelábanse los toros
por la voz se reconocían los erales
y en tierra que ayer fuera de los moros
los grandes orinaban —humanos— por su turno.
Sucedían ya entonces las cosas más extrañas,
era exacta la fe como un binomio
ya no había contradicción en las Españas
y desde el parlamento al manicomio
el autobús lo conducían las doctoras.
El granizo ha caído después en mis vergeles;
Isabel fue el lindero del ocaso
y altura por altura en la de los dinteles
de la niebla de Dios, pongo por caso
ya no huelen, hermana, las flores de la vida.
En la tardía tarde de los maizales rotos
un cristal inseguro en la ventana
tiembla con la volada del aire de los sotos
y aunque trae canciones hortelanas
ya no hay sol en las bardas, amante del invierno.
La verdad es que Pepe seguía por el momento en la farmacia, pero sabiéndose superior a su situación se permitía dos actividades que excedían a su trabajo regular: una clandestina y otra legítima y legal. La clandestina era su relación con el Palmao, a quien llevaba el correo que recibía. Para eso aprovechaba la hora de la cena en casa de la señora Bibiana, que estaba a mitad de camino de la casa del Palmao, también rústica y agrícola, aunque con esa aura sospechosa de las casas campesinas cuyo dueño ha corrido mundo.
La segunda actividad consistía en sacar libros de la biblioteca de los escolapios, y leerlos en la rebotica o en su cuarto. Pasaba con fruición de las bellas letras a la historia o a la filosofía evitando la relación con sus antiguos colegas de la escuela, excepción hecha de Eli seo, quien una vez confesada su verdadera naturaleza moral se había hecho de veras tolerable. Admiraba Pepe y despreciaba a un tiempo el cinismo de Eliseo. En definitiva, pensaba que era un hipócrita genial y había descubierto que en aquella clase monumental de hipocresía no todo era reprochable ya que llevaba implícito un cierto respeto por los demás. Nada g anaba Eli seo con sus embustes de muchacho bien educado y, sin embargo, hacía con ellos a los demás un poco más cómodos en la vida. Pepe, sin embargo, consideraba aquella hipocresía como un signo de debilidad.
AQUÍ COMIENZA, VERDADERAMENTE,
LOS TÉRMINOS DEL PRESAGIO
Mi suicidio frustrado me dejó algunas semanas una notable sequedad de alma. Si aquello me era negado también, ¿qué era lo que me permitirían?
Preferí renunciar a la averiguación, por el momento.
Mi situación no era del todo infausta. El gran problema del Palmao quedaba resuelto y era algo; y aun mucho, aunque ciertamente aquella solución comportaba como dije una serie de traiciones. Pero así suele ser cuando uno carece de medios para influir en su propio destino; es decir, para regir su propia conducta. Yo era entonces casi un niño y mis lealtades y mis traiciones no dependían de mí. Era la vida que me sorprendía y me castigaba o premiaba con aquellas cosas.
Como a cada cual. Un poco más a mí —creo yo—. Cada uno de nosotros cree que el destino se ocupa más especialmente de él que de los demás. Yo creo en el destino aunque pienso que actúa con los elementos que nosotros le damos. Es decir, que con las premisas de mi conducta en lo más mediocre y en lo más inusual hace sus combinaciones y revierte sobre mí para producir consecuencias felices o miserables según los casos.
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