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Paloma Gómez Borrero - De Benedicto a Francisco

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Paloma Gómez Borrero De Benedicto a Francisco

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La renuncia de Benedicto XVI rompe una tradición secular y se convierte en el - photo 1

La renuncia de Benedicto XVI rompe una tradición secular y se convierte en el gesto más significativo de su ministerio. Una decisión valiente, no cabe duda. Pero ¿qué llevó al papa a tomarla? ¿Lo hizo a conciencia, sabiendo que empujaba a la Iglesia a la renovación y a la purificación y a la purificación del paso del tiempo y de los «pecados» de sus representantes a todos los niveles?

Paloma Gómez Borrero, con su impecable estilo periodístico, responde aquí a estas y otras preguntas que han surgido desde la retirada del papa hasta la elección de Francisco. Lo que parece claro es que Benedicto XVI estaba haciendo un llamamiento claro a la humildad evangélica en una lógica de servicio, alejada de las luchas de poder y las intrigas por hacer carrera. Y el nuevo pontífice debe tomar el relevo de este papa revolucionario y responder a esa llamada. De momento parece tener el beneplácito de muchos y ya ha marcado un estilo completamente diferente, dejando patente a sus fieles que con él ha llegado el cambio.

Paloma Gómez Borrero De Benedicto a Francisco El cónclave del cambio ePub - photo 2

Paloma Gómez Borrero

De Benedicto a Francisco

El cónclave del cambio

ePub r1.0

Liete08.05.13

Título original: De Benedicto a Francisco

Paloma Gómez Borrero, 04/04/2013

Editor digital: Liete

ePub base r1.0

MARÍA PALOMA GÓMEZ BORRERO nació en Madrid el 18 de agosto de 1934 Se - photo 3

MARÍA PALOMA GÓMEZ BORRERO nació en Madrid el 18 de agosto de 1934 Se - photo 4

MARÍA PALOMA GÓMEZ BORRERO, nació en Madrid el 18 de agosto de 1934.

Se licenció en periodismo y trabajó como enviada especial del semanario Sábado Gráfico en Alemania, Austria y el Reino Unido.

Durante doce años fue corresponsal de TVE en Italia y el Vaticano, siendo la primera mujer corresponsal en el extranjero de la televisión nacional.

Hasta Junio del 2012 fue corresponsal de la cadena COPE.

Tiene un amplio conocimiento de la Santa Sede, y ha realizado todos los viajes del Papa por el mundo. Acompañó a Juan Pablo II en sus 104 viajes (5 de ellos a España) visitando 160 países: unas 29 veces la vuelta al mundo en kilómetros recorridos. Sigue formando parte del grupo de periodistas que viaja en el avión de Benedicto XVI en sus visitas pastorales.

Tiene la Cruz de la Orden de Isabel la Católica, concedida por el Rey Juan Carlos I el 12 de julio de 1999 y Dama de la Orden San Gregorio Magno concedida por Juan Pablo II el 13 de julio de 2002.

Es autora de los siguientes títulos: «Huracán Wojtyła», «Abuela, háblame del Papa», «Juan Pablo, amigo», «Adiós, Juan Pablo, amigo», «Dos Papas, una familia», «La Alegría», «A vista de Paloma», «Caminando por Roma», «Los fantasmas de Roma», «Los fantasmas de Italia», «Una guía del viajero para el jubileo», así como «El Libro de la pasta», «Pasta, pizza y mucho más», «Comiendo con Paloma Gómez Borrero», «Cocina sin sal» o «Nutrición infantil».

Notas
Capítulo 1

Así llegó Benedicto XVI

Los últimos días de Juan Pablo II

Las condiciones de salud de Juan Pablo II empezaron a decaer agudamente a finales del año 2004. Todos sabíamos que su voluntad y su vocación de servicio ya no podrían tirar mucho más de un cuerpo que se iba consumiendo por las enfermedades. La restricción del habla, que ahora se sumaba a sus muchas dolencias, era, además de un empeoramiento de sus condiciones, una profunda limitación para quien tenía el diálogo y la comunicación por bandera. Mis fuentes médicas vaticanas me explicaban que el párkinson se había extendido a los músculos respiratorios, que no conseguían expandirse y llevar aire a los pulmones y las cuerdas vocales, poniendo así en riesgo la función respiratoria e incluso la de masticar.

La noche del 24 de febrero de 2005 el papa fue internado en el policlínico Gemelli por segunda vez en pocos días. Sobre todo como precaución frente a un conato de ahogo que había sufrido, y ante la posibilidad de que un obstáculo le obstruyera las vías respiratorias. Aun así, el anuncio de la posterior traqueotomía y la inserción de una cánula nos echó un nuevo peso en el corazón. Cierto que médicamente era una buena solución, pues liberaba el paso del aire y no perjudicaba necesariamente su actividad. Sin embargo, al mismo tiempo suponía dejar más abierto a las infecciones el tejido interno. Poco después se supo que además se le había puesto una sonda nasogástrica porque tenía muchas dificultades para ingerir alimentación sólida. Y qué decir de las dificultades para comunicarse, que nos angustiaban a todos, y a él en primer lugar. Pudo hablar desde el propio hospital tras el ángelus del 13 de marzo, pero cuando el miércoles 30 salió a su ventana de San Pedro no fue capaz de articular una palabra audible en cinco minutos y cuatro segundos que estuvo asomado. Sin embargo, el mensaje, terrible, descorazonador, nos llegó clarísimo a todos. Era una despedida.

Ya no volvimos a verle. Sabemos ahora que nunca perdió el conocimiento. No pasó de él aquel amargo cáliz. El fiel Stanisław Dziwisz no le dejó ni durante el sueño, le cambiaba de posición en la cama cada hora para aliviar sus dolores, y le hablaba como siempre en polaco, su lengua primera y la última que le acompañó hasta el final. El viernes 1 de abril se nos dijo que el papa «había asistido a la misa en su habitación», frase que descifrada del vaticanés significaba que ya no podía concelebrarla como siempre. Desde aquella tarde una pequeña muchedumbre, sobre todo de jóvenes, montó una improvisada vigilia bajo su balcón, y sus cánticos alcanzaron el lecho del moribundo: «Os he buscado, y ahora habéis venido a mí. Os lo agradezco», fue la frase que nos refirió Joaquín Navarro-Valls. Y así conoció que la misma juventud que le había aclamado en cada visita venía a darle ánimos en la hora final.

«Juan Pablo II ya ve y toca al Señor», había dicho el cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Así lo decía él mismo, porque las últimas palabras que nos dejó ya no pedían más que una cosa: «Dejadme ir a la casa del Padre». Así llegó el sábado 2 de abril, primero del mes y segunda víspera de la Divina Misericordia, a la que tanta devoción tenía, con medio mundo pendiente de la plaza de San Pedro. Anochecía y yo estaba trabajando en el estudio montado por TV Azteca de México, en un edificio de la plaza del Risorgimento con una espléndida y estratégica terraza frente al palacio apostólico. Iba a enviar mi crónica radiofónica de aquella espera inevitable poco después de las 21.30 horas cuando, de repente, todas las luces de la habitación del papa se encendieron, como un faro que diera noticia de un naufragio.

Ya no había que preocuparse en no molestar a un enfermo.

Mientras yo llamaba frenéticamente por teléfono a la COPE, la agencia italiana ANSA ponía por escrito la noticia en su teletipo. Monseñor Leonardo Sandri, que había sido «la voz del papa» en aquellos últimos tiempos, y que dirigía en aquel momento el rezo del rosario en San Pedro, fue quien envió al mundo entero las palabras que reflejaban el sentimiento de todos: «Nuestro amado Santo Padre Juan Pablo ha vuelto a la Casa del Padre».

Ya se ha contado innumerables veces la pequeña historia de los días posteriores, que bien puede llamarse el primer milagro de Juan Pablo II. El Vaticano y sus alrededores del barrio del Borgo, cubiertos de cientos de miles de peregrinos que hicieron desaparecer aceras y calzadas bajo su lento paso, como una inmensa procesión, mientras los coches eran expulsados de una amplia zona de la ciudad. Los trenes especiales y los vuelos chárter que llegaban uno detrás de otro. Dentro de la basílica, un goteo con prisa y sin pausa, porque nadie se paraba ni dos segundos ante el féretro, para dar salida al torrente de millones de personas de toda Italia, de toda Europa, del mundo, con una calma y un buen sentido que nadie se hubiera esperado en una aglomeración de tales proporciones. Un «jubileo organizado en cuarenta y ocho horas», como lo definió el alcalde Walter Veltroni, donde todo funcionó. El servicio público de transporte, la policía urbana, los

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