Oriana Fallaci - Entrevista con la historia
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- Libro:Entrevista con la historia
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1974
- Índice:4 / 5
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Entrevista con la historia: resumen, descripción y anotación
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Dieciocho personajes políticos de la historia contemporánea aparecen en este nuevo libro de Oriana Fallaci. Dieciocho personajes implacablemente analizados, viviseccionados, gracias a esa técnica insólita de la entrevista de la que sólo ella posee el secreto. Kissinger, Brandt, el Sha de Persia, Nenni, Indira Gandhi, Golda Meir, el Negus, Hussein… «Dieciocho monstruos sagrados de espaldas a la pared», como dice el crítico y novelista Michele Prisco. Más que entrevistados, esos personajes, se nos aparecen radiografiados, con sus transparencias y opacidades, su inseguridad o su valor.
Tratados con simpatía o con impertinencia; con ternura o con espíritu corrosivo, pero siempre con un celoso respeto a la dignidad humana, estos retratos constituyen un testimonio inapreciable de nuestra época, una fuente a la que deberán acudir algún día los que quieran conocer más profundamente algún aspecto de la sociedad de nuestro tiempo.
De este modo, Oriana Fallaci se ha convertido en un testigo que sirve de vitrina a los hombres públicos, y que resulta en extremo incómodo, ya que su testimonio del poder es, muchas veces, una condena del mismo aunque no hace demagogia ni trata de «manipular» a sus entrevistados.
Esta brillante periodista, con su extraordinaria lucidez, su enorme curiosidad, su coraje para enfrentarse a los poderosos y obligarlos a salir de su verdad interior, nos da cada vez al hombre o a la mujer en toda su autenticidad. Nos ofrece un libro homogéneo, bien trabado, donde cada entrevista va precedida de una introducción que explica cómo y por qué se ha llevado a cabo, y las peripecias o dificultades que ha ocasionado a su autora antes o después de su publicación.
En suma, un libro con dieciocho personajes y, en definitiva, un solo protagonista: Oriana Fallaci.
Oriana Fallaci
ePub r1.1
KayleighBCN 26.07.16
Título original: Intervista con la Storia
Oriana Fallaci, 1974
Traducción: María Cruz Pou
Editor digital: KayleighBCN
ePub base r1.2
A mi madre
TOSCA FALLACI
y a todos aquellos
que no gustan del poder
Este libro no quiere ser más de lo que es: es decir, un testimonio directo sobre dieciocho personajes políticos de la historia contemporánea. No quiere prometer nada más que lo que promete ser: es decir, un documento a caballo entre el periodismo y la historia. Pero tampoco quiere presentarse como una simple recopilación de entrevistas para los que estudian el poder y el antipoder. Yo no me siento, ni lograré jamás sentirme, un frío registrador de lo que escucho y veo. Sobre toda experiencia profesional dejo jirones del alma, participo con aquel a quien escucho y veo como si la cosa me afectase personalmente o hubiese de tomar posición (y, en efecto, la tomo, siempre, a base de una precisa selección moral), y ante los dieciocho personajes no me comporto con el desasimiento del anatomista o del cronista imperturbable. Me comporto oprimida por mil rabias y mil interrogantes que antes de acometerlos a ellos me acometieron a mí, y con Ta esperanza de comprender de qué modo, estando en el poder u oponiéndose a él, ellos determinan nuestro destino. Por ejemplo: ¿la historia está hecha por todos o por unos pocos? ¿Depende de mil leyes universales o solamente de algunos individuos?
Éste es un antiguo dilema que nadie ha resuelto ni resolverá nunca. Es también una vieja trampa en la que caer, y es peligrosísimo porque cada respuesta lleva consigo su contradicción. No por azar muchos responden con la componenda y sostienen que la historia está hecha por todos y por unos pocos que llegan al mando porque nacen en el momento justo y saben interpretarlo. Tal vez. Pero el que no se engaña respecto a la absurda tragedia de la vida, acaba por seguir a Pascal cuando dice que si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, habría cambiado la faz de la tierra; acaba por temer lo que teme Bertrand Russell cuando escribe: «No te preocupes. Lo que sucede en el mundo no depende de ti. Depende del señor Kruschev, del señor Mao Tse-tung, del señor Foster Dulles. Si ellos dicen “morid”, moriremos. Si dicen “vivid”, viviremos». No consigo aceptarlo. No consigo prescindir de la idea de que nuestra existencia dependa de unos pocos, de los hermosos sueños o de los caprichos de unos pocos, de la iniciativa o de la arbitrariedad de unos pocos. De estos pocos que, a través de las ideas, los descubrimientos, las revoluciones, las guerras, tal vez de un simple gesto, el asesinato de un tirano, cambian el curso de las cosas y el destino de la mayoría.
Cierto que es una hipótesis atroz. Es un pensamiento que ofende porque, en tal caso, ¿qué somos nosotros? ¿Rebaños impotentes en manos de un pastor ora noble ora infame? ¿Material de relleno, hojas arrastradas por el viento? Y para negarlo abrazamos incluso las tesis de los marxistas según las cuales todo se resuelve con la lucha de clases: la-historia-la-hacen-los-pueblos-a-través-de-la-lucha-de-clases. Pero pronto se da uno cuenta de que la realidad cotidiana también a ellos los desmiente, no se tarda en objetar que sin Marx no existiría el marxismo (nadie puede demostrar que si Marx no hubiese nacido o no hubiera escrito El capital , John Smith o Mario Rossi no lo habrían escrito). Y, desconsolado, uno concluye que son pocos los que, en lugar de un cambio, dan otro, que son pocos los que en lugar de hacernos tomar un camino nos hacen tomar otro, y que son pocos los que paren ideas, descubrimientos, revoluciones, guerras y matan tiranos. Entonces, más desconsolado aún, uno se pregunta cómo son esos pocos: ¿más inteligentes que nosotros, más fuertes que nosotros, más iluminados que nosotros, más emprendedores que nosotros? ¿O bien individuos como nosotros, ni mejores ni peores que nosotros, criaturas cualesquiera que no merecen nuestra cólera, nuestra admiración o nuestra envidia?
La pregunta se extiende al pasado, más bien a un pasado remoto del que conocemos sólo aquello que nos han impuesto, para que, obedientes, lo aprendiésemos en la escuela. ¿Quién nos asegura que en la escuela no nos han enseñado mentiras? ¿Quién nos aporta pruebas capaces de demostrar la verdadera naturaleza de Jerjes, de Julio César, o de Espartaco? Lo sabemos todo sobre sus batallas y nada sobre su dimensión humana, sus debilidades o sus mentiras o, por ejemplo, sobre sus chirridos intelectuales o morales. No tenemos un solo documento del que resulte que Vercingétorix fuera un bribón. Ignoramos si Jesucristo fue alto o bajo, rubio o moreno, culto o sencillo, si dijo las cosas que afirman san Lucas, san Mateo, san Marcos y san Juan. ¡Ah! ¡Si alguien lo hubiese entrevistado con un magnetófono para conservar su voz, sus ideas, sus palabras! ¡Si alguien hubiese taquigrafiado lo que Juana de Arco dijo en el proceso antes de subir a la pira! ¡Ah, si alguien hubiese interrogado con un tomavistas a Cromwell y Napoleón! No me fío de las crónicas transmitidas de oído, de los relatos redactados demasiado tarde y sin posibilidad de pruebas. La historia de ayer es una novela llena de hechos que nadie puede controlar, de juicios a los que nadie puede replicar.
La historia de hoy, no. Porque la historia de hoy se escribe en el mismo instante de su acontecer. Se puede fotografiar, filmar, grabar en cinta, como las entrevistas con los pocos que controlan el mundo y cambian su curso. Se la puede difundir en seguida, desde la prensa, la radio, la televisión. Se puede interpretar y discutir en caliente. Amo el periodismo por esto. Temo al periodismo por esto. ¿Qué otro oficio permite a uno vivir la historia en el instante mismo de su devenir y también ser un testimonio directo? El periodismo es un privilegio extraordinario y terrible, no es raro, si se es consciente, debatirse en mil complejos de ineptitud. No es raro, ante un acontecimiento o un encuentro importante, que sienta como una angustia, el miedo de no tener bastantes ojos, bastantes oídos y bastante cerebro para ver y oír y comprender, como una carcoma infiltrada en la madera de la historia. No exagero cuando digo que en cada experiencia profesional dejo jirones del alma. No me es fácil decir para mis adentros: no es necesario ser Herodoto; por mal que vaya aportaré una piedrecita útil para componer el mosaico, daré informaciones útiles para hacer pensar a la gente. Y si se equivoca, paciencia.
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