¿Recuerdan cuando se suponía que el amor iba a triunfar sobre el odio? ¿O que hubo un momento en que las petroleras y los banqueros parecían estar amilanados y a la defensiva? ¿Qué demonios pasó? ¿Y qué podemos hacer al respecto? Naomi Klein nos explica cómo hemos llegado a este punto y cómo podemos cambiar las cosas para mejor.
Naomi Klein nos enseña cómo podemos romper el hechizo y conseguir el mundo que necesitamos. No dejemos que se salgan con la suya.
No pretendo derribar al Gobierno estadounidense, eso ya lo ha hecho el Estado corporativo.
Introducción
Shock.
Es una palabra que, desde el triunfo electoral de Donald Trump en noviembre de 2016, se ha venido repitiendo mucho para describir el resultado contra pronóstico de las elecciones, el estado emocional de mucha gente al presenciar su ascenso al poder, o su planteamiento de «ataque relámpago» a la hora de hacer política. De hecho es precisamente así como su asesora Kellyanne Conway ha descrito reiteradamente la nueva era: un «shock para el sistema».
Llevo ya casi veinte años dedicada a estudiar los shocks a gran escala que sacuden a las sociedades: cómo se producen, cómo los explotan los políticos y las grandes empresas, y cómo incluso se agravan deliberadamente a fin de sacar provecho de una población desorientada. También he dado testimonio de la otra cara de este proceso: cómo las sociedades que se unen en torno al entendimiento de una crisis compartida pueden cambiar el mundo para mejor.
Viendo el ascenso de Donald Trump, he tenido una sensación extraña. No es solo que esté aplicando políticas de shock a la nación más poderosa y con el mayor arsenal armamentístico del mundo. Es más que eso. He registrado en libros, documentales y reportajes de investigación, toda una serie de tendencias: el auge de las supermarcas, el poder creciente de la riqueza privada sobre el sistema político, la imposición global del neoliberalismo, valiéndose a menudo del racismo y del miedo al «otro» como una herramienta poderosa, el nocivo impacto del libre comercio corporativo y el profundo arraigo de la negación del cambio climático en el ala derecha del espectro político. Y cuando me puse a investigar a Trump, empezó a parecerme que, como el monstruo de Frankenstein, estaba compuesto por trozos de los cuerpos de todas esas peligrosas tendencias y de muchas otras, cosidos entre sí.
Hace diez años, publiqué La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, —guerras, golpes de Estado, ataques terroristas, desplomes del mercado o catástrofes naturales— para impulsar medidas radicales favorables a las grandes empresas, lo que suele denominarse «terapia de choque» (shock therapy, en inglés).
Aunque en algunos aspectos Trump rompe el molde, sus tácticas de shock no dejan de seguir un guion, uno que ya hemos visto en otros países que han experimentado rápidas transformaciones impuestas con el pretexto de una crisis. Durante la primera semana de su mandato, mientras él firmaba aquel tsunami de órdenes ejecutivas y tenía a la gente abrumada, tratando desesperadamente de seguirle el ritmo, me acordé de la descripción que la activista en favor de los derechos humanos Halina Bortnowska hacía de la experiencia de Polonia cuando Estados Unidos impuso a su país una terapia de shock económica en pleno colapso del comunismo. Describía la velocidad de los cambios que atravesaba su país como «la diferencia entre años de perro y años humanos», y señalaba: «Empiezas a observar unas reacciones semipsicóticas. Ya no puedes esperar que la gente actúe en función de sus propios intereses, porque está tan desorientada que, o no sabe qué intereses son esos, o han dejado de importarle».
Por lo visto hasta el momento, está claro que Trump y sus principales asesores confían en lograr el tipo de reacción descrito por Bortnowska; que intentan imponer una doctrina del shock a escala nacional. Su objetivo es una guerra sin cuartel a la esfera de lo público y al interés común, ya sea en cuestión de normativa anticontaminación o de programas contra el hambre. En su lugar tendremos poder sin restricciones y total libertad de acción para las grandes empresas. Es un programa tan provocativamente injusto y tan manifiestamente corrupto que solo puede sacarse adelante apoyándose en una política de «divide y vencerás» en lo racial y en lo sexual, combinada con un espectáculo constante de distracción mediática. Y, por supuesto, lo están respaldando con un aumento drástico del gasto de guerra y una escalada dramática de los conflictos bélicos en múltiples frentes, de Siria a Corea del Norte, acompañados de disquisiciones presidenciales como que «la tortura funciona».
Ya el propio gabinete de Trump, formado por millonarios y multimillonarios, nos dice mucho de los objetivos ocultos de su Administración. Exxon Mobile, a la Secretaría de Estado. General Dynamics y Boeing, a la cabeza del Departamento de Defensa. Y los chicos de Goldman Sachs para casi todo lo demás. El puñado de políticos de carrera a los que se ha puesto al frente de alguna agencia gubernamental parecen elegidos, bien porque no creen en la función básica de la agencia, bien porque directamente creen que la agencia no debería existir. Steve Bannon, el aparentemente marginado estratega jefe de Trump, fue muy claro al respecto en febrero de 2017, dirigiéndose a un público conservador. El objetivo, dijo, era la «deconstrucción del Estado administrativo» (se refería con esto a las normativas y agencias gubernamentales encargadas de proteger a la población y sus derechos). Y añadió: «Si te fijas en la lista de candidatos a un puesto en el gabinete, han sido seleccionados por una razón, y es la deconstrucción».
Se ha dado mucho bombo al conflicto entre el nacionalismo cristiano de Bannon y el transnacionalismo de los colaboradores de Trump más afines al establishment, en particular de su yerno, Jared Kushner. Y es muy posible que Bannon no tarde en salir expulsado por votación de este truculento reality show (quizá ya lo esté para cuando estas Por eso merece la pena subrayar que en lo que se refiere a deconstruir el Estado y externalizar todo lo posible en favor de corporaciones que buscan su propio beneficio, Bannon y Kushner no están en conflicto, sino en perfecta sintonía.