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Mark Pendergrast - Historia de los espejos

Aquí puedes leer online Mark Pendergrast - Historia de los espejos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Mark Pendergrast Historia de los espejos
  • Libro:
    Historia de los espejos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
  • Índice:
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Historia de los espejos: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

Hasta cierto punto puedo culpar a Lisa Bankoff, mi agente, por este proyecto especular de tres años. Estábamos celebrando la publicación de Uncommon Grounds, mi historia del café, en un excelente restaurante de Nueva York. Ella me preguntó qué pensaba hacer a continuación, y le respondí que no estaba seguro, pero que no quería escribir sobre otro tema tan complejo y que requiriese tanto tiempo como el café. Lisa me sugirió que escogiera un objeto cotidiano. Miré alrededor y vi un espejo en la pared. Siempre me han fascinado los espejos, así que dije: «Los espejos podrían ser un tema interesante». Sin embargo, al igual que Alicia, acabé por meterme en un mundo más complicado de lo que había imaginado. Ha sido un viaje entre múltiples espejos. Gracias, Lisa, por inspirar la idea y ayudarme a venderla.

A Tim Bardett, que por entonces era mi editor en Basic Books, le encantó la propuesta y la defendió antes de marcharse a Oxford University Press. Por fortuna, Bill Frucht, que heredó el libro en Basic, es un editor imaginativo y alentador, con una buena formación científica. Me ofreció valiosos consejos y sugerencias. Regina Hersey es la correctora experta que me ayudó a conseguir que mi voluminoso manuscrito adquiriera proporciones manejables. El artista gráfico Rick Pracher creó una cubierta preciosa y evocativa.

Durante mis viajes, casi siempre me alojé en hostales baratos o albergues juveniles, pero algunas personas bondadosas me ofrecieron su hospitalidad. En París, Nathalie McKinley me cedió su apartamento. En Portsmouth, Inglaterra, Adrián y Marie Fisher me invitaron a quedarme en su casa mientras entrevistaba a Adrián sobre los laberintos de espejos, y Roger y Gurí Scotford me acogieron en Bradford-on-Avon, cerca de Bath. En Los Ángeles, donde conviví con los monjes del monasterio vedanta, Bill Scott, también conocido por el nombre de Atmavidyamanda, se mostró particularmente servicial conmigo. En Tucson, Arizona, el estudiante de posgrado Doug Miller y sus compañeros de piso compartieron su espacio conmigo, al igual que el óptico David Hilyard y su esposa Darrie en Santa Cruz, California. En Fairfax, Virginia, Sue Taylor me proporcionó un sitio donde parar mientras trabajaba en Washington, D. C., y Barbara Benjamín me alojó en White Plains durante mis investigaciones en la ciudad de Nueva York. En Oakland, California, me quedé en la habitación de invitados de Brent and Janie Cohén. También descubrí que en los aislados observatorios de la montaña la gente es hospitalaria con los investigadores. Gracias en particular a Bob Millis y su equipo del observatorio Lowell; a Bruce Gillespie, de Apache Point; a Don Nicholson, por ser mi guía en el monte Wilson; a Bob Thicksten, por enseñarme el observatorio de monte Palomar; a Dan Brocious, de monte Hopkins; a John Ratje, de monte Graham, y a Phil Jewell, de Green Bank. El astrónomo del infrarrojo Don McCarthy fue un excelente anfitrión y maestro durante el Campamento de Astronomía en la cima del monte Lemmon, cerca de Tucson. En Irlanda, Mark Bailey y sus colegas me dispensaron una calurosa acogida en el observatorio Armagh, al igual que John Joyce y Aleda Parsons en el castillo de Birr. Más cerca de casa, los miembros de la Astronomical Society de Vermont dieron la bienvenida a este observador neófito.

Estoy en deuda con los bibliotecarios y archivistas de la biblioteca del Museo Británico, la Biblioteca del Congreso, los archivos del Museo Nacional de Historia, el Centro Hartmann de la Universidad de Duke, la Biblioteca Pública de Nueva York y los archivos Mary Lea Shane del observatorio de Lick. No habría podido sobrevivir sin las encargadas del servicio de préstamo interbibliotecario Linda Willis-Pendo, Norma Lemieux y Mara Siegel, de la Midstate Regional Library de Berlin, Vermont, ni sin Erika Trudeau de la biblioteca Burnham Memorial de Colchester, Vermont. Peter Hingley, de la biblioteca de la Royal Astronomical Society de Londres, Inglaterra, me ayudó personalmente y más tarde me envió el material que no pude conseguir en Estados Unidos. Maurice Hamon, el historiador de Saint-Gobain, me regaló su libro y parte de su tiempo, y Clementine Albano, bibliotecaria de la Stazione Sperimentale de Vetro, en Murano, fue enormemente servicial. Christine Kleinegger, del Museo New York State de Albany, Nueva York, me envió un magnífico folleto sobre la exposición de espejos de esta institución.

Deseo expresar mi gratitud a todas las personas que entrevisté y que compartieron conmigo su tiempo, sus conocimientos y su experiencia, pero debo mencionar especialmente a Harley Thronson, que pasó muchas horas conmigo, explicándome pacientemente los proyectos de la NASA; a Doris Tucker, la asistente de Roger Angel, que me ayudó muchísimo, y al propio Roger Angel, que soportó estoicamente numerosas preguntas y entrevistas; a Larry Stepp, del NOAO, por el tiempo que me dedicó; a Bert Willard, que me proporcionó artículos e información; a Cozy Baker, no sólo por su gran ayuda, sino también por donar calidoscopios a las clínicas para enfermos terminales donde trabaja mi esposa. Gracias también a Dave Barnes, de Arbor Scientific, por los espejos de espejismos y realidad virtual, y a John y Catherine Walter por el «espejo fiel».

Tengo la suerte de conocer a personas desinteresadas e intelectualmente curiosas que colaboraron conmigo enviándome información periódicamente, como Chris Dodge, Diane Foulds, Peter Freyd, Chris Hadley, Connie Kite, Henry Lilienheim, Jack Malinowski y Loren Pankratz.

Muchas personas leyeron partes del manuscrito de este libro, y aunque soy el único responsable de su contenido, agradezco los comentarios de Irene Angélico, Jacques Beckers, Steve Carlson, Jim DeFilippi, Margaret Edwards, Diane Foulds, Riccardo Giacconi, Tim Hawarden, Andy Hicks, Linda Rice Lorenzetti, Chris Miller, Bill Mitchell, Frank Pakulski, Loren Pankratz, Nan y Britt Pendergrast, John Pendergrast, Larry Ribbecke, Robert Sharer, Joe Sherman, Mark Smith, Benjamín Woolley y Steve Young. Varios miembros de un grupo de foro de Internet de ensayistas, WriterL, fueron también excelentes críticos.

CAPÍTULO UNO
El espejo del alma

Si pregunto si todo está bien

en espejo tras espejo,

no hay gala de vanidad:

busco la cara que tuve

antes de que el mundo fuera hecho.

WlLLIAM BUTLER YEATS

Nos encontramos en la sabana africana después de una temporada de lluvias torrenciales. El agua gotea aún de las hojas de los árboles dispersos y penetra en las raíces de la hierba alta. En la calma que sigue a la tormenta, los animales se reúnen para beber en los efímeros charcos, lamiendo y sorbiendo ruidosamente. Junto a una poza, sin embargo, una criatura erguida sobre las patas traseras se inclina para coger el agua con la mano. De repente se detiene y frunce el ceño con curiosidad.

El homínido ha descubierto que el baobab parece alzarse mágicamente bajo la serena superficie del agua. Ahora descubre a un individuo que lo mira con la mano ahuecada, a punto de beber. ¿Será un enemigo? Le enseña los dientes. El hombre del charco hace lo mismo. El homínido gruñe y le pega, pero la imagen desaparece entre salpicaduras.

Introduce la mano en el agua, bebe y se sienta a contemplar la escena que se desarrolla ante él. Las pequeñas ondas se disipan gradualmente. Sonríe al ver el hermoso reflejo del árbol, se inclina otra vez y vuelve a encontrarse con su mudo semejante. El también sonríe. Quizá no sea un enemigo.

El hombre arruga el entrecejo, y su compañero del charco lo imita. Saca la lengua; ambos lo hacen. Se tocan la nariz, enseñan los dientes, se tiran de las orejas y parpadean, todo a la vez. Por fin el hombre entiende lo que ocurre, al menos hasta cierto punto. Son iguales, y sin embargo diferentes.

Así fue probablemente el primer espejo, mientras el mono se convertía en humano y adquiría conciencia de su identidad. Naturalmente, esta fábula es una versión simplificada de lo que la evolución tardó millones de años en conseguir. Según los paleontólogos, nuestros primeros ancestros vivieron hace dieciocho millones de años. El

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